Un gigantesco mural dedicado al personal sanitario durante la pandemia es hoy, cinco años después, más que una reliquia de arte urbano en el centro de Toronto. Iba a ser temporal, pero ahí sigue. El coronavirus dejó también una huella indeleble en el mandato del liberal Justin Trudeau (2015-2025), que languideció en un bucle de cansancio, inercia e impopularidad sin reparar en las señales que todos veían, los malos datos de una economía próspera pero lastrada por la inflación tras la pandemia, un gasto público engordado por las ayudas para aliviarla; la profunda crisis de la vivienda o el endeudamiento. Hasta que el mal pronóstico de las encuestas le puso a los pies de los caballos, sus compañeros de partido, y tuvo que dimitir en enero, casi a la vez que Donald Trump asumía la presidencia de EE UU.
Mucho antes del castigo de los aranceles y las bravatas del republicano sobre anexionarse el país, Canadá experimentaba una sensación de malestar paradójica en el único Estado del bienestar del continente americano. El descontento se asoma este lunes a las urnas en las elecciones anticipadas por la dimisión de Trudeau, y lo hace azuzado por nuevos desafíos, los que plantea Trump. Pero lejos de adueñarse del relato, el presidente de EEUU ha favorecido otro, con mayúsculas: el de la unidad. Su artífice principal es el previsible ganador de las elecciones, el liberal Mark Carney, el sustituto de Trudeau que, pese a su inexperiencia política, ha galvanizado el resquemor de la ciudadanía en un frente de resistencia inédito. Con Trump, Canadá ha perdido la inocencia, pero ha descubierto el orgullo nacional.
Las amenazas de EE UU han exacerbado las circunstancias en que se desarrollan los comicios. En cuatro días de voto anticipado, han depositado su papeleta 7,3 millones de votantes, una cuarta parte del censo y un 25% más que en 2021. El espejo de aumento de la frontera devuelve una divisoria cada vez más insondable. La marea de banderas con la hoja de arce tiñe de rojo el país, desde los partidos de hockey a los puestos del más humilde mercado de barrio. Y, tal vez la consecuencia más chocante, la interferencia de Trump ha convertido en comparsa al candidato conservador, Pierre Poilievre, hecho a su imagen y semejanza.
Con sus amenazas, el republicano ha convertido en papel mojado la victoria conservadora que en febrero anticipaban todos los sondeos. Poilievre, que surfeó con éxito la ola de los camioneros que en 2022 se amotinaron contra la obligatoriedad de la vacuna —otra mueca de la pandemia—, sacaba hace sólo dos meses 25 puntos de ventaja a los liberales. Tras sucumbir al fuego amigo de su modelo político, hoy va al menos cinco puntos a la zaga.
La guerra arancelaria de Trump ha puesto el último clavo en el ataúd de una economía incongruente con un miembro del G-7, cuya presidencia ostenta este año. La recuperación económica tras la pandemia fue la quinta más floja de los países de la OCDE, en datos de noviembre de 2023. “Los canadienses acuden a las urnas en medio de una situación económica especialmente grave. Si bien la cobertura internacional se ha centrado en las crecientes tensiones comerciales con EE UU, la frustración interna está aumentando por una profunda crisis de asequibilidad que se extiende de costa a costa. Canadá se enfrenta a lo que algunos han comenzado a llamar una década perdida: el PIB per cápita está ahora por debajo de su nivel de 2018, un marcado contraste con EE UU, donde ha crecido un 10% en el mismo periodo. La disputa comercial con EE UU es apenas el último clavo en el ataúd”, explica Isabelle Salle, profesora de Macroeconomía de la Universidad de Ottawa e investigadora de la Escuela de Economía de Ámsterdam.
Jairo Yunis, director de Política del Consejo Empresarial de la Columbia Británica, corrobora este pesimismo. “La economía canadiense ha estado prácticamente estancada durante la última década. Canadá tuvo el tercer peor crecimiento del PIB per cápita entre los 38 países de la OCDE en los últimos diez años, y la organización proyecta que tendremos el crecimiento más débil entre todos los países avanzados no solo en esta década, sino también en las siguientes”. Según una encuesta reciente, para más de la mitad de los canadienses (53%) el coste de la vida es su principal preocupación a la hora de votar, “muy por encima de otras prioridades como el sistema de salud (38%), la economía en general (25%) o la relación con EE UU (27%). Si bien los aranceles y las tensiones comerciales con EE UU han generado preocupación e incertidumbre, el tema principal [de las elecciones] sigue siendo el incremento del coste de la vida: los efectos duraderos de la inflación poscovid, los precios de la vivienda y el precio de la energía”, añade Yunis.
Aunque el eco de la inflación y la crisis de alojamiento resuena en otros muchos países, “estos problemas son particularmente graves en Canadá. Desde 2015, el Gobierno federal ha ampliado significativamente la inmigración legal, agregando más de seis millones de nuevos residentes, un aumento de casi el 20% con respecto a la población de 35 millones de 2015”, añade Salle para introducir otro factor clave: el aumento de la población sin el correspondiente incremento de medios, oportunidades y servicios. Peter Welsh, un vecino de Toronto que este lunes votaba por adelantado “para frenar a Trump”, resume así el fenómeno: “Los hemos acogido con cariño, pero sin medios. Y han venido muchos, no había estructuras de apoyo, sobre todo en vivienda y servicios sociales, y ahora competimos con ellos por los mismos recursos que había antes de que llegaran, porque esos siguen siendo los mismos. Menos mal que no tengo hijos, porque no tendría dónde alojarlos”.
Salle recuerda que, a pesar de la inmensidad de Canadá, la mayoría de los recién llegados se instalan en unos pocos centros urbanos, lo que ejerce una inmensa presión sobre las infraestructuras y los servicios públicos. “Este aumento demográfico, combinado con una falta crónica de nuevas viviendas, ha hecho que los alquileres se disparen. Las tasas de interés cero durante la era covid-19 inflaron aún más la burbuja inmobiliaria. El sistema sanitario está igualmente bajo presión, y hay largas esperas incluso para los servicios básicos”. Consciente de la necesidad de mejorar el acceso a la salud, Carney ha prometido una inversión de 4.000 millones de dólares en nuevos hospitales, e instado a los médicos y enfermeras que emigraron a EE UU a volver a Canadá.
Tiendas de campaña
Tampoco Toronto, la capital económica del país, una ciudad de primaveras polares, sol engañoso y precios astronómicos, se libra de estos problemas, pese al incesante baile de grúas en los solares baldíos. Kathy Biasi, responsable de programas sociales de la Catedral Anglicana de Saint James, señala desde las ventanas de la rectoría el parque vecino, salpicado de tiendas de campaña, entre el tamaño iglú y el familiar, “donde vive gente que tiene trabajo pero que está esperando una vivienda social, porque no puede acceder al mercado libre”. En un año, cuenta la responsable del muy demandado banco de alimentos de la iglesia, “se han entregado 75 casas, pero hay miles [de personas] en la lista de espera”.
El parque tiene lavabos portátiles, cuenta con una pareja de guardias de seguridad y recibe visitas periódicas de los servicios municipales. Es el nivel esperable de un país en el que las bibliotecas públicas parecen museos y los mercados populares, una patena a punto de consagrarse. Pero bajo la brillante superficie de la cotidianidad están también los hijos que no pueden independizarse. “El menor de los míos, de 35 años, tiene que encadenar tres trabajos para poder pagar el alquiler, y como sus hermanos, no podrá permitirse jamás una casa en Toronto. La que compramos nosotros ha multiplicado como mínimo por tres su precio, en un barrio en el que antes sólo veías Chevys y Fords y ahora, BMW y algún Ferrari. Pero los jóvenes se tienen que ir de la ciudad, y eso es un drenaje en capital humano y a la vez en servicios, porque decrece la población”, lamenta Biasi.
Debido a la estructura de gobierno, una estratigrafía en la que se sobreponen tres administraciones (federal, provincial y municipal) y que a veces resulta un tanto disfuncional o irresoluta —como la respuesta a los incendios de 2023, otro clavo en el funeral—, las competencias en vivienda corresponden en gran medida a la provincia, mientras el Gobierno federal hace transferencias de fondos, pero no políticas. “Por eso hablan muy poco de ello”, se queja Biasi. Hasta estas elecciones, en las que la crisis de alojamiento ha saltado a la palestra con propuestas ambiciosas, como la construcción de 500.000 viviendas nuevas el año (Carney) y 2,3 millones en su hipotético mandato (Poilievre), unos objetivos irrealizables para muchos expertos.
“La vivienda es en gran medida una cuestión provincial y no federal. Debido a que los costes y la disponibilidad de la vivienda afectan a muchas personas, ambos líderes están haciendo propuestas específicas para aumentar el parque de viviendas. Las diferencias entre las posiciones de los principales partidos en esta materia no son grandes”, explica Nelson Wiseman, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto. “Los conservadores se centran en la asequibilidad, mientras que los liberales hablan del coste de la vida, pero [en realidad] se centran en quién está en mejores condiciones de lidiar con Trump”. La amenaza del ogro de Washington se ha convertido también en el arma arrojadiza favorita entre los candidatos.
Insuflar aliento a una economía alicaída y, a la vez, evitar daños a sectores clave del país son los principales objetivos de los candidatos. A los liberales y los conservadores les secundan otros dos partidos con posibilidades, aunque rezagados en intención de voto: el soberanista Bloque Quebequés y el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático, según los sondeos, tercera y cuarta fuerza. La proyección de la radiotelevisión pública canadiense (CBC, en sus siglas inglesas) otorgaba la semana pasada a los liberales mayoría absoluta con 196 diputados, 121 para el Partido Conservador, 20 para el Bloque Quebequés y cinco para los socialdemócratas.
La amenaza arancelaria de Trump al aluminio y el acero, el motor de la economía de Quebec, ha erosionado el apoyo al Bloque, que logró triplicar su presencia en el Parlamento de Ottawa en 2019 hasta los 33 escaños, y ahora puede ser el principal perjudicado, además de Poilievre, por la nueva dinámica política. “Si logra menos de 25 escaños, será una derrota, pero si queda por debajo de 20, una debacle”, apunta Guy Laforest, de la Universidad Laval, para quien “Quebec solo tiene una buena carta que jugar, la de Canadá”.
En las últimas horas de campaña, entre el confiado talante con maneras de estadista de Carney, que ha sido gobernador de los bancos centrales de Canadá y Reino Unido, y las suspicacias de Poilievre hacia el sistema y los medios tradicionales —como Trump, se encuentra más a gusto entre canales alternativos y rabiosos podcasters—, los guiños a la economía de los candidatos se han multiplicado. Los trabajadores de la industria del automóvil en Ontario, una de las últimas paradas de campaña de Carney; los de la industria del crudo del oeste del país, y los metalúrgicos de Quebec, son, además de víctimas potenciales de la insania de Trump, el vivero para arañar los últimos votos. Liberales y conservadores coinciden en la apuesta estratégica de la energía, con proyectos de nuevos oleoductos para diversificar las exportaciones (Canadá envía cuatro millones de barriles por día de petróleo crudo, alrededor del 90% de sus exportaciones totales, a EEE UU) y desvincularse del mercado vecino. “Los oleoductos son un problema de seguridad nacional para nosotros”, dijo Carney en uno de los dos debates televisados con los principales candidatos.
Toghrul Bazhte, que llegó desde Azerbaiyán hace 25 años, hace profesión de fe de canadiense con más fervor que un nativo. “Canadá es más que un país, para mí y mi familia ha sido una oferta de vida, un cheque en blanco para trazar el destino que queríamos, y no el que nos había tocado en suerte [en Azerbaiyán]. Bos ha dado estudios, trabajo, prosperidad y, aunque también notamos los efectos de la crisis y el coste de la vida, no lo cambiaríamos por nada del mundo, y mucho menos, desde luego, por ese país de groseros [en alusión a EE UU]”, cuenta Bazhte, un gerente comercial de Toronto con tres “flamantes hijos universitarios”.
Crisis de la vivienda, coste de la vida o supervivencia económica al margen, los canadienses introducirán en la urna mucho más que una papeleta con un nombre y unas siglas: un estado de ánimo. Un punto de inflexión existencial, revestido de orgullo y educada fiereza, en el que por primera vez, pese a su habitual discreción, sacarán pecho por ser canadienses.
Fuente: Noticia original