El Museo del Traje, San Telmo Museoa, el Arqueológico Nacional, el Nacional de Artes Decorativas, el Real Jardín Botánico, la Colección Banco de España, el Museo de Bellas Artes de Valencia, el Nacional de Escultura y el dedicado a Cristóbal Balenciaga. La lista de centros prestadores a la muestra que mañana abre sus puertas en el Museo San Telmo de San Sebastián, “Vistiendo un jardín”, da cuenta ya de las muchas ramificaciones y perspectivas desde las que puede estudiarse su tema central: la evolución de la moda en nuestro país en los siglos XVIII y XIX, prestando atención a las flores como leitmotiv.
Tras su paso por el Museo del Traje madrileño el año pasado, y bajo el comisariado de Gema Batanero, esta exposición analiza cómo la indumentaria propia de las clases sociales acomodadas en el periodo barroco y en la Ilustración no sólo respondió a corrientes pasajeras, sino también a las nuevas ideas artísticas, científicas y filosóficas y a las transformaciones en las relaciones entre sociedad y naturaleza derivadas de un periodo especialmente fértil en cuanto a expediciones internacionales, hallazgos científicos, intercambios comerciales y avances técnicos.
Aquellas nuevas miradas a la flora y la fauna se encauzaron en una determinada evolución del gusto entre el siglo XVIII y principios del XIX y también en una mutación de las representaciones florales que tuvo su reflejo en las que se desplegaron sobre la ropa. Además de prendas y textiles históricos procedentes de los fondos del Museo del Traje y de San Telmo, en San Sebastián podremos contemplar documentos, bibliografía, pintura, cerámica y artes decorativas llegados desde esas otras instituciones, piezas que nos permitirán adentrarnos en un sentido ornamental con sello de época, y algunas prendas contemporáneas. Éstas últimas están vinculadas al contexto vasco; corresponden a diseñadores de esa región o que allí mantuvieron una casa de costura, como Balenciaga, Fernando Lemoniez, Modesto Lomba o Pedro Rodríguez.
La muestra se ha estructurado desde un enfoque cronológico, planteando la evolución de los motivos florales a través de estilos o influencias sucesivos, pero haciendo hincapié asimismo en lecturas sociales de esas prendas, en relación con la formación de los diseñadores, el desarrollo de diferentes técnicas textiles, el progreso del conocimiento en la botánica y la ciencia y los imaginarios del XVIII en torno a la naturaleza.
Una primera sección, El bosque de las furias, nos sitúa en el inicio justamente del siglo XVIII, una fase muy relevante para la creatividad textil: proliferaron los tejidos extravagantes, también llamados furias por recrear sus motivos decorativos escenarios fantásticos en los que se mezclaban flores naturalistas con otras que casi no podemos identificar por su distorsión, además de elementos arquitectónicos.
Aquellas vegetaciones extrañas darán paso, paulatinamente, a representaciones mucho más naturalistas. Francia, de la mano de la Grande Fabrique de Lyon, fue pionera en el desarrollo de tejidos con grandes flores y frutas sostenidas por sus ramas y raíces, que en conjunción con elementos de soporte o arquitecturas generaron bodegones para vestir. Aquel afán por lograr volúmenes se consolidará más tarde en el point-rentré, otra innovación que introdujo Jean Revel a partir de las técnicas del tapiz.

Las sistematizaciones de las especies vegetales que se reflejarán en herbarios, libros e ilustraciones fueron reflejo del interés de los estados ilustrados por la promoción de la botánica, tanto en lo que tenía que ver con el desarrollo científico como en función de intereses políticos y comerciales. Tuvo su traslación, como dijimos, en el diseño textil y cerámico, áreas en las que la observación de la naturaleza se transformó en motivos decorativos.
A partir de la década de 1840, el naturalismo de esos diseños se encaminó hacia el nuevo estilo rococó, altamente refinado. Los motivos florales redujeron su tamaño y se estilizaron, agrupándose en ramilletes, guirnaldas o cintas curvilíneas. Estas composiciones se caracterizaron por sus líneas ondulantes, a las que William Hogarth se refirió como “la línea de la belleza”, y ganaron protagonismo los colores pastel, sensuales, ligeros y bautizados con nombres que referían su origen: el rosa pompadour, el azul cielo, el verde celadón…


Progresivamente, el desarrollo de las ideas ilustradas y el regreso parcial a los ideales del mundo clásico se materializaron en cambios estéticos respecto al gusto rococó. Los textiles avanzaron hacia la simplicidad, ordenándose racionalmente sus decoraciones vegetales, fuesen éstas esquemáticas o detalladas. Los motivos florales de los tejidos se redujeron, dando paso a elementos geométricos y ramilletes bordados.
Una sección propia recuerda cómo, desde el siglo XVII, las indianas, textiles procedentes de India y Oriente Medio, se difundieron en Europa a través del Mediterráneo. No tardaron en fundirse con el gusto occidental y ser imitados en Europa.
La culminación de la muestra llega de la mano del género de la fiesta galante, que alude al disfrute social del campo en época rococó. En esas representaciones se recoge el mito clásico de la Arcadia: paisajes bucólicos en los que conviven lo cortesano y lo pastoril. En el último tercio de siglo, la asociación poética entre el ser humano y la naturaleza se mantuvo gracias a las nuevas ideas filosóficas ilustradas, encarnadas por Jean- Jacques Rousseau, que defendió la supuesta bondad intrínseca del hombre a través del mito del buen salvaje y teorizó el campo como espacio de plenitud.


“Vistiendo un jardín”
Plaza Zuloaga, 1
San Sebastián
Del 7 de junio al 28 de septiembre de 2025
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE:
Fuente: Noticia original