La carrera para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales polacas, que se celebra este domingo, está siendo frenética. El liberal Rafal Trzaskowski y el ultraconservador Karol Nawrocki llegan empatados en las encuestas, con una ligerísima ventaja del primero. Al aspirante populista, un exboxeador al que se atribuyen conexiones con el crimen organizado y la violencia hooligan, se le acumulan los escándalos. El último: que supuestamente facilitó servicios de prostitución cuando era joven. En plena recta final de una campaña particularmente turbia, Nawrocki ha contado con el espaldarazo de la Administración de Donald Trump. A tres días de los comicios, nadie se atreve a predecir un ganador.
La última encuesta de Ipsos para el digital OKO.press publicada este jueves apunta a un 48% de apoyos para Trzaskowski frente a un 47% para Nawrocki. La distancia es de apenas un punto de diferencia, que se mueve por debajo del margen de error, con un 5% de indecisos. El nerviosismo entre los liberales está disparado. Si gana Nawrocki ―que concurre como independiente con el apoyo de Ley y Justicia (PiS, en sus siglas en polaco), el partido de Jaroslaw Kaczynski—, el Gobierno de coalición liberal quedará tocado. El primer ministro, Donald Tusk, de Plataforma Cívica (PO), verá su liderazgo comprometido, tanto en Polonia como en la UE. Y se asume que sus intentos de reformas para restaurar el Estado de derecho quedarán definitivamente paralizados.
Además de estrés, hay miedo. El abogado y eurodiputado independiente Michal Wawrykiewicz, que concurrió por PO en las elecciones de 2024, no ahorra en calificativos para describir al candidato ultra: “Cruel, vengativo, despiadado”, decía del tirón la semana pasada en su despacho en el Parlamento Europeo. “[El presidente, Andrzej] Duda ha sido un simple ejecutor de las órdenes de Kaczynski, pero Nawrocki es malvado”, continuaba. Con él en la Jefatura de Estado, auguraba, se abriría un “capítulo negro en la historia de Polonia”. “PiS 3.0. Autocracia total”.
La prensa ha construido en los últimos meses un retrato del historiador y exdirector del Instituto de Memoria Nacional (IPN) como un matón con un pasado turbio y violento. Se han publicado investigaciones sobre sus vínculos de juventud —no muy lejana, tiene 42 años— con grupos de hinchas radicales del club Lechia Gdansk, algunos de ellos relacionados con neonazis. En 2009, cuando ya trabajaba en el IPN, participó en una pelea ilegal entre hooligans. Hasta Tusk le ha vinculado con “gánsteres”. Durante la campaña trascendió también que tenía un apartamento que no había declarado y que había adquirido en circunstancias poco claras, al aprovecharse presuntamente de un anciano.
Se le atribuye además el uso indebido de fondos públicos al frente del IPN y le acusan de mobbing y de generar un ambiente tóxico. Tras un gesto extraño en un debate electoral el fin de semana pasado, usuarios de las redes sociales empezaron a sugerir también que había consumido alguna droga, pero se trataba de tabaco de mascar. El candidato se hizo un test de narcóticos para despejar dudas. Esta semana, un nuevo escándalo desafiaba su imagen supuestamente recta de hombre conservador con ideas cristianas. El digital Onet desveló que dos antiguos compañeros no identificados de su época como guardia de seguridad en el Grand Hotel de Sopot (en la costa báltica) estaban dispuestos a testificar que Nawrocki había facilitado servicios de prostitución a clientes del conocido establecimiento.
“Es una persona que infunde miedo”, opina Jacek Kucharczyk, presidente del Instituto de Asuntos Públicos. “Sería una vergüenza tener a alguien así en el puesto más alto del Estado”, añade. El politólogo señala, sin embargo, que los escándalos no hacen mella en el electorado de derechas. “Lo ven como una campaña de difamación y él lo niega todo, aunque admite las peleas de hooligans”, explica en su oficina en el centro de Varsovia.
A pesar de los últimos tumultos que ha generado el pasado de Nawrocki, el candidato ha recibido el apoyo del trumpismo. Y eso, en un país atlantista que ha fiado buena parte de su seguridad a Estados Unidos, es un activo. Si en la primera vuelta se fotografió en el Despacho Oval con el presidente estadounidense, esta semana ha participado en la primera edición en Polonia de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que los republicanos están exportando a la ultraderecha europea. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, respaldó al candidato ultra durante el evento. El mismo día en que ella y otros ultras extranjeros como el rumano George Simion, avalaban al aspirante de PiS, ocho congresistas republicanos denunciaron injerencia extranjera ante la Comisión Europea. En una carta dirigida a Ursula von der Leyen afirmaban que “Obama, Soros y la izquierda globalista intentan amañar las elecciones presidenciales de Polonia” en favor de Trzaskowski.
Prueba de fuego para PiS
PiS y Nawrocki han centrado buena parte de su campaña en la pérdida de soberanía que implicaría la victoria del alcalde de Varsovia. Han repetido que Polonia quedaría en manos de poderes extranjeros, como Alemania, Francia y la Unión Europea. Que si gana el candidato liberal, Tusk tendrá el monopolio del poder, al hacerse también con la presidencia, la última palanca que le queda a los ultraconservadores. Como explica el analista Kucharczyk, para PiS estas también son unas elecciones “de vida o muerte”. “Si Nawrocki no gana, su poder disminuirá y con Konfederacja haciéndose fuerte con [Slawomir] Mentzen, se sienten amenazados”.
Mentzen, colíder del partido de extrema derecha y antiucranio Konfederacja (Confederación), fue en cierta forma el ganador de la primera vuelta. Quedó tercero, pero con un 14,8% de apoyos, por encima de lo que todos preveían. Los dos aspirantes a la presidencia se disputan ahora sus votos.
Krzysztof Mulawa, diputado de Konfederacja, explica en una sala del Parlamento polaco que su partido no ha mostrado su apoyo públicamente a ninguno de los dos finalistas. Sí han animado a votar, y han dejado claro que Trzaskowski no es su opción. Sobre Nawrocki, afirma: “Somos más o menos lo mismo. Hablamos el mismo idioma”. Comparten su oposición frontal a la inmigración, incluida la legal, al aborto, a Bruselas, a subir impuestos. Y miran para otro lado respecto a los escándalos. “Son solo rumores”, sostiene Mulawa.
Piotr Buras, director de la oficina en Varsovia del European Council on Foreign Relations (Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, ECFR), subraya que además de la redistribución de los votos de la extrema derecha, que fue la opción preferida de los jóvenes polacos, la participación será determinante el domingo. Trzaskowski necesita que una parte de los partidarios de Mentzen se queden en casa. El analista cree que lo puede haber conseguido. Vio fuerte al alcalde de Varsovia en un encuentro con el dirigente de extrema derecha: “Relajado, convincente, un profesional bien informado”. Después compartieron unas cervezas junto al ministro de Exteriores, Radoslaw Sikorski, que irónicamente enfadaron a más gente en Konfederacja que entre los liberales.
El candidato de PO necesita también que unos dos millones de votantes liberales que no fueron a votar en la primera vuelta se movilicen el domingo, según el analista. “Algunos pensaron que sería más fácil ganar, pero ahora ven que está todo muy ajustado”, sostiene Buras. El 18 de mayo la suma de las fuerzas más a la derecha superaron la mayoría. “Cuanto más alta sea la participación, mayores serán las posibilidades de una victoria de Trzaskowski”, asegura.
El analista ve algunos motivos para un optimismo moderado en el campo liberal, como el aumento del número de personas registradas para votar desde el extranjero, pero reconoce que “el resultado es absolutamente incierto”. En las anteriores elecciones, en 2020, Trzaskowski perdió ante Duda por unos 400.000 votos.
El eurodiputado Wawrykiewicz está convencido de que “el miedo va a movilizar a mucha gente”. Como ocurrió en Rumania, también el 18 de mayo, cuando el aspirante europeísta se impuso a Simion. “La alternativa [a una victoria liberal] es como una película de terror”, dice unos minutos antes de salir corriendo de su despacho en Bruselas para coger un vuelo de vuelta a Polonia y apurar una campaña donde hasta el último voto cuenta.
Fuente: Noticia original