El 19,6% de estudiantes entre 14 y 18 años en España ha consumido, alguna vez en la vida, pastillas para la ansiedad o el insomnio, con o sin receta médica, según los últimos datos de la encuesta Estudes, del Ministerio de Sanidad, con datos del año 2023. Un 14,8% responde haberlo hecho en los últimos 12 meses; y en los últimos 30 días, un 8,2%. El consumo de estos fármacos hipnosedantes ―principalmente recetados para la ansiedad o el insomnio― ha ido aumentando a lo largo de toda la serie histórica de la encuesta. Los especialistas consultados consideran que esta situación es alarmante y problemática, no solo porque dichos fármacos generan dependencia y tolerancia, sino porque la adolescencia es una etapa donde el cerebro está en desarrollo y los riesgos tienen consecuencias de por vida. Además, casi el 10% de los jóvenes en esa franja de edad admite haberlos consumido sin una receta médica.
Álvaro Pico Rada, psiquiatra y director médico de la clínica Nuestra Señora de la Paz y del centro San Juan de Dios en Ciempozuelos, considera que esta cifra es “muy elevada” y que existe “mucha soltura al momento de recetar [estos fármacos]”. Dentro de los hipnosedantes, las benzodiacepinas son las más comunes. Pico explica que “estamos en un contexto donde hay una demanda altísima por solucionar de forma rápida y ágil el malestar que uno tiene” y, justamente, estos medicamentos son sumamente eficaces e inmediatos.
Eugenia Caretti, psiquiatra infantojuvenil del centro de salud mental de Vallecas Villa y presidenta de la Asociación Madrileña de Salud Mental, resalta: “Me preocupa el tema de la medicalización de la adolescencia”. Pero no solo con los hipnosedantes, agrega, sino también con los antidepresivos.
Señala que la adolescencia es un momento de desorientación y angustia, y a esto se añade una dificultad para entender el malestar y compartirlo. “Transmiten soledad y dificultad para proyectar un futuro, también respecto a temas relacionados con la identidad y de no encontrar un lugar de pertenencia”, comenta Caretti. Esto se expresa de una manera ansioso depresiva: “Pueden ser problemas, pero no trastornos con etiquetas de salud mental más graves, sino cuadros de ansiedad y depresión que tienen que ver con cuestiones cotidianas”, apunta.
Sobre esta “medicalización de la adolescencia”, Caretti comenta que es interesante ver cómo los chavales se aproximan a la consulta: “Tienen toda una jerga medicalizada. Dicen: ‘Tengo apego ansioso o apego evitativo, tengo ansiedad”, cuenta la psiquiatra. Usan esas palabras en vez de contar que tuvieron un mal día en el cole, que se pelearon con un compañero o que no se sienten cómodos con su familia.
El Ministerio de Sanidad ha publicado este miércoles otro trabajo, el Estudio HBSC, que muestra que el malestar emocional de los jóvenes de entre 11 y 18 años ha aumentado hasta el 38,5% entre 2018 y 2022. Un incremento de casi 11 puntos porcentuales. Además, la encuesta revela que los malestares psicosomáticos ―como dolor de cabeza, problemas de sueño o irritabilidad― se intensifican con la edad y tiene más presencia en las chicas: alcanzando en el grupo de 17 y 18 años una prevalencia del 60,3%, frente a un 28,4% de los chicos.
Un sistema de salud colapsado
El problema que agrava esta situación, coinciden los especialistas, es que el sistema de salud está tan desbordado que cuando los adolescentes llegan con un problema de salud mental o malestar emocional no hay tiempo ni recursos para atenderlos bien: escucharlos, generar vínculos con ellos, entenderlos y derivarlos a una terapia grupal o psicológica. A muchos se les atiende una primera vez, pero se les da una segunda cita para varios meses después. Entonces, recetar un fármaco se convierte en una primera opción, explican, cuando no debería serlo. Caretti dice: “Es intentar ayudar con lo único que se puede dar en esos cinco minutos de atención. Estos medicamentos ayudan en crisis, pero deben ir con un tratamiento y acompañamiento, si no estás dejando al adolescente solo”.
Pico sostiene que la primera opción debería ser dar herramientas no farmacológicas a los pacientes para que aprendan a manejar su malestar, así como terapias psicológicas o psiquiátricas. “Falta eso para evitar esta prescripción que se hace y el abuso elevado que se produce después”, indica.
Los riesgos del consumo de hipnosedantes son diversos, pero el principal es que pueden generar dependencia y tolerancia. Es decir, el organismo necesita seguir consumiendo la sustancia para evitar síntomas de abstinencia; y, por otro lado, con el tiempo se vuelve necesario aumentar la dosis para lograr el mismo efecto. Por ello no es difícil caer en el abuso, advierte Pico. Y agrega que esto produce alteraciones en la concentración, la memoria y problemas cognitivos serios a medio y largo plazo.
Que uno de cada cinco adolescentes haya consumido hipnosedantes no significa que exista una adicción en ellos, explican los especialistas. De hecho, en algunos casos, los fármacos pueden haber sido correctamente recetados y el consumo haber sido adecuado. Sin embargo, pese a que haya receta, las características de estos fármacos, eficientes e inmediatos, hace que se usen más de lo prescrito.
Pico ejemplifica: “A lo mejor te dicen que tomes medio comprimido de tal pastilla si te sientes mal, pero [el paciente] lo empieza a tomar todos los días y muchas veces. O que en tres semanas se retire, pero no lo retiran”. Otra vía de consumo que menciona es la “prescripción familiar, que es peligrosa”, cuando en el botiquín familiar hay alguno de estos fármacos y se recetan sin conocimiento.
La ESTUDES del 2023 indica que el 9,7% de los alumnos admite haber tomado hipnosedantes sin que se los haya recetado un médico. Y la edad de inicio en el consumo se ha mantenido entre 14 y 15 años.
Por esta razón, Caretti resalta: “[La mayoría de los psiquiatras infantojuveniles] huimos de dar pautas fijas y regulares (que todos los días se tomen) porque generan mucha adicción y se entiende que en la adolescencia no hay mucho control”. Se recetan más para las “pautas de rescate”: que se tome en momentos puntuales. En cuanto al insomnio, aclara, sí son pautas más regulares.
Más chicas que chicos
La ESTUDES resalta que existe una diferencia de género en la ingesta de este tipo de sustancias. Mientras que el 26,1% de mujeres dice haberlo consumido alguna vez en la vida, la cifra se reduce casi a la mitad en chicos, 13,3%. En esa línea, el Estudio HBSC concluye que son las chicas quienes sienten más soledad, les importa más la imagen corporal y tienen más malestares relacionados con la ansiedad.
Caretti observa esta diferencia en consulta: el tema de las redes sociales, la identidad, el cuerpo y la imagen pesa más en las chicas, dice. “Hay disconformidad con el cuerpo, presión con estar bellas, con gustar desde la imagen. El adolescente hombre también está complicado en estos momentos, pero igual es menos”, añade.
La organización FAD Juventud, cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida de este grupo, atiende a jóvenes con problemas por adicciones desde la década de los ochenta, pero en 2022, a raíz de la pandemia, agregó a su programa el bienestar emocional. Según su informe de 2024, las consultas más frecuentes entre los jóvenes de 15 a 29 años han sido por salud mental (52,4%) ―como ansiedad, depresión, ideación suicida―. Eulalia Alemany, directora de innovación y programas, explica que antes se trataba más la adicción a la heroína o cocaína, “pero ahora estamos con los malestares; recibimos ansiedad, depresión, ha cambiado la motivación de los consumos”. Y añade que en las consultas también evidencian la diferencia de género.
Según la encuesta publicada el miércoles por Sanidad, la familia sigue siendo el principal apoyo de los chavales: 6 de cada 10 considera alto ese apoyo. Siendo los hombres quienes más lo perciben, así como los más pequeños. En cuanto al apoyo de los compañeros de la escuela y del profesorado, el 55,5% y el 43,6%, respectivamente, lo consideran bueno.
Para pedir este apoyo es necesario que los jóvenes confíen en si mismos y tengan espacios de diálogo con adultos. Sin embargo, una encuesta de Educo (a 500 escolares) publicada este viernes, sobre el trato que tienen los adultos a los chicos, resalta que el 60% de escolares asegura que no se confía en su capacidad para resolver conflictos. Y casi un tercio afirma no comprender el lenguaje de las personas adultas correctamente. Esto tiene un impacto directo en su confianza y autoestima, sostienen los autores.
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