La cena previa a la final en Los Alcázares Reales sufrió la ausencia de uno de los invitados a la mesa de honor, Florentino Pérez. Sí estuvo su homólogo, Joan Laporta, que tuvo a sueldo durante siete años (2003-2010) al entonces vicepresidente del CTA, Enríquez Negreira. Hubiera sido suficiente razón para que, por la dignidad de su cargo, Florentino no quisiera cenar en semejante compañía. Podrían haberlo sido también sus dolosas maniobras para, con la anuencia del dócil González Uribes, mantener a Olmo en la plantilla contraviniendo la normativa vigente. Pero no, no fue esa la razón. La razón fue la comparecencia en collera de los árbitros de la final y su queja contra los vídeos de RMTV. Un acto atolondrado y botarate de dos marmolillos que no pudo resultar más inoportuno y vino a confirmar la falta de brújula del CTA, que preside el poco esclarecido Medina Cantalejo.
Fue eso lo que Florentino aprovechó para organizar otra de esas performances exageradas con las que, tengo para mí, trata de conformar cada poco al sector más radical de su afición, a fin de compensar su indulgencia cómplice para con las cosas del Barça, al que incluso ayuda a buscar palancas más o menos fantasmales. El adversario natural del club es ahora lo único del planeta fútbol que mira con simpatía Florentino, que ha invertido el papel histórico del Real Madrid, siempre viga maestra del sistema, en una organización anti, que ataca a instituciones y competiciones con el furor iconoclasta con que El Cojo Manteca rompía faroles. Todo con exquisito respeto al Barça, el único compañero en la inexistente aventura de la Superliga, aquella ensoñación con la que pretendió entrar en la historia como el gran reformador.
Florentino se maneja mucho por encuestas y sin duda ha de encontrarse con frecuencia con la perplejidad de los socios por la inacción del club ante los excesos del Barça, incluso por su insistente apoyo para que Laporta pueda sacar su proyecto adelante; así que cada poco se cubre de pinturas de guerra invocando causas como el calendario, Tebas, la nueva Champions, los árbitros… Así va dando carnaza y transformando a un madridismo que de forma insensible va dejando de sentirse como el pueblo elegido para adoptar el papel de pueblo perseguido.
Por fortuna, a la necedad botarate de los dos cebollinos y a las amenazas del Madrid de no presentarse a jugar, filtradas por los oscuros vericuetos habituales, sucedió una estupenda final. Pero la crispación que alimenta constantemente Florentino provocó un feo sarpullido final, cuando Rüdiger llegó a lanzar hielo al árbitro y tanto él, que ya veremos qué castigo recibe, como Lucas Vázquez y Bellingham fueron expulsados. ¿Dónde quedó aquello de “cuando pierden dan la mano…”? El estado de permanente irritación no es bueno para nada. En pocas semanas hemos visto a un tipo tan templado como Ancelotti amenazar con no presentar al equipo si le volvían a poner dos partidos en menos de 72 horas (la tuvo que envainar inmediatamente), a Camavinga ganarse una expulsión tonta por alejar un balón al final del partido del Arsenal y perderse la vuelta, a Mbappé hacer una entrada horrorosa a Antonio Blanco en Vitoria… Signos de un comportamiento inadecuado en personajes del equipo no inclinados habitualmente al camorrismo. Y en general, lo aprecie o no, el Madrid empieza a ser percibido como un club antisistema, protestón contra todo lo que no sean los privilegios de que disfruta el Barça. Nunca antes fue así.
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