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Un papa contra la polarización que ataca la raíz ideológica de Trump

Para comprobar el giro que ha significado el cambio de papa, basta recordar unas polémicas palabras de Francisco en 2019, cuando le regalaron un libro sobre las campañas organizadas contra él desde los círculos ultraconservadores de Estados Unidos: “¡Para mí es un honor que me ataquen los americanos!”. Hablaba un papa del sur del mundo, que ha tenido la principal oposición en la esfera católica tradicionalista norteamericano, y que se ha enfrentado abiertamente a Donald Trump. Pero su sucesor es estadounidense, y esto cambiará todo.

El propio León XIV, según ha contado un colaborador, el sacerdote español Jordi Bertomeu, se descartaba antes de entrar al cónclave. Al despedirse, Bertomeu le dijo que a lo mejor la próxima vez que le veía iba vestido de blanco, y don Robert, como llamaban en el Vaticano al cardenal Robert Francis Prevost, respondió: “Nunca verás un estadounidense vestido de blanco”. Pero es como se le ve ahora, se ha roto un tabú, y las implicaciones son enormes en un país en el que Trump, hace unos días, se presentaba vestido de papa en una imagen generada por IA. De pronto, quizá ya es el segundo estadounidense más importante del mundo, no el primero. Era una foto reveladora: a su manera, Trump estaba diciendo que le interesaba el cónclave. En esos días su antiguo ideólogo de cabecera, Steve Bannon, advertía que Prevost podía ser el próximo papa. Habían visto un enemigo peligroso.

León XIV es el primer papa de Estados Unidos y también el segundo papa latinoamericano. Puede hablar directamente, no solo a los católicos de Estados Unidos, sino también con mucho más impacto a los de origen latinoamericano. Pero sobre todo puede hablar de tú a tú a Trump, en su mismo idioma, ya no es un papa al que puede tratar como un intruso o un peligroso marxista, como hacía con Francisco. Prevost puede erigirse como voz de autoridad moral ante Trump, y con una actitud dialogante. “Es su mundo, habla como ellos. Se ha vuelto imposible para los católicos del entorno de Trump decir que el Papa no ama Estados Unidos, que no conoce el país… Ya no les creerán”, explica Massimo Faggioli, profesor del Departamento de Teología y Ciencias Religiosas de la Villanova University, en Filadelfia, donde estudió Prevost.

Con la elección de León XIV la Iglesia católica ha tomado una precisa decisión geopolítica ―aunque no haya sido la única razón―, quizá equiparable a la de 1978, cuando eligió a un papa polaco en plena Guerra Fría. La Casa Blanca de Ronald Reagan encontró entonces un aliado precioso contra el bloque soviético. Juan Pablo II viajaba a Polonia y se convertía en el auténtico líder de la oposición a Moscú. Es para preguntarse qué ocurrirá cuando León XIV viaje a Estados Unidos, si lo hace, una de las preguntas en el aire en este momento. Francisco nunca fue a Argentina, tenía una relación compleja con su patria.

Pero si León XIV puede tener un impacto positivo en su país, por otro lado también es para preguntarse si se ha creado un obstáculo inédito en la diplomacia vaticana: cómo afectará que haya un papa de Estados Unidos a las relaciones con Rusia, China, Israel, el mundo árabe, el sur del mundo. Qué dirá de la guerra de Ucrania, de Gaza. También es un misterio cómo será su relación con Europa. Son interrogantes complejos, y a esto se debía precisamente el tradicional tabú de que un pontífice no podía ser de la primera potencia mundial. En todo ello, será clave el papel de la maquinaria diplomática vaticana y la secretaría de Estado, ahora en manos de Pietro Parolin, aunque otra de las preguntas en el aire es si seguirá o no en su puesto.

Con su apuesta por Prevost, el Vaticano entra en el corazón del choque cultural y político del mundo actual, el epicentro de la polarización mundial, y lo hace con un papa que desarma de varios argumentos al populismo que representa Trump. Porque buena parte de la pelea es por la bandera de los valores cristianos, ondeada como defensa de las tradiciones desde la Casa Blanca a Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría o Vox en España.

Faggioli es autor del libro, publicado en Italia, De Dios a Trump. Crisis católica y política americana (Editrice Morcelliana), y desde hace tiempo señala las implicaciones profundas de la deriva del catolicismo en este país en la política estadounidense. “Trump sabe que ya no puede permitirse tratar a un papa estadounidense como trataron a Bergoglio, porque no será aceptado por muchos ciudadanos. De momento lo estudia, es un animal político, olfatea y sabe que algo ha cambiado. Esa foto vestido de papa, lo que ha hecho con los católicos, jamás lo habría hecho con otras religiones, que se sentirían ofendidas por la corrección política. Pero es que Trump cree que el catolicismo es suyo, que lo ha salvado de los comunistas y que puede usarlo. Pero desde ahora es un poco más difícil”, razona este estudioso.

En el Vaticano, no obstante, hay quien piensa que Trump en realidad está contento de que haya un papa estadounidense, porque cree que con él se podrá entender. Le interesa, si no tenerlo de su parte en la batalla cultural, al menos no como enemigo declarado, pues es algo que chirría en su discurso político de defensa de los valores tradicionales.

Para comprender de dónde sale este ascendente de Trump en el mundo católico, que es el 20% de la población de Estados Unidos y que, según las encuestas, votó por él en un 56%, hay que mirar a su vicepresidente J. D. Vance. Es católico, como el secretario de Estado, Marco Rubio, y representa bien el nuevo mundo católico ultraconservador. Vance, de formación protestante, pero no practicante, se bautizó como católico en 2019. Y es aquí donde la cuestión se pone interesante, en un plano filosófico que tiene más importancia de la que parece, por sus efectos en la política y a la vista de quién es el nuevo papa: Vance eligió como su patrón a un converso como él, San Agustín, el santo que inspira la orden de León XIV. En una entrevista, Vance explicó que leer las Confesiones le cambió la vida: “Una de las razones por las que volví al cristianismo fue que provenía de un mundo que no era superintelectual sobre la fe cristiana. (…) Agustín me ha dado un modo de comprender la fe cristiana fuertemente intelectual”.

La enseñanza de San Agustín

Así es, y Vance no es el único, en realidad San Agustín es desde los años noventa la gran estrella espiritual y política, el santo favorito, del nuevo catolicismo ultra estadounidense, muy presente e influyente en el entorno de Trump. El propio Joe Biden, católico, citó al santo de Hipona (actual Argelia) en su discurso de investidura de 2021. “Vance forma parte de una legión de jóvenes que han seguido el mismo itinerario, del ateísmo a la aversión radical hacia la cultura liberal, hasta una forma de cristianismo inspirada en San Agustín. Los seminarios católicos están llenos de chicos que piensan así”, ha explicado David Deane, teólogo experto en el catolicismo de la nueva derecha de EE UU.

De ahí sale, además de una doctrina sexual conservadora, el elogio del celibato, la pasión por la misa en latín, una concepción tradicional del papel de la mujer. La misma nostalgia, en clave religiosa, que nutre el populismo de extrema derecha en EE UU y en Europa. Uno de los institutos teológicos de referencia norteamericanos es el Augustine Institute, que en 2024 compró un centro de formación de la Boeing en las afueras de St. Louis, de más de 1.000 metros cuadrados, para convertirlo en campus.

Vance está tan crecido e imbuido en su nueva fe que cita a San Agustín para justificar sus políticas, incluso la deportación masiva de inmigrantes. En febrero, argumentó que el ordo amoris agustiano, el orden del amor, enseña que los deberes morales de una persona son mayores con la familia y la comunidad más cercana que con “un extraño que vive a miles de kilómetros de distancia” e invitó en redes sociales a buscar ordo amoris en Google. El mismo Francisco le respondió en una durísima carta a los obispos de EE UU en que condenaba la política migratoria de Trump que el verdadero ordo amoris es “el que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”.

La gran novedad es que León XIV, un papa estadounidense y agustino, doctor en derecho canónico, licenciado en Matemáticas y Filosofía, será el que le explique a J. D. Vance y todos los católicos estadounidenses lo que quiere decir exactamente San Agustín. Y habrá que ver a quién creen. Es como si hubiera un nuevo sheriff en la ciudad. El nuevo pontífice está llamado a evangelizar a buena parte de su propio pueblo, que ha leído y comprendido mal el mensaje cristiano. Puede ayudar a los católicos a no caer en la trampa del racismo, del nacionalismo, de la discriminación, empezando por Estados Unidos y con onda expansiva en Europa y el resto del mundo.

No es de extrañar que San Agustín fascine a Vance y los suyos, pues es el gran pensador de la cristiandad que se planteó qué hacer ante el colapso del imperio romano de Occidente, de la civilización. Se podría decir que se planteaba, igual que ellos ahora, cómo hacer el imperio romano grande otra vez. De ahí beben para sus teorías, pero leen a San Agustín en clave antiliberal, antimoderna y antihumanista. León XIV hace una lectura muy distinta y ahí les disputará cara a cara la guerra cultural sobre cuál es el camino correcto para Occidente. En Roma tienen la esperanza de que les pueden llegar a hacer caso y que algo cambie. Trump, de 78 años, no entra en estas sutilezas filosóficas, pero toda la estructura ideológica que tiene detrás, sí. Y son los que se quedarán cuando él no esté.

Ahora los católicos estadounidenses ya no solo escucharán solo a Vance y Trump cuando hablen de valores cristianos. Con el añadido de que Prevost es una persona pragmática y conciliadora, que llega precisamente para cerrar heridas, tanto en la Iglesia como fuera, empezando por su propio país. El punto de mayor fricción con la Casa Blanca será la inmigración, los derechos sociales y el medio ambiente, pero es más ortodoxo en cuestiones sexuales y de género. Un aspecto no menor que en el Vaticano también consideran seriamente es que EE UU es el principal donante de la Iglesia católica, y el flujo de dinero se ha reducido estos años. Un papa estadounidense puede volver a hacer fluir dólares hacia el Vaticano, con un déficit de 83 millones.

Viviendo en Perú y Roma, Prevost nunca ha entrado en la pelea que divide a los obispos estadounidenses, es un mediador externo y entre corrientes. En una entrevista de septiembre de 2023 le preguntaron cómo se puede lograr la unidad en la diversidad, y respondió: “Es un verdadero desafío, sobre todo cuando la polarización se ha convertido en el modus operandi de una sociedad que, en vez de buscar la unidad, va de un extremo a otro”. Y lamentaba que se malinterprete la unidad como uniformidad: “Pensar que tú tienes que ser igual que nosotros. No, esto no puede ser”.

Como se sabe, J. D. Vance fue la última visita oficial que recibió Francisco antes de morir, hizo un esfuerzo para verle. “El Papa le vino a decir que por encima de sus ideas políticas, era católico, y no podía olvidar quién era”, señalan fuentes vaticanas. Francisco era consciente de lo que estaba en juego, pero que ya no le tocaría a él resolverlo. Vance volverá el próximo domingo a la plaza de San Pedro a la investidura de León XIV ―Trump aún no lo ha decidido―, y empezará a tener con él la continuación de esa conversación. Una conversación política y religiosa que puede marcar los próximos años.

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