Carla (nombre ficticio), investigadora postdoctoral española en un laboratorio de la Universidad de Harvard, se quedó pálida cuando el pasado jueves leyó el mensaje que le mandaba una amiga. La Administración de Donald Trump había prohibido a Harvard seguir aceptando estudiantes extranjeros, con efecto inmediato: los que ya estaban allí tenían 30 días para encontrar otra universidad, o marcharse. ¿Le afectaba eso?, se interesaba la amiga. Y tanto que sí. Carla trabaja en un proyecto médico puntero y está a mitad de su investigación, que podría arrojar avances clave en varias enfermedades graves de gran incidencia. “Si me tengo que ir, me parte por la mitad”, se lamenta, aún conmocionada.
“No puedo llevarme el proyecto. No podría desarrollarlo en otro sitio. Los modelos que utilizamos en el laboratorio están muy implantados en Harvard y desarrollarlos en otra institución llevaría años… es que ni siquiera en otra universidad lo podría acabar… sería abandonar esta cosa, intentar algo nuevo y fuera”, explica la científica, que no quiere ser identificada por temor a que ello pueda afectar su estatus legal en Estados Unidos.
Los acontecimientos se han desarrollado muy rápido. Tras la carta que la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, envió al rector de Harvard, Alan Garber, la universidad más rica de Estados Unidos apeló contra la prohibición, que afecta a una cuarta parte del alumnado, unos 6.800 estudiantes. Una jueza ha emitido una orden temporal que paraliza la orden del Gobierno. Pero para muchos científicos, internacionales y estadounidenses, este paso de la Administración Trump es la gota que colma el vaso en una serie de medidas para recortar y restringir la investigación científica.
Muchos se plantean cambiar de carrera o buscan alternativas para desarrollar sus investigaciones en otros países: un éxodo científico que algunos en el sector llegan a comparar con la fuga de cerebros en la Alemania nazi y del que España, Europa y países como China intentan aprovecharse. Aunque su preferencia, desde luego, es continuar su investigación en Harvard, desde el jueves la propia Carla piensa en posibles planes B por si acaso. “No hay futuro aquí”, se lamenta.
No es solo la presión sobre las universidades. También es el recorte de fondos a las instituciones y agencias científicas: en un país que en 2024 destinó aproximadamente el 3,5% de su PIB de casi 30 billones de dólares (26 millones de euros) a la ciencia, el proyecto de ley presupuestaria para 2026 prevé un recorte del 40% para los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés), la mayor agencia pública de investigación científica en el mundo. El hachazo es del 56% para la Fundación Nacional para la Ciencia. ¿La NASA? Su directorio para la ciencia pierde el 50%. Desaparecen miles de millones para la investigación en áreas que desagradan al extremismo conservador, desde el cambio climático a las vacunas. O todo lo que se relacione con la diversidad o la inclusión.
“A España están llegando consultas de equipos enteros de 20, 30 personas… Jefes de equipo que tienen interés en venir y preguntan si pueden traer a todo su grupo de investigación”, explica Ana Muñoz, presidenta de la red de científicos españoles en Estados Unidos (Ecusa). Esta asociación promueve un pacto por la ciencia que permita atraer a España a la mayor cantidad posible de este talento en busca de un lugar que lo aprecie.
Es todo un tiro en el pie para un país como Estados Unidos, que basa su papel como primera potencia en buena parte en su capacidad de innovación, sus laboratorios punteros y su mimo a la excelencia científica, que atrae a los mejores cerebros mundiales. Mucha de la investigación que se desarrolla en el país está en manos de científicos internacionales. En la categoría de postdoctorado, la élite de la élite, el 60% de los cerca de 72.000 expertos en ese nivel han nacido en el extranjero.
Pero Trump parece dispuesto a seguir por el camino del enfrentamiento y las cortapisas. Apenas horas después del veto judicial, firmó una orden ejecutiva sobre “el estándar de oro científico” en la que dejó claro, en blanco sobre negro, su desconfianza hacia la comunidad investigadora y establecía a la Administración como filtro para decidir qué es lo que constituye una ciencia válida.
Otros españoles, expertos de otras nacionalidades, o incluso estadounidenses, deshojan la misma margarita que Carla. Idoya (otro nombre supuesto), que también pasó por Harvard y ahora está en otra universidad puntera en la costa Este de EE UU, lleva más de una década en puestos de investigación científica en países de habla inglesa, y más de un lustro en la primera potencia. Admite que pese a haber sido activa en la defensa de derechos, tanto en su España natal como en otros lugares donde ha vivido, jamás se había sentido inquieta por participar en una manifestación o ejercer el derecho a la libre expresión. Ahora sí. “Hay un clima de persecución”, denuncia.
“El miedo es quién vaya a ser el siguiente. En otras universidades, aunque no hayamos sufrido una persecución como la de Columbia o Harvard, también nos está afectando el tema de la financiación. Cada semana se están cancelando convocatorias de un día para otro… La gente tiene miedo de que haya despidos, de que se corten programas de investigación”, agrega Idoya, que de marcharse tendría que renunciar a su propio laboratorio y a una prometedora carrera académica en el país que describe como “otra liga, la NBA de la ciencia”.
“Estoy intentando que no cunda el pánico. Pero ya estoy empezando a valorar cuál es mi opción B. Yo siempre he pensado que a la larga en mi carrera me gustaría volver a España, pero contaba con estar aquí aún unos cuantos años, y ahora tengo la sensación de que se acaba… Estoy mirando sobre todo financiación europea y tratado de hacer cuentas cuando salen convocatorias”, asegura.
Las miras de los afectados se encuentran puestas en Europa, sobre todo, por cuestiones de afinidad cultural. Pero otros países también se apresuran a acelerar programas de captación de talento. Apenas horas después de la misiva de la secretaria Noem, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong lanzó una oferta de acogida a todos los estudiantes extranjeros de Harvard que busquen dónde continuar sus cursos. China, país de origen de un tercio de los alumnos internacionales de la institución de Massachusetts, también ofrece puestos y medios para los mejores cerebros.
“Es una oportunidad como no va a haber otra” para aprovechar el talento que menosprecia Trump, insiste Muñoz. El pacto por la ciencia que promueve Ecusa busca no solo facilitar el regreso de científicos españoles que lo deseen, sino también la llegada de científicos de otras nacionalidades. “Toda la investigación que se quiera ir para allá, incluso empresas”.
Según explica esta académica, “no es solo cuestión de dinero, sino de inventiva. Estamos hablando de beneficios fiscales, de tejido empresarial, de simplificación de trámites burocráticos insalvables que tenemos que plantearnos si queremos que estén ahí, para que podamos ser competitivos”.
La Unión Europea ha ofrecido este mes 500 millones de euros para un programa imán para los investigadores. Francia promete cien millones de euros. Noruega, nueve millones de coronas (1,2 millones de euros). El Reino Unido se plantea 50 millones de libras (unos 60 millones de euros) para un programa que algunos de los participantes apodan en privado “Paperclip”, en alusión a la operación de Estados Unidos para atraer talento de la Alemania nazi tras la Segunda Guerra Mundial. España también ha puesto sobre la mesa casi 40 millones de euros en tres años para la captación de talento, que en el pasado ya logró atraer a 58 científicos, la mayoría españoles.
Aunque el interés está ahí, no está claro hasta qué punto el talento ahora en Estados Unidos se acabará marchando. Hasta el momento no hay cifras disponibles, y científicos como Carla o Idoya dejan claro que, en caso de poder continuar, hoy por hoy su preferencia sigue siendo quedarse.
Europa puede ofrecer ventajas como una sanidad pública, vacaciones más largas y permisos de maternidad más prolongados que al otro lado del Atlántico. Pero la primera potencia sigue teniendo ventaja, y mucha, en cuanto a los salarios, mucho más cuantiosos, las posibilidades de progresión o el prestigio. “El sistema americano es más meritocrático para la gente joven”, reconoce Idoya.
Pero en igualdad de oportunidades, agrega, “muchos investigadores españoles, gente de mucho prestigio, incluso candidatos al Nobel, claro que volverían”. No es tanto una cuestión de sueldo, subraya: “La gente que trabaja en este sector no se mueve tanto por el dinero, o estaría en la industria privada ganando bastante más”.
Para Idoya, el factor clave para cambiar es “la estabilidad”. Que los proyectos que se ofrezcan no sean solo programas a corto plazo, sin continuidad cuando expiren. Y que se encaminen no solo a los grandes nombres, sino también a los investigadores jóvenes.
“En Europa tenemos muy buena infraestructura. No es como hace 30 años, que parecía que solo se podía investigar en Estados Unidos. Lo que falla es el apoyo económico a la gente que está empezando, y a la gente independiente”, considera.
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