A Donald Trump le gusta mucho ser presidente de Estados Unidos: le encantan la pompa, el boato, los halagos y la sensación de poder puro que rodean el cargo. Pero aún más que eso adora ser candidato: tener ante sí a masas enfervorecidas que le aplauden cada palabra, poder pronunciar cualquier promesa, por improbable que pueda sonar, sin que la realidad se la eche por tierra.
Encaja, por tanto, que vaya a celebrar sus primeros 100 días de mandato, el hito que se había marcado para poner en marcha la mayor parte de sus compromisos electorales —por ambiciosos que fueran o por muchas bofetadas que se dieran con la realidad—, con un mitin en las afueras de Detroit, cuna de la industria automovilística estadounidense, como si estuviera en plena campaña. El acto se ha convocado para este martes.
Es una manera de galvanizar a los suyos en un momento delicado, cuando las encuestas revelan una fuerte caída en su popularidad y ha comenzado a recibir reveses tras unas primeras semanas en que parecía que nadie se atrevía a toserle. La Universidad de Harvard, a la que amenaza con retirarle miles de millones de dólares en fondos federales, ha presentado una demanda contra él. Varios tribunales, incluido el Supremo, se han pronunciado de manera contraria a lo que él esperaba sobre algunas de sus propuestas. Un baño de multitudes, confía el presidente, puede ser una manera de romper la racha.
“Trump cuenta con un enorme poder de atracción sobre los suyos”, recuerda el analista político y encuestador Frank Luntz. “Puede hacer que el Partido Republicano cambie ideas que ha mantenido toda la vida. No de la noche a la mañana, pero tampoco en tanto tiempo. Hace 15 años, los republicanos eran el partido de la intervención en el extranjero, el partido de los programas contra el sida en África, el partido del libre comercio. Hoy día no son nada de eso. Y es a causa de Donald Trump, de su influencia y la atracción que genera entre los suyos”, sostiene. El experto concluye: “No hay ni ha habido en ninguna parte ni en ningún momento mejor comunicador que Donald Trump para sus votantes”.
El lugar seleccionado no es casualidad. La localidad, Warren, es una de las zonas más republicanas de todo el Estado de Míchigan, y el presidente se garantiza el estar muy arropado por los suyos para una celebración que llega cuando los sondeos, incluidos los de su cadena de televisión favorita, la muy conservadora Fox, le propinan un varapalo unánime: sus medidas, desde la imposición de aranceles a su drástica política migratoria, son impopulares y la mayoría del electorado cree que se ha excedido en su anhelo por acumular poder; su popularidad, que rondó el 55% en sus primeros días de mandato, se ha pegado un batacazo y llega a caer hasta el 39% en algunos de los últimos sondeos.
Pero además, Warren es un importante centro de la industria automovilística estadounidense, esa que Trump promete que gracias a los fuertes gravámenes introducidos a los vehículos extranjeros, con los aranceles, va a recuperar los tiempos gloriosos de los años cincuenta, cuando fue la punta de lanza de la economía del país y, por ende, de Occidente.
Y Míchigan es uno de los Estados bisagra que su rival demócrata Joe Biden ganó en 2020 y que Trump arrebató a los demócratas para proclamarse vencedor en las elecciones del pasado noviembre.
El hecho en sí de que conmemore sus 100 días de mandato con un mitin es algo poco común. Habitualmente los presidentes estadounidenses no dedican un acto específico a marcar la efeméride, algo que suele reservarse a las coberturas de los medios, que aprovechan la fecha para analizar la trayectoria seguida por la Casa Blanca de turno en sus primeros meses de mandato.
Trump ya conmemoró los primeros 100 días de su primer mandato de una manera similar, con un acto con votantes en Harrisburg, Pensilvania, en 2017. Pero esta vez quiere tomar la iniciativa para grabar a fuego entre sus seguidores el mensaje de que estos primeros meses han sido un éxito. Por medios ortodoxos —su mitin en Míchigan, ruedas de prensa diarias de su portavoz Karoline Leavitt y sus secretarios de Gabinete, anuncios que refuerzan sus políticas, como el lanzado este lunes sobre un aumento de las redadas contra los inmigrantes ilegales— y también heterodoxos: este lunes, el acceso norte al ala Oeste de la Casa Blanca estaba sembrado de carteles con las imágenes de inmigrantes irregulares acusados de delitos graves y deportados.
Según Luntz, Trump actúa como si aún estuviera en campaña, y habla dirigiéndose únicamente a su público. Es un cambio con respecto a la tradición, por la que una vez asumido el poder los presidentes, aunque sea solo de palabra, aseguran que tratan de gobernar para todos los estadounidenses, no solo para sus votantes. “Se comunica como si hablara para un mitin. Lo han visto en su intervención ante las dos Cámaras del Congreso, en sus ruedas de prensa, en el acto en la Rosaleda el llamado día de la liberación, cuando anunció los aranceles”, explica.
En parte, apunta el experto, se debe a que el presidente considera que durante décadas los votantes republicanos fueron maltratados por los políticos demócratas y ahora quiere nivelar el terreno de juego. Pero legislar exclusivamente para una parte de la población, advierte el analista, tiene el riesgo de generar el rechazo de los votantes independientes, un porcentaje pequeño del electorado pero que fue clave para darle la victoria en noviembre.
“Sus políticas, con la excepción de los aranceles, aún son populares, pero el modo de ponerlas en práctica está recibiendo cada vez más oposición y está generando malestar entre los independientes. Los republicanos lo adoran, y siempre va a ser así. Pero para entender la opinión pública estadounidense hay que mirar a los independientes, al centro. No es tan grande, es un 25% del país, pero ese centro se está alejando de él. Se ve en las encuestas de valoración de su gestión. No necesariamente se oponen a lo que hace, pero sí se oponen a cómo lo hace”, explica.
En opinión del encuestador, tiene que tener cuidado: “Si mantiene la comunicación como está ahora, acabará erosionando ese apoyo inicial a lo que intenta hacer. La gente estaba harta de Joe Biden, su predecesor, de la inacción, del silencio, de que no pasara nada. Así que cuando Trump desembarcó, contaba con una aprobación 11 puntos mayor que la desaprobación que recibía. Algo que no había tenido nunca en su primer mandato. Todo eso ahora ha desaparecido”, advierte Luntz.
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