En este 2025 hace una década desde que José Luis Serzo presentara en el Museo ABC, en el marco del programa Conexiones, que entonces organizaba este centro junto a la Fundación Banco Santander, la que hasta entonces era su mayor exposición en la capital: “Ensayos para una gran obra”. Se componía fundamentalmente de dibujos, dos de ellos de formato extenso -algunos más conceptuales, otros más íntimos- que articulaban un relato propio a partir de dos trabajos que formaban parte de los fondos de aquellas instituciones: obras de Ignacio Pinazo y de Sileno.
La exhibición que ahora le brinda la Galería Álvaro Alcázar de Madrid también supone una conversación con dos artistas del pasado, pero desde perspectivas diferentes. Explica Serzo que, durante un viaje a Bélgica, decidió visitar en Ostende la casa museo de James Ensor, uno de los autores que con mayor crudeza dejaron que su obra materializara las crisis espirituales de fines del siglo XIX. Comenzó pintando a algunos de los personajes más humildes de su ciudad para, paulatinamente, tomar un camino de rebelión individual frente a las hipocresías que manifestaba encontrar en la burguesía de su época; desplegó un humor muy incisivo y patético que plasmó en fantasías grotescas de máscaras y calaveras. Sus alegorías y símbolos se entrecruzaban con la comedia, el absurdo y lo funesto. Es difícil saber si la soledad que cultivó casi con esmero durante su vida fue causa, consecuencia (o ambas opciones, o ninguna) de esas composiciones.
En el museo del creador de La entrada de Cristo en Bruselas, imaginó Serzo qué habría ocurrido si Ensor hubiese conocido a Gutiérrez Solana, qué conversación hubiesen mantenido o cuánto de incómodo habría sido su silencio. El madrileño, que también empezó interesándose por los barrios humildes y de sabor más potente de la capital, optó por idear con aquellos tipos populares alineaciones de seres siniestros con fondo oscuro y aire tétrico; compartió con el pintor belga, que fue su contemporáneo, su gusto por lo macabro y por las máscaras, un aire surreal y alucinado, aunque la paleta de Solana fue más austera, con tonos parduzcos de resonancias escatológicas.
Dado que le resultaba muy difícil poner palabras a su charla, eligió Serzo entonces recrearla en su cuaderno de dibujo. En base a esas inquietudes comunes que hemos mencionado, muchos historiadores han relacionado su obra, pero se desconoce realmente qué pudieron pensar el uno del otro.
Desde el papel, ese encuentro imaginario ha saltado a la escultura en esta exposición, titulada precisamente “Mascarada de sobremesa. Tributo a un incómodo silencio entre Ensor & Solana”: se trata de una pieza a tamaño real en la que media entre ellos, en su mesa común, aquello que los unió; en palabras de Serzo: Un manjar de caretas, un enorme montón de máscaras jugosas, o incluso putrefactas, llena de diablos, calaveras, bufones deformes, esperpentos peripatéticos, quizá alguna bruja, mujer pájaro o lagarto. Rostros vacíos desparramándose por toda la mesa como plato principal, o para acompañar el silencio de los postres entre estos dos inquietantes pintores.
Para subrayar, además, esa hipotética tensión del silencio, la mesa y las sillas han quedado sin patas, de modo que los protagonistas permanecen sentados en el aire en equilibrio precario, y sosteniendo ellos mismos el tablero.
Se acompaña esta obra en la muestra, justamente, de representaciones de otros posibles encuentros y de algunas más de esas máscaras que Serzo concibió que pudieron haber pintado o elucubrado. Evidentemente, él forma también parte de esta sobremesa misteriosa y mortuoria; lo carnavalesco es sustrato indisociable de su obra, ligada desde sus comienzos a la imaginería del arte popular (gigantes y cabezudos), al deseo de captar una realidad otra (miedos y deseos habitualmente ocultos) y a las simetrías distorsionadas.
José Luis Serzo. “Mascarada de sobremesa. Tributo a un incómodo silencio entre Ensor & Solana”
C/ Saturnino Calleja, 3
Madrid
Del 8 de mayo al 16 de junio de 2025
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