El papa Francisco, aún convaleciente, visitó pocos días antes de morir el que iba a ser su lugar de sepultura: la basílica de Santa María la Mayor. El sábado 12 de abril, previo al inicio de la Semana Santa, como hizo tantas otras veces, se colocó frente al icono de la Salus Populi Romani, una de las vírgenes más queridas por los romanos, protectora de su salud, y se recogió en oración. Como era habitual, la oficina de prensa del Vaticano distribuyó una fotografía del Pontífice, de espaldas, frente a la Virgen, que se convertiría en una de sus últimas imágenes en vida.
Mucho tiempo antes, el Papa había decidido que sus restos mortales reposarían en Santa María la Mayor en vez de en la cripta vaticana, debajo de la basílica de San Pedro, donde fueron enterrados la mayoría de sus antecesores. Francisco es el primer pontífice en 120 años que descansará fuera de los muros del Vaticano. Sus restos mortales serán trasladados a esta basílica romana el sábado, después del funeral.
Este jueves, el templo ya se había convertido en un hormiguero de turistas, peregrinos y curiosos que se acercaban a ver la sepultura, aun en fase de preparación.
El Papa argentino será enterrado en una tumba “sencilla”, como él mismo dejó escrito, que estará en el suelo y tendrá una única inscripción: “Franciscus”, su nombre papal en latín. La sepultura se encuentra en la nave izquierda de la basílica, entre la capilla de la familia Sforza y la capilla Paulina, un gran espacio ricamente decorado, construido en el siglo XVII a instancias del papa Pablo V. En él se encuentran su tumba y la de Clemente VIII, así como el icono de la Salus Populi Romani.
Pope Francis will be buried in the Basilica of St. Mary Major in the Pauline Chapel, which houses the ancient icon of Maria Salus Populi Romani, as he requested in his Spiritual Testament.
The Holy See Press Office announced that Dr. Andrea Arcangeli, the Director of the… pic.twitter.com/LqXEHgqzhj
— Vatican News (@VaticanNews) April 21, 2025
Estos días, el reducido espacio donde se ubicará la tumba de Francisco está rodeado por unos paneles de aglomerado. Como se aprecia por una rendija, dentro hay una persona supervisando, como si tomara medidas. El sepulcro está situado entre dos confesionarios: en el de la izquierda se confiesa en español e italiano y en el de la derecha, en francés, inglés e italiano. A media tarde, un sacerdote sale de uno de ellos y lo cierra por fuera momentos antes de que comience una misa en la que el cura pide a los fieles que recen por el difunto y recuerda que a partir del domingo se podrá visitar su sepultura. Al acabar la celebración, los asistentes procesionan delante de la tumba y la mayoría se detiene a tomar fotos. “Creo que introducirán el féretro por ahí y después colocarán una placa”, explica un padre italiano a su hija adolescente señalando a un lado de los paneles.
Dos sacerdotes se toman fotos delante de la instalación y muestran en su móvil la imagen de la tumba destapada que ha distribuido el Vaticano. “Es un momento muy triste, pero también muy emocionante”, dice Anthony Bahdili, sacerdote del Estado indio de Kerala, que lleva un año estudiando en Roma. Cerca de la tumba está la escultura de una Virgen Reina de la Paz, con el niño en brazos.
A pocos metros, en el lado derecho del altar mayor, se ha colocado un conopeo o umbráculo, una pieza de la indumentaria papal que se utilizaba para dar sombra a los pontífices hace siglos y que también se percibía como un símbolo del poder temporal del papado. Es el emblema de la sede apostólica vacante, el período que transcurre tras la muerte o renuncia de un pontífice y la asunción de su sucesor después del cónclave.
Los alrededores de la basílica están tomados por las fuerzas del orden. Hay puestos de control de la policía, los Carabinieri y también del ejército italiano. Una pareja de agentes vestidos de paisano recorre los tenderetes de alrededor de la plaza en los que se vende ropa, accesorios, souvenirs y bisutería, y les recuerdan que el sábado tienen que cerrar. “¿Y el domingo?”, pregunta Abdel Hakim, que regenta uno. “El domingo podéis abrir con normalidad. Sábado cerrado, domingo abierto”, repite el uniformado. “Yo soy musulmán, pero respeto a este Papa, siempre pedía paz”, dice Hakim, de origen pakistaní, que lleva dos décadas en Roma.
Jorge Mario Bergoglio, muy devoto de la Virgen, ya tenía un vínculo especial con la Salus Populi Romani incluso antes de su elección como Pontífice en 2013, y cuando llegó a Roma le encomendó su papado. Como recuerda en su testamento, en el que manifiesta su deseo de que su “último viaje terrenal concluya precisamente en este antiquísimo santuario mariano”, Francisco acudía a este templo para rezar al comienzo y al final de cada viaje apostólico. También fue el primer lugar que visitó tras su salida del hospital el mes pasado, tras pasar 38 días ingresado a causa de una grave neumonía bilateral.
El icono de esta Virgen ha acompañado a Francisco a lo largo de su pontificado en los momentos cruciales. Aquel 27 de marzo de 2020 difícil de olvidar, cuando el Papa rezó por el fin de la pandemia en una plaza de San Pedro completamente desierta, con el mundo confinado en sus casas, a su lado quiso colocar a la Salus Populi Romani, junto al crucifijo de San Marcelo que salvó Roma de una peste en el 1522.
Una basílica con leyenda
Santa María la Mayor está situada en la céntrica colina romana del Esquilino y es una de las cuatro basílicas papales de la capital, junto con San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros. Ya hay otros siete Papas enterrados en este templo, que dista unos cuatro kilómetros del Vaticano, pero todos vivieron hace siglos. También descansan aquí los restos de Paulina, la hermana de Napoleón Bonaparte, y del escultor y arquitecto Gian Lorenzo Bernini, autor de la columnata de la plaza de San Pedro del Vaticano.
Es una iglesia muy antigua, cuyos orígenes se remontan al tiempo de los primeros cristianos. Está también envuelta por la leyenda, pues en Roma se dice que su construcción fue fruto de un milagro. La historia popular cuenta que la noche del 4 de agosto del lejano año 352, la Virgen se apareció en sueños a un pudiente patricio romano, a su esposa y al Papa Liberio, y les pidió que levantaran un templo en su honor en un lugar que les indicaría la mañana siguiente. Al despertarse, encontraron esta zona de Esquilino cubierta de nieve, algo inusual en el periodo estival, e interpretaron que ese era el lugar elegido por la Virgen para edificar el santuario. Ahí se levantó la primera iglesia, que se ha ido transformando a lo largo de los siglos, pero siempre ha mantenido su estructura original —es la única basílica papal que conserva su planta primigenia—, hasta convertirse en la actual Santa María la Mayor, también conocida como Santa María de las Nieves. En Roma, cada 5 de agosto se escenifica la nevada milagrosa con el lanzamiento de pétalos blancos o copos artificiales en los últimos tiempos.
Este templo está particularmente vinculado a la Corona española, sobre todo desde que el papa Alejandro VI (1492-1503) encargó construir su imponente artesonado. La tradición dice que para ello se empleó el primer cargamento de oro llegado de América por decisión de la reina Isabel La Católica.
Todavía puede verse en la entrada una estatua del rey español Felipe IV (1605-1665), benefactor del templo. Desde entonces, la Corona ha contribuido a dar esplendor al edificio con importantes donaciones, convirtiéndolo en el emblema de más 500 años de estrecha relación entre España y el Vaticano. En 1953, el papa Pío XII reconoció con la bula Hispaniarum Fidelitas los “privilegios honoríficos” de España en favor de la basílica. Por eso, los monarcas españoles ostentan el cargo de “protocanónigo honorario”. Juan Carlos I y doña Sofía visitaron el templo en enero de 2018 para inaugurar la nueva iluminación de la basílica papal, patrocinada por una empresa española.
El cardenal Rolandas Makrickas es el arcipreste coadjutor de Santa María la Mayor, es decir, el sacerdote que asiste al arcipreste en sus funciones. Él se ocupa también de cuestiones administrativas y es la única persona que el Papa menciona en su testamento como el encargado de disponer de que sus últimas voluntades se cumplan. Makrickas ha contado al diario romano Il Messaggero cómo Francisco le justificó su decisión: en una ocasión, en 2022, mientras hablaban de las obras de restauración de la capilla paulina, preguntó al Pontífice si él también estaba pensando en ser enterrado allí. El argentino respondió inicialmente que no, pero cambió de opinión al cabo de unos días, tras soñar con la Virgen.
La tumba ha sido sufragada por un benefactor anónimo y Makrickas ha explicado que el mármol de la sepultura procede de Liguria, lugar de origen de parte de la familia del Papa que emigró a Argentina.
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