Se venía con tres goles en contra. El Madrid estaba lejos de mostrar fortaleza futbolística y el Arsenal de Arteta es la personificación del orden. Un equipo que no concede contragolpes y que llegó mentalizado para no cometer ni media imprudencia. Si existiera una graduación de lo increíble, remontar esta eliminatoria tocaba el límite.
Las remontadas son un producto típico del Real Madrid, pero su definición siempre nos ha quedado coja. Esperando al Arsenal me pasé la semana diciendo que para una remontada de ese nivel solo con fútbol no iba a alcanzar. Me faltó decir que sin fútbol es imposible.
En este lío conceptual nos metió la misma remontada, lograda en varias ocasiones sin un argumento que la sostuviera. Llenábamos el hueco con palabras como “magia”, “milagro”, “leyenda épica” y abstracciones así, pero cuando el fenómeno se repetía, nos agrandábamos y dábamos por sentado que era el privilegio de un “pueblo elegido”, como dijo con su habitual acierto Alfredo Relaño.
Se nos lesionaban todos los defensas y remontábamos, nos quedábamos sin tiempo y remontábamos, nos fallaban las piernas y remontábamos, nos bailaban y remontábamos… El problema fue que nos quedábamos sin razones y también remontábamos. Hubo partidos en el Bernabéu en que el estadio entero, jugadores incluidos, parecían haber comido hongos alucinógenos y dejaran de creer en la realidad. Está bien, ¿a quién se le ocurre buscarle razones a tanta felicidad?
Pero nos estamos acercando al problema. El resultado fue que la felicidad explosiva resultante no nos dejó pensar en lo que nos faltaba para seguir remontando, pero racionalmente. Si remontábamos sin defensas, sin tiempo y sin piernas… ¿por qué no podíamos remontar sin laterales, sin Kroos y hasta sin correr? Pero todo tiene un límite, incluso para los pueblos elegidos.
Como no hay club que se lleve tan mal con la derrota como el Real Madrid, ahora asomará uno de sus rasgos favoritos: la indignación. Que tiene el defecto de buscar un culpable. Uno solo. Casi todas las papeletas las tendrá Ancelotti, al que se viene apuntando en voz baja desde hace tiempo. Pero tampoco se salvará Mbappé, porque nos encanta acusar al mejor.
El Arsenal fue mejor a la ida y a la vuelta. Y tuvo una virtud que debiéramos agradecerle: contarnos la verdad. Pero si se trata de repartir culpas, seamos democráticos. La culpa es de todos. Desde mí mismo en condición de aficionado orgulloso de nuestra capacidad para lograr lo imposible, pasando por el club, que no atendió a las señales futbolísticas para diseñar una plantilla equilibrada. Y terminando por una plantilla que, en palabras de Ancelotti, ha perdido compromiso.
De la misma manera que con emoción no alcanza para remontar, con músculo no alcanza para jugar buen fútbol. Pedri es un buen ejemplo. Su físico no asusta a nadie, pero cuando está en el campo consigue poner la casa en orden. ¿Puede un jugador como Pedri influir tanto en el juego? Puede. ¿Puede uno como Kroos dejar tal sensación de orfandad? Puede. Hay verdades universales y un jugador con sentido estratégico logra hacer girar a todo un equipo. Claro que importa el físico, pero siempre que entendamos que el fútbol, antes que un deporte, es un juego. Un juego colectivo en el que hay que lograr que lo distinto se entienda para que el equipo sea una unidad armónica.
En medio de esta celebración de lo físico hace poco le oí a un gran entrenador que solo diferencia dos cosas en un jugador: cómodo o incómodo. ¿Con qué? Con el balón. Si no les alcanza los quince títulos de Ancelotti, que lo cambien por otro. Pero sería ingenuo creer que ahí terminarán los problemas del Madrid.
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