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Las muertes por suicidio de hombres triplican las de mujeres: “Ser varón es en sí mismo un factor de riesgo”

En España, según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística, murieron por suicidio 4.116 personas en 2023. De ellos, el 73,9% fueron hombres (3.044). Esa brecha se ha ido ampliando desde 1980. A nivel mundial los datos son bastante parecidos y hay países donde la disparidad es incluso más elevada. Bangladés, China (hasta aproximadamente principios de los años 2000), Lesoto, Marruecos y Birmania son, en cambio, territorios donde las mujeres tienen o han tenido tasas más altas. El suicidio es, según la OMS, un problema de salud pública que no depende de una sola causa, sino en el que influyen múltiples factores: sociales, culturales, biológicos, psicológicos y ambientales. La persona que se suicida no quiere acabar con su vida, sino con el sufrimiento que padece.

Diferentes expertos e investigadores españoles y extranjeros consultados por este periódico son cautelosos a la hora de buscar una explicación a esta prevalencia. En los estudios publicados aparecen diferentes factores. No tienen por qué ser los únicos ni tampoco darse en todos los casos, pero ayudan a contextualizar y entender un fenómeno global.

Son, entre otros, los factores socioculturales vinculados a las normas de masculinidad como la dificultad para mostrarse vulnerables y pedir ayuda, la resistencia a expresar malestar o a verbalizar problemas, la represión de la tristeza, el miedo o el llanto, la necesidad de hacerse ver fuertes, resolutivos, inmunes a las derrotas incluso en los círculos de confianza.

También una mayor impulsividad y el uso de métodos considerados masculinos (algunos de los cuales son más letales de los métodos considerados como femeninos). Estos factores no provocan un suicidio, pero en determinadas situaciones pueden incrementar el riesgo y la probabilidad de muerte después del acto.

Para Cristina Blanco, doctora en Ciencias Políticas y Sociología y directora del curso de posgrado en Suicidología de la UPV/EHU, hay una grave y preocupante invisibilización de lo masculino en el suicidio. “Si queremos reducir el número de suicidios en España tenemos que abordar el suicidio masculino. De mediana edad, fundamentalmente, en número de muertes, y de mayores de 70 años en cuanto a tasas de muerte. En esa franja de edad rondan los 40 por 100.000 habitantes; la de mujeres de esa misma edad están en los 4 por 100.000, diez veces menos”.

Para Silvia Sara Canetto, profesora de Psicología en la Universidad de Colorado (Estados Unidos) e investigadora en diversidad cultural y de género en relación con el comportamiento suicida y el envejecimiento, “la masculinidad se define de manera diferente según la cultura y el momento histórico”.

Según ella, “es importante examinar los significados locales de las masculinidades en relación con tipos específicos de hombres, según su edad, generación, clase social u orientación sexual, así como las posibles implicaciones que estas definiciones y normas de masculinidad puedan tener sobre la salud mental y el comportamiento suicida”.

José Eduardo Rodríguez, psicólogo clínico en la Unidad de Prevención del Suicidio de Vigo, explica cómo pueden llegar a incidir los factores socio-culturales. “Las expectativas sobre su masculinidad influyen en las ideaciones suicidas de los hombres. El ser resolutivos o anti-emocionales funciona bien en el día a día, con problemas menores, pero cuando ocurren cosas más graves, y tienen que digerirlo, elaborarlo, vemos que los hombres se encuentran con que tienen más dificultades para acceder a las fuentes de ayuda”.

Es lo que, apunta Rodríguez, se conoce como el hombre breadwinner [el que lleva el pan a casa]. “Lo vemos mucho en adultos varones de mediana edad. Muchas veces los disparadores de crisis suicidas son problemas económicos o de despido porque esos varones tienen la expectativa de tener que sustentar económicamente a la familia. Los ves en dificultad porque piensan que lo que se espera de ellos es que no les afecte ni que pidan ayuda, simplemente que tiren para adelante. Esto no significa que si tienen un problema de ese tipo se suicidan, nunca interviene una sola causa, pero si está asociado a algún otro aspecto, puede influir”, añade.

Txema Olaetxea, tiene 62 años, es de Santurtzi (Bizkaia), tiene un trastorno mental diagnosticado desde la adolescencia. Ha tenido varios intentos de suicidio. Reconoce que esa masculinidad estereotipada sí le ha repercutido —junto al sufrir, además, el estigma de padecer una enfermedad mental―. “Nunca he creído en mí mismo. Precisamente por eso a nivel económico y laboral me ha ido siempre muy mal. Y una cosa lleva a la otra. Hemos vivido una vida muy raspada para llegar a final de mes y te comparas con los demás. Viví en un pueblo pequeño y cuando ves que a los demás chicos sus padres le regalan una moto o unas vacaciones y tú no puedes hacer lo mismo con tus hijos, pues repercute mucho”.

Olaetxea, que estudió Magisterio y fue profesor de primaria, acude a diario, desde hace dos años, al hospital de día de la Fundación Argia en Bizkaia. “Aquí nadie me juzga, he encontrado por fin un sitio seguro donde puedo comunicar mis inquietudes. Y no sabes lo que es que un compañero, un tiarrón inmenso, te abraza y te carga las pilas. He aprendido a no sentir vergüenza, a abrazar y que me abracen. Y a llorar. Antes me frenaba muchísimo”.

Iker Peregrina, neuropsicólogo de la educación y experto en suicidiología, recuerda que los hombres sí sienten. “Pero distinto”, explica, “y procesan distinto, han sido socializados para resolver el dolor de otra manera: a través del silencio, del cuerpo, del trabajo, del humor, del alcohol. Cuando los datos de suicidio nos muestran esa diferencia brutal entre varones y mujeres, no sólo hablan de salud mental. Hablan de una crisis identitaria, de una generación de hombres que no sabe cómo pedir ayuda sin sentirse humillados, débiles o fuera de lugar”. Cristina Blanco, además, sostiene que sí piden ayuda, aunque “muy tarde, cuando ya están en un momento de crisis aguda”.

Carmen Galvez Sánchez, coautora del estudio Exploring the Role of Masculinity in Male Suicide: A Systematic Review publicado este año en la revista Psychiatry International, ahonda en una de las conclusiones a la que han llegado haciendo una revisión sistemática de 18 investigaciones en nueve países. “La masculinidad hegemónica influye en las conductas suicidas de los varones a través de los propios mandatos de género que se les impone en su proceso de socialización temprana. Normalmente, son socializados en ser duros, fuertes, en no pedir ayuda, en ser autosuficientes en el sentido en que puedes y debes resolverlo todo tú solo. Y esa idea de hombre proveedor, fuerte, saludable que toma siempre la iniciativa, que no tiene problemas, hace que no pidan ayuda a tiempo y no contemplen muchas veces otras alternativas más allá del suicidio», explica Galvez Sánchez que es doctora en Psicología, terapeuta y profesora de la Universidad de Murcia donde forma parte de un grupo de investigación sobre género y salud que incluye una línea de trabajo sobre masculinidades y salud.

Insiste en la necesidad de promover “masculinidades más saludables e igualitarias” y en implementar políticas de salud de género. Blanco lo confirma. “Es un imperativo social abordar este problema. Yo he preguntado en áreas de igualdad de diferentes administraciones públicas y no tienen programas específicos para hombres. Esa invisibilización de lo masculino en el suicidio ha generado que haya poca investigación sobre género. Faltan, desde luego, estudios cualitativos que nos digan qué les preocupa a los hombres, por qué estarían dispuestos a morir y a vivir. Es un asunto pendiente para comprender su forma de pensar en lugar de presuponerla y no hacer nada”.

También Yolanda Mejías, autora principal del estudio Understanding for Prevention: Qualitative and Quantitative Analyses of Suicide Notes and Forensic Reports publicado en 2023 en International Journal of Environmental Research and Public Health, considera fundamental implantar políticas de salud de género. Enfermera especialista en Salud Mental y Doctora por la universidad de Granada, analizó 286 casos de suicidios en la provincia de Granada accediendo a los informes médicos forenses. “El 77,3% de los fallecidos eran hombres. El 78% presentó, además, problemas de salud física. El 6,3% había acudido previamente o unos días antes del suicidio a urgencias o a consulta por diversos problemas como el empeoramiento de su estado, su enfermedad mental, manifestar ansiedad o incluso comunicar pensamientos suicidas”.

Olaetxea sabe bien de lo que habla Mejías. Y pide que se deje de estigmatizar a las personas que tienen una enfermedad mental. “Sigue siendo un estigma, incluso hay familias donde lo ocultan porque ven como una vergüenza que un hijo tenga una depresión”. Y añade: “La enfermedad mental es dura, no hay analgésico que te quite el dolor como cuando te rompes un brazo. Pero somos personas absolutamente normales, pedimos ser tratadas como tales. Esto no contagia”. Aunque la mochila se hace muy pesada, transmite esto: “Al final se logra convivir con una enfermedad mental”.

Para Dariusz Galasinski, lingüista y profesor de la Universidad de Wrocław (Polonia) que ha escrito un libro analizando 456 notas de suicidio ―290 escritas por hombres― en su país (Discourses of Men‘s Suicide Notes), “ser hombre es en sí mismo un factor de riesgo”. Así lo explica en un intercambio de correos: “Es la variable demográfica que mejor describe el riesgo. Romper una relación, perder a un ser querido y muchos otros factores de riesgo afectan tanto a mujeres como hombres. Y, sin embargo, son ellos los que se quitan la vida con mayor frecuencia. ¿Por qué? Aunque podamos especular sobre modelos de masculinidad, educación, en realidad no lo sabemos”.

Galasinski ha investigado también la depresión masculina. “Uno de los hallazgos clave fue que, en los relatos de hombres deprimidos, la depresión se construía como algo que les arrebataba la masculinidad”.

Por su parte, Canetto, que ha investigado el suicidio en Estados Unidos, apunta esto. “Me he centrado deliberadamente en el suicidio de hombres blancos en EE. UU., ya que este no suele tratarse como un fenómeno cultural. Entre los hallazgos de mi investigación está que las personas blancas tienden a considerar el suicidio como un acto masculino; consideran deshonorable y poco masculino sobrevivir al intento. Sienten que no pueden permitirse sobrevivir, de ahí la paradoja de género del comportamiento suicida. En las comunidades blancas estadounidenses, el suicidio también se percibe como algo particularmente comprensible o permisible si lo hace una persona mayor y/o con una enfermedad o discapacidad. En estas comunidades, el envejecimiento y la enfermedad o discapacidad se consideran una amenaza a la masculinidad”.

José Eduardo Rodríguez, el psicólogo, insiste en transmitir el mensaje de que existen ayudas y son eficaces. Añade, además, un factor más para explicar por qué existe esa disparidad tan elevada de muertes por suicidio entre hombres y mujeres, una mayor impulsividad y el consumo de alcohol. [Según la encuesta europea de salud en España 2020, un 19,7% de hombres bebe alcohol todos los días frente al 5,9% de mujeres]. “Cuando desarrollas una ideación suicida, pasar al acto es algo contra natura porque estamos programados para sobrevivir y, además, hacerse daño a uno mismo genera miedo y hay que afrontarlo: algunos lo hacen consumiendo grandes cantidades de alcohol. Por otro lado, los hombres suelen ser más impulsivos y tienen una transición más rápida desde el pensamiento al acto. No piensas, actúas”.

Si necesita ayuda, tiene pensamientos o ideaciones suicidas puede llamar al 024; al teléfono de la Esperanza (717 003 717) o escribir por WhatsApp al 666 640 665. También ofrece asistencia la Fundación ANAR (900 20 20 10).

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