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Las horas en las que Alemania se asomó a la parálisis

Friedrich Merz lo tenía todo listo a primera hora de la mañana de este martes soleado en Berlín. El democristiano se había traído a Berlín, desde su región natal del Sauerland, un barril de 10 litros de la cerveza local para servirla por la noche a los ministros y colaboradores en la Cancillería Federal. Merz estaba tan convencido de que, al final del día, sería canciller que había puesto el barril a enfriar, según reveló el diario Bild.

A las nueve de la mañana, cuando se abrió la sesión de investidura del Bundestag, nadie sospechaba que en breve todo iba a torcerse. Nadie creía en este momento que, durante unas horas, Alemania quedaría flotando en la incertidumbre, sin canciller operativo y con una inesperada rebelión en sus propias filas que abocaba a la primera economía de Europa a una crisis inédita.

El ambiente era festivo en el hemiciclo y en las tribunas de prensa y de invitados. Ahí estaba Charlotte, la esposa del futuro canciller. Allí Angela Merkel, la excanciller democristiana, del mismo partido que Merz, su vieja rival. Allá los futuros ministros que ya habían tomado las medidas de sus despachos.

La noche anterior, y de nuevo en la mañana del martes, los grupos parlamentarios de la mayoría de democristianos y socialdemócratas se había reunido. Se había asegurado de que no habría sorpresas, de que los 328 diputados de ambos bloques votarían a Merz y superaría así la mayoría absoluta necesaria de 316 diputados.

Pasadas las nueve, arrancó la votación secreta —que fuese secreta es clave en la trama de la jornada— y luego el recuento. Uno de esos ministros, conversando en pie a la espera del resultado, avisó a dos periodistas con semblante grave: “No alcanza”. “¿Está usted de broma?”, replicaron los periodistas. “No, no”.

Cinco minutos después, Julia Klöckner, presidenta del Bundestag, anunciaba el resultado: 310 síes y 307 noes. Merz no alcanzaba la mayoría absoluta, algo que jamás, en la historia de la República Federal, le había ocurrido a un candidato a canciller. El estupor se leía en los rostros de Merz, de su esposa y sus hijas, de Merkel, que abandonó pronto la tribuna, para no regresar.

El resultado significaba que varios diputados de la mayoría —o democristianos, o socialdemócratas, o de ambos partidos— había saboteado la elección de su candidato. Y había que buscar una solución. La cerveza de Sauerland debería esperar. En las horas siguientes, en los pasillos y salones del Reichstag se abrió una carrera paralela para encontrar a los culpables.

Calmar los ánimos

El diputado democristiano Johann Wadephul, ministro in pectore de Exteriores, intentaba calmar los ánimos asegurando que lo ocurrido formaba parte de la “normalidad democrática y parlamentaria”. La situación “es inédita”, admitía el diputado socialdemócrata Nils Schmid, “pero se puede gestionar”.

En sendas reuniones, la CDU/CSU de Merz —la Unión, como se la conoce en Alemania—y el SPD con su nuevo líder, Lars Klingbeil, cerraban filas. A puerta cerrada, el canciller saliente, el socialdemócrata Olaf Scholz, advertía: “Hay que mantener la sangre fría”. Y llamaba a apoyar a Klingbeil y a evitar una crisis que acabase beneficiando a la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD).

“Irresponsables”. Así calificaba a los rebeldes que votaron en contra de Merz Ricarda Lang, expresidenta de Los Verdes, hoy diputada por este partido. “Me puedo imaginar dos cosas”, analizó, “Una, que hay descontento en el SPD con el contrato de coalición y con la política de nombramientos. O que una parte de la Unión juega con fuego para dañar a su propio canciller y crear inestabilidad”.

La búsqueda de los culpables había empezado. Democristianos y socialdemócratas echaban la responsabilidad al otro lado, aunque admitían que, al ser secreto el voto, era imposible saber con certeza su identidad

Una persona del entorno democristiano atribuía la sorpresa a una rebelión en los socialdemócratas. Según esta teoría, estarían insatisfechos con Klingbeil por sus nombramientos, anunciados el lunes, para los ministerios en la coalición con los democristianos. “La sangre aún estaba caliente”. O querrían hacerle pagar a Merz pecados pasados, como el voto en febrero junto a la extrema derecha para endurecer las leyes de inmigración. Según un diputado bávaro, el culpable no cabría buscarlo en el campo conservador, pues sembrar el caos va precisamente, según este argumento, en contra de los valores conservadores.

Los socialdemócratas replicaban que, al contrario, en sus propias filas nadie señaló que iba a votar en contra, como es costumbre, dicen, cuando se prepara un voto de disenso. En un referéndum entre militantes del SPD en abril, el 85% votó a favor del contrato de coalición con los democristianos. La rebelión vendría entonces más bien de los descontentos con Merz en la CDU/CSU, que todavía no ha cerrado las heridas de los años de Merkel.

El resultado en las elecciones del 23 de febrero, una victoria menor de la esperada, mostró la vulnerabilidad de Merz, ubicado en el ala más conservadora y liberal de la derecha alemana. El giro en las semanas posteriores, cuando abandonó la defensa del déficit cero en favor del endeudamiento para invertir en defensa e infraestructuras, llevó a muchos conservadores a acusarlo de “traición”. Un sector del partido, además, defiende suavizar el cordón sanitario que actualmente se aplica a AfD, partido que los servicios de inteligencia acaban de calificar como “extremista de derechas”.

Como en las novelas de Agatha Christie, abundan los sospechosos con motivos variopintos para cometer el crimen. Alguien, en la mayoría de democristianos y socialdemócratas, quiso enviar un aviso a Merz, que en su larga carrera se ha granjeado una nutrida nómina de enemigos en sus filas y en las de las rivales. Alguien quiso decirle: “Recuerda que eres humano”. O alguien calculó mal y provocó un incendio queriendo causar solo un susto.

Los culpables no se han hallado. La solución, visto el daño que el fracaso de la investidura podía provocar para Alemania, llegó enseguida: adelantar la segunda votación al mismo martes y asegurarse de que, esta vez sí, nadie se desmarcase. Merz recibió 325 votos a favor y 289 en contra.

Merkel ya no asistió a la segunda votación: tenía otros compromisos. Ya en la Cancillería, a Merz y a los suyos la cerveza del Sauerland debió de saberles mejor que nunca.

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