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Lamine Yamal, un líder de 17 años

Hace un par de meses expresé en una comida futbolera unas precauciones para con Lamine Yamal que el tiempo se ha apresurado a desmentirme. Estábamos todos de acuerdo en glosar su calidad, pero a mí se me ocurrió poner una objeción: no le veía mejorar. Le seguía viendo igual de bueno (o buenísimo) que un año atrás. Un 8 sobre 10, por así decir, pero detenido ahí. Ni siquiera, dije, se podía asegurar que hubiera hecho más que algunos compañeros, Raphinha y Pedri ejemplo, para el título de Liga del Barça, entonces inminente. Mi reflexión era que le había llegado todo demasiado fácil, que le faltaba estímulo. Dificultades, desde luego, tuvo en su infancia (ya saben, “después del parque de Mataró no temo a nada”) pero en el fútbol todo ha sido para él coser y cantar. Un elegido en lo físico y en lo técnico, criado en esa insuperable academia de La Masia, debutante en el Barça con 15 años, internacional con 16… Todo por su enorme facilidad natural en el manejo del balón y en el entendimiento del juego. El mundo a sus pies cuando aún no puede sacar el carnet de conducir.

Pensé en que a Messi le costó más. Vino a Europa, un mundo desconocido, en busca de un tratamiento que le permitiera mejor desarrollo. La familia tuvo que partirse durante un tiempo, porque la hermana no se adaptó y la madre tuvo que regresar a Argentina con ella. Sufrió una fractura de peroné en la cantera. Llegado al primer equipo se sintió bien desde el principio, pero de inmediato se vio en el ojo del huracán durante el periodo de rivalidad Madrid-Barça más agudo de la historia. Se encontró además con que en la selección argentina tenía que luchar contra el fantasma de Maradona. Y en Europa tuvo la competencia de Cristiano, disputándole el Balón de Oro. Y no digamos este: un niño de Madeira trasplantado a Lisboa, de ahí a Mánchester, luego llegado al Madrid a bombo y platillo, más el estímulo de perseguir a Messi… Los dos tuvieron unas fuertes motivaciones, motor de sendas carreras ambiciosas que aún se niegan a dar por concluidas, a pesar de que ya lo tienen todo.

Ese móvil pensaba yo que le faltaba a Lamine, que por eso se estaba parando. Pero vistas las semifinales ante el Inter tengo que rectificarme abruptamente. Quizá ha encontrado motivación (¿el Balón de Oro, para el que hace nada se hablaba en Barcelona de Raphinha?), o es que le sobra tanta calidad que le desborda, pero el caso es que está jugando a nivel de matrícula de honor. No hace mucho parecían disparatadas las comparaciones con Messi, ahora empiezo a pensar que a esa edad Messi no era aún el hombre al que los compañeros le echaran el balón para que les sacara del apuro. Lamine Yamal lo es, como se vio en el doble partido ante el Inter, por más que no diera para la clasificación a la final (el 4-4 in extremis llegó tras el rebote en el palo de un disparo suyo, que pudo ser el 3-5) y como se ha visto con España en Stuttgart.

Allí compareció bajo todos los focos. Aquí se presentó el partido como un mano a mano por el Balón de Oro entre él y Dembélé, y ya vimos que si eso le afectó en algo fue para bien. Llamó tanto la atención la pleitesía de todo un Oyarzabal, capitán y primer encargado de los penaltis, que se lo cedió, como la tranquilidad con que él lo transformó. Era el segundo de su carrera profesional, el anterior lo había fallado en la tanda ante Holanda en la semifinal de la anterior Liga de Naciones. Hace dos años, Lewandowski le hacía gestos de reproche por no pasarle un balón. Ahora todos, veteranos o noveles, saben que él lleva la cruz de guía.

Ha descubierto de repente nuevos recursos, todos le funcionan, porque elige bien. Sus preciosismos no son lujos, sino soluciones ante emergencias, pero su primera opción es la más sencilla. Si puede, hace la fácil; si es necesario, la difícil, y si no hay otro remedio, lo imposible. Tiene 17 años, le quedan como poco otros 17 de fútbol por delante.

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