Nigel Farage tiene ya un amplio historial a sus espaldas de sorpresas electorales que anticipan un terremoto político que luego nunca se produce. En las elecciones europeas de 2019, el entonces Brexit Party obtuvo un 31% de los votos y la primera posición. Laboristas y conservadores quedaron terceros y quintos, respectivamente. En las generales de julio del año pasado, su nuevo partido, Reform UK, entró por primera vez en la Cámara de los Comunes con cuatro diputados. Había obtenido 4.100.000 votos, frente a los 6.800.000 del Partido Conservador, pero un sistema electoral mayoritario que beneficia extraordinariamente a los dos principales partidos logró una vez más arrinconar al populismo de derechas.
Las elecciones locales celebradas esta semana en Inglaterra, sin embargo, han transmitido una sensación generalizada de que esta vez va en serio. Las reglas del juego parecen haber empezado a cambiar, y el Reino Unido se parece ya más a otros países europeos donde nuevos actores con un discurso radical agitan el panorama político. Reform UK ha sido el claro ganador de esos comicios: de los cerca de 1.600 concejales en juego, se ha hecho con más del 40%. Ha obtenido por primera vez una alcaldía, la de Greater Lincolnshire, y ha arrebatado al Partido Laborista del primer ministro, Keir Starmer, el diputado de la circunscripción de Runcorn & Helsby, hasta hace nada un feudo indiscutible de la izquierda.
“Nigel Farage tiene, por fin, una maquinaria política eficaz, profesional y bien organizada detrás de él. Una capaz de hacer frente al profesionalismo sin escrúpulos del Partido Laborista de Keir Starmer y derrotarlo, aunque sea por un pelo, en la batalla por el escaño de una circunscripción que la izquierda tenía aparentemente asegurada. Y una maquinaria capaz de destrozar a los conservadores en territorios pro-Brexit como Lincolnshire y Staffordshire”, escribía el periodista y escritor Andrew Marr en la revista New Statesman.
Farage y sus dos enemigos
En las calles de Runcorn, este corresponsal pudo comprobar a principios de la semana pasada, en los días previos a la votación del jueves, que el caldo de cultivo del resentimiento en el que Farage se mueve como pez en el agua se había extendido por gran parte de la ciudad. Hartazgo con los políticos, sensación de abandono, miedo a los recortes en las ayudas sociales y rechazo a la inmigración. Sobre todo, rechazo a la inmigración.
“No soy el Señor Blandito. Soy quien soy, y me tomas o me dejas. Hablo muy claro. Digo lo que creo. Si te gusta, fantástico. Si no, me da igual”, proclamaba desafiante Farage el viernes, al celebrar la victoria de su partido. Y añadía: “Hay una mayoría silenciosa que cree en las cosas en las que nosotros creemos. Westminster [como se conoce en la jerga británica al establishment político] y gran parte de los medios no tienen ni idea de hacia dónde se está moviendo este país”.
Esta vez parece que la amenaza es real, y resulta igual de sombría tanto para conservadores como para laboristas. En el caso de los primeros, porque después de diversos ensayos en los que han intentado imitar el discurso populista de Farage, se debaten ahora entre buscar un pacto con ese partido o resignarse a desaparecer, como temen muchos. “A partir de ahora somos el principal partido de oposición al Gobierno”, sostenía el viernes Farage.
“Han demostrado ser unos contendientes igual de serios que el resto. Ahora están dispuestos a proclamar que son ellos la verdadera oposición. No lo son, pero el argumento de que pueden llegar a serlo va a resonar con más y más fuerza. Suponen un desafío tanto para laboristas como conservadores en toda Inglaterra”, afirmaba Giles Dilnot, el director de ConsrervativeHome, la página web a la que acuden muchos tories para entender la realidad interna de su partido.
La líder de los conservadores, Kemi Badenoch, tan radical y populista en su discurso como Farage pero con un aire urbano y elitista que no convence a la Inglaterra profunda, sabe que pronto comenzará a ser cuestionada internamente, a pesar de insistir en que el suyo es un proyecto a largo plazo.
En cuanto al Partido Laborista de Starmer, la derrota ante Reform UK en Runcorn, la 16ª circunscripción más segura de toda Inglaterra, hasta ahora, para la izquierda, es un cuestionamiento en toda regla de un Gobierno que transmite sensación de agotamiento apenas diez meses después de llegar a Downing Street. Muchos de sus diputados, todavía sin dar la cara públicamente, cuestionan los recortes sociales llevados a cabo en aras del rigor presupuestario, y el discurso de naturaleza conservadora en asuntos como la inmigración o el movimiento trans.
El sociólogo John Curtice, uno de los analistas electorales más escuchados en el Reino Unido, lo explicaba así: “El Partido Laborista ha tenido la suerte de tener que defender poco más de trescientos representantes en estas elecciones locales [frente a los más de mil que tenía el Partido Conservador]. Aun así, el partido ha perdido prácticamente la mitad de sus concejales. Y en la mayoría de los casos se los ha arrebatado Reform UK. Han perdido nueve puntos porcentuales de apoyo desde 2021”.
La victoria de Reform UK en las elecciones locales ofrece una cara doble. Con cierto voluntarismo, muchos de sus críticos confían en que el partido comience a desgastarse con la gestión municipal de basuras, carreteras o colegios. Otros, sin embargo, ven en el hecho de que el partido de Farage haya podido presentar candidatos para todos los puestos municipales en disputa la constatación de que el populismo de derechas ya no es una molestia pasajera que irrumpe en cada elección, sino una estructura organizada y extendida por el país que puede dar finalmente un vuelco al panorama político.
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