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La economía pone coto a Trump

A Donald Trump siempre le ha gustado usar la Bolsa como termómetro de su éxito. Las señales que emite el mercado desde su regreso a la Casa Blanca suspenden la gestión del presidente de Estados Unidos, especialmente con la guerra comercial. No es solo la Bolsa: el mercado de bonos y la cotización del dólar han reflejado la desconfianza creciente en los activos estadounidenses que Trump ha generado. Junto a los tribunales, la economía se está encargando de poner coto a algunas de las decisiones del presidente. La presión de las empresas y los inversores han llevado a Trump a suavizar los aranceles y a mostrarse algo más conciliador con China. Además, un nuevo susto en los mercados le ha llevado a decir que no tiene intención de despedir al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, solo días después de clamar por su cese.

“Yo pensaba que si existiera la reencarnación, querría volver como presidente o como papa o como un gran bateador de béisbol. Pero ahora me gustaría volver como mercado de bonos. Puedes intimidar a todo el mundo”. La frase es de James Carville, asesor de Bill Clinton, que vio cómo la presión de los mercados le obligó a cambiar su política económica. El concepto de “vigilantes de los bonos” es en realidad anterior. Lo acuñó el economista Ed Yardeni en referencia a los inversores que venden bonos del Tesoro, haciendo subir la rentabilidad exigida por los mismos, cuando pierden la confianza en la política económica y fiscal de un país. Los vigilantes de los bonos hicieron rectificar a Clinton, obligaron a Liz Truss a dimitir como primera ministra del Reino Unido y, vía prima de riesgo, forzaron en España a José Luis Rodríguez Zapatero a aplicar duro recortes y a Mariano a Rajoy a pedir el rescate financiero a las instituciones europeas.

Trump no es fácil de intimidar, pero la subida en la rentabilidad de los bonos de EE UU, junto con el desplome bursátil y la depreciación del dólar, fueron los detonantes de que decretase el pasado 9 de abril una tregua parcial de 90 días en la guerra comercial. El republicano admitió que los inversores se “estaban mareando un poco”. “Pensé que la gente se estaba pasando un poco de la raya. Se estaban poniendo nerviosos. Estaban un poco asustados”, dijo, celebrando lo “precioso” que estaba el mercado tras la tregua.

La situación se repitió en la última semana. Solo unos días después de sugerir que se planteaba destituir al presidente de la Reserva Federal, aseguró este martes que no tiene la intención de hacerlo. “La prensa se precipita con las cosas. No, no tengo intención de despedirlo”, dijo Trump este martes. Entre medias, las amenazas a la independencia del banco central acentuaron la desconfianza en los activos estadounidenses y llevaron al dólar a cotizar en su mínimo en tres años, con nuevas caídas en Wall Street y en los bonos.

Moderar la guerra comercial

El castigo en los mercados y el rápido deterioro de las perspectivas económicas también han obligado a Trump y su equipo a suavizar el tono en la guerra comercial con China. Los actuales aranceles, del 145% para las importaciones de productos chinos (y del 125% para la compra de productos estadounidenses por parte de China) “no son sostenibles”, dijo el martes en un acto a puerta cerrada con banqueros el secretario del Tesoro, Scott Bessent. El propio Trump refrendó posteriormente la idea en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Dijo que los elevados aranceles “bajarán sustancialmente, pero no serán cero”. “No serán tan altos, no serán tan altos”, insistió.

The Wall Street Journal publicó este miércoles que la Casa Blanca estudia una rebaja sustancial de los aranceles a China, hasta niveles del 50%-65%, aproximadamente, en una combinación que podría combinar aranceles del 35% para bienes que EE UU no considere estratégicos y del 100% para aquellos en los que haya interés por una protección especial. Sería una forma de iniciar la desescalada, pero el presidente no ha tomado una decisión.

Este miércoles, sin abandonar su retórica proteccionista ni sus bulos, Trump mostró de nuevo la mano tendida: “Vamos a tener un acuerdo justo con China”, afirmó. Bessent, en declaraciones a la prensa tras un discurso en un hotel de Washington, dio una de cal y una de arena. Preguntado por si había una oferta unilateral del presidente para desescalar la guerra comercial, dijo que “en absoluto”. Al tiempo, dejó abierta la puerta a una rebaja por ambas partes: “No creo que ninguna de las partes crea que los actuales niveles arancelarios sean sostenibles, así que no me sorprendería que bajaran de forma mutua”, afirmó, asegurando que hay “una oportunidad para un gran trato”.

En su primer mandato, Trump fue el primer presidente en casi un siglo con el que se destruyó empleo. Pudo culpar a la pandemia, pero la crisis que amenaza con desatar ahora es completamente autoinfligida. En la Casa Blanca ha cundido en las últimas semanas el temor a una crisis financiera que desemboque en una recesión profunda, un escenario que internamente llaman “1929”, según The New York Times, en referencia al desplome bursátil de ese año con que comenzó la Gran Depresión.

No son solo los mercados. Los fabricantes de automóviles lograron que Trump suavizase los aranceles a los automóviles y componentes de México y Canadá tras advertir del riesgo de precios desorbitados. La idea de iPhones a más de 2.000 dólares y las presiones de Apple precedieron a la exención de aranceles a teléfonos móviles, tabletas y ordenadores. Esta semana han sido directivos de grandes superficies como Walmart, Target y Home Depot, grandes importadores de productos chinos, los que han visitado la Casa Blanca alertando del riesgo de subidas de precios y estanterías vacías. La política comercial se convierte así en un tráfico de influencias del que quedan excluidas las empresas pequeñas y medianas. Son las grandes, las que contribuyeron a que Trump recaudase 239 millones de dólares para los fastos de su investidura, las que pueden acceder al presidente.

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