Las 12 asambleas de cardenales que se han celebrado en las últimas dos semanas, las llamadas congregaciones generales, han sido un intenso debate sobre la situación de la Iglesia. En más de 260 intervenciones los purpurados, tanto los que entran al cónclave, por tener menos de 80 años, como los que se quedan fuera, han ido delineando un mapa común de preocupaciones y cuestiones candentes. A partir de esa agenda se busca el hombre adecuado para ser Papa, alguien que se considere capaz de afrontar esos problemas. En 2013, con el trauma de la dimisión de Benedicto XVI, la prioridad era hacer limpieza, poner orden, sanear las cuentas, acabar con la corrupción, abordar de forma drástica el escándalo de la pederastia del clero. En resumen, dar un nuevo impulso, con un nuevo estilo, a la Iglesia tras los 27 años de Juan Pablo II y su epílogo, los ocho años de Benedicto XVI. Los 12 de Francisco han sido un vendaval que ha agitado la Iglesia, creando divisiones, y ha dejado muchos procesos abiertos. El nuevo pontífice debe decidir ahora qué camino seguir.
Un pastor y un gestor
Francisco ha sido un pastor, eso lo tienen claro todos los cardenales, pero ahora se quiere también un gestor, o al menos uno mejor que el papa argentino. Sus críticos le reprochan que puso patas arriba la curia, desmontó prácticamente la Secretaría de Estado, incluso relegó la red de nuncios, y fue demasiado autoritario. Jorge Mario Bergoglio se lo montó por su cuenta, con colaboradores propios. No es un secreto que en el Vaticano muchos le odiaban. Aunque también es porque acabó con privilegios, impuso austeridad y acabó con inercias milenarias. Centralizó la gestión económica y puso orden en las cuentas. Pero hay una sensación general de que se debe restablecer la calma en la curia, aplacar el descontento y retocar algunas decisiones. Por eso había una corriente en el cónclave que buscaba un papa italiano, como una vuelta a la normalidad alterada estos años, con alguien que sepa actuar con mano izquierda.
Por otro lado, también se ha debatido qué tipo de pastor se desea. Nadie niega que Francisco tuvo un gran impacto popular, un carisma de encuentro hacia todas las personas, una Iglesia “de salida”, “hospital de campaña”, volcada en la misericordia, menos interesada en las reglas. Pero para una parte de la Iglesia esto ha creado confusión en la doctrina y esa parte quiere alguien más claro a la hora de fijar líneas rojas, con un perfil más parecido al de un maestro. En esta línea, también muchos esperan que tenga un tono más institucional y una decisión clave será si vuelve o no a vivir al palacio apostólico, que Francisco abandonó nada más llegar.
Divorcio, mujeres, colectivo LGTBI
El campo más claro de la batalla doctrinal abierta, donde Francisco ha hecho movimientos más audaces y controvertidos para sus oponentes más tradicionales, ha sido la doctrina sexual. Permitió la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, la bendición a parejas homosexuales, recibió a transexuales en el Vaticano. También abordó la ordenación de mujeres como diácono, un primer grado eclesiástico, inferior al de sacerdote, que puede dar la comunión, bautizar y predicar, pero tuvo que frenar ante la oposición desatada. “La cuestión no está madura”, explicó a través del prefecto de Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández. Lo mismo ocurrió con el celibato sacerdotal, que dejó para más adelante: dijo en 2023 que podría ser revisado, porque es una cuestión disciplinar, pero que le tocaría a su sucesor decidir si lo declara opcional.
Otro campo donde el papa argentino ha roto los esquemas es con la entrada de mujeres en las estructuras de mando de la Iglesia. Una monja, Raffaella Pertini, está al frente del gobierno de la Ciudad del Vaticano, con casi 2.000 empleados; y sobre todo, Simona Brambilla, otra religiosa, es jefa de un dicasterio, los ministerios de la Santa Sede, puesto que siempre ha ocupado un cardenal. Todos estos asuntos son patatas calientes, caminos abiertos que una parte quiere seguir y otra, abandonar.
La lucha aún pendiente contra la pederastia
Francisco ha actuado estos años con energía, humanidad y varias importantes reformas legales para combatir el escándalo de la pederastia, pero al final se ha convertido en una lucha solitaria en la que algunos dentro de la Iglesia le seguían, pero la mayoría no. Los obispos y la maquinaria vaticana se han resistido en muchos países, como España. El problema ha sido debatido estas semanas entre los cardenales, pero su posición en la lista de prioridades ha bajado claramente, respecto al cónclave de 2013, cuando era una auténtica emergencia. En el Vaticano y en la jerarquía de muchos países hay un deseo latente de pasar página, confiando en que lo peor haya pasado, pero siguen surgiendo casos y aún hay miles de víctimas en todo el mundo que esperan justicia y una respuesta creíble. El nuevo pontífice debe optar entre hacer ver que el escándalo ya está siendo gestionado, delegando en los obispos de cada país, o afrontarlo definitivamente con convicción, mano dura y autoridad desde el Vaticano.
Gobierno más compartido
Otra de las reclamaciones más repetidas es que el Papa no gobierne totalmente solo, sino en comunidad con los cardenales, la llamada colegialidad. Una responsabilidad compartida en el gobierno de la Iglesia. A Francisco se le achaca que decidía en solitario, a veces de forma impulsiva y a menudo con medidas controvertidas o que eran acusadas de debilidad canónica. En todo su pontificado solo convocó un consistorio, las asambleas de cardenales, para que acudieran a Roma a debatir alguna cuestión, en 2014, pero hubo roces y ya no organizó más. Los cardenales piden organizar al menos uno al año, también para conocerse más, y evitar lo que ha ocurrido ahora: llegar al cónclave y que la mayoría no se hayan visto nunca.
Esta situación ha sido fuente de fricciones con cardenales de todas las sensibilidades, pero sobre todo con el sector más tradicional y conservador, que se ha visto relegado e ignorado. Bergoglio creó al inicio de su mandato una especie de consejo de nueve cardenales, llamado el C-9, para que le asesorara, pero que no ha tenido mucho protagonismo. Hay varias propuestas de potenciar esa fórmula o idear otras.
Sinodalidad: la participación de los fieles
El gobierno compartido del Papa y de los cardenales también debe conjugarse con otra exigencia que llega de más abajo: que se comparta también con obispos, sacerdotes y laicos. Es la llamada sinodalidad, pues se vehicula a través de los sínodos, grandes asambleas convocadas periódicamente en el Vaticano. Francisco sí ha apostado por esta vía para orientar el rumbo de la Iglesia, y es uno de los legados de su mandato. Ha introducido por primera vez laicos y mujeres, pero ha despertado la alarma en los sectores más conservadores. Opinan que la Iglesia no es una democracia y que los cardenales tienen una autoridad y un magisterio especial, más allá de las asambleas que se puedan organizar con los fieles. El nuevo Papa debe decidir si continuar ese camino, potenciarlo o modularlo.
Política internacional: el choque con EE UU
Uno de los temas más discutidos antes del cónclave ha sido la posición de la Iglesia en el complicado cuadro geopolítico mundial y su política exterior. Francisco, el primer papa del sur del mundo, ha tenido una visión totalmente innovadora que ha alterado inercias tradicionales. Se ha enfrentado abiertamente a Donald Trump desde su primer mandato, en 2016, y en una perspectiva más amplia al modelo capitalista y de consumo que representa Estados Unidos. Además, al mismo tiempo se ha acercado a China, país con el que ha llegado a un pacto histórico de relaciones, pero muy controvertido, porque es secreto y para el sector más conservador ha hecho demasiadas cesiones. Bergoglio también ha sido muy crítico con Israel y en la guerra de Ucrania ha intentado asumir un papel de mediador, en busca de la paz, en un delicado equilibrio entre Moscú y Kiev.
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