El 2 de mayo, la Oficina Federal Alemana para la Protección de la Constitución determinó que Alternativa para Alemania (AfD) reúne los requisitos para la clasificación como partido extremista de ultraderecha. En respuesta, Marco Rubio (secretario de Estado del presidente estadounidense Donald Trump) defendió a la AfD y denunció la decisión como un acto de “tiranía encubierta”.
Igual que el discurso que pronunció en febrero el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich y el vehemente y reiterado apoyo de Elon Musk a la ultraderecha europea, estos ataques confirman que Estados Unidos ya no es un aliado de Europa, sino que se ha convertido en su adversario.
Trump no solo ha dado señales de que está dispuesto a dejar Ucrania a merced de Rusia, sino que además busca abiertamente destruir el modelo social, ecológico, económico y democrático de Europa.
El objetivo de Trump es crear un orden mundial autoritario y antiliberal. Quiere desmantelar el Estado democrático de su país; forjar alianzas transaccionales con los principales regímenes iliberales del mundo, y crear una fortaleza norteamericana inexpugnable estableciendo la soberanía estadounidense sobre Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá. Y para lograrlo, no descarta el uso de la fuerza.
Que Ucrania caiga en la órbita de Rusia no es problema para él, porque aplaude el regreso a un mundo de grandes potencias con “esferas de interés”. Todos estos objetivos plantean desafíos geopolíticos, económicos y de seguridad a Europa.
Algunos europeos se aferran a la esperanza de que esta ruptura de las relaciones transatlánticas sea temporal, y que la elección legislativa de 2026 o la presidencial de 2028 pongan las cosas en su lugar. Pero sería muy arriesgado basar la estrategia europea en esa idea.
Cualquier timidez en la respuesta de Europa a la agresión de Trump solo conseguirá envalentonarlo. Igual que el presidente ruso, Vladímir Putin, Trump solo cree en la lucha por el poder y en la ley del más fuerte.
Además, la capacidad de Trump para inclinar en forma permanente a Estados Unidos hacia la autocracia (todo lo contrario a los valores europeos) es mayor de lo que muchos pensaban. De hecho, asistimos a una veloz putinización de la política estadounidense.
El antieuropeísmo de la Administración Trump no sale de la nada. Estados Unidos lleva mucho tiempo con la mirada puesta en Asia y tratando de desvincularse de Europa. Lo pusieron de manifiesto las decisiones del presidente Barack Obama de no oponer resistencia firme a la invasión rusa de Crimea en 2014 y de no hacer cumplir la “línea roja” que él mismo había trazado, cuando el presidente sirio Bachar al Asad usó gas venenoso contra los ciudadanos de su país.
Aunque el apoyo estadounidense a Ucrania durante la presidencia de Joe Biden puso freno a esta tendencia, fue insuficiente en relación con lo que la situación exigía. Y era evidente que la desvinculación respecto de Europa continuaría después de él. Mucho antes de la reelección de Trump en noviembre del año pasado, yo ya había llegado a la conclusión de que con toda probabilidad, Biden sería el último presidente estadounidense realmente atlantista. Para muchos estadounidenses, la OTAN se ve cada vez más como un remanente de tiempos pasados.
¿Qué puede hacer Europa? En primer lugar, debemos dar una respuesta contundente a la guerra comercial de Trump y no ceder a su extorsión en relación con nuestra regulación de las megatecnológicas. Tenemos de hecho una dependencia peligrosa de Estados Unidos en lo referido a la tecnología digital. Eso debe cambiar: tenemos que tratar de reducir riesgos como lo hacemos con China. Pero Estados Unidos también depende de Europa. La Unión Europea todavía constituye una quinta parte del consumo mundial, y se torna más importante para las empresas estadounidenses que enfrentan una pérdida de acceso al mercado chino.
En segundo lugar, Europa debe buscar sin cesar la soberanía estratégica en las áreas de defensa y alta tecnología. Abundan los informes respecto de lo que hay que hacer. Las inversiones necesarias demandarán un volumen de recursos importante, y por consiguiente, nuevas emisiones de deuda paneuropea. (A diferencia del fondo NextGenerationEU, la devolución de la deuda tiene que estar garantizada con recursos nuevos de toda la UE).
En tercer lugar, debemos acercarnos a otros países de ideas afines que han sufrido las agresiones de Trump: Japón, Corea del Sur, Canadá y Australia. Las victorias de Mark Carney y Anthony Albanese en Canadá y Australia, respectivamente, demuestran que Occidente no se entregará al nuevo iliberalismo. Tenemos que crear un G-6 (un G-7 sin Estados Unidos) y construir una arquitectura de defensa totalmente europea que incluya a países como el Reino Unido y Noruega.
En cuarto lugar, tenemos que acercarnos al sur global, para aliviar la presión de Trump y Putin y para preservar el multilateralismo. Pero para ello se necesitarán cambios importantes. Tendremos que alejarnos de políticas migratorias basadas en una idea de Europa fortificada y de la permisividad que hemos mostrado hacia el gobierno ultraderechista del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Por tolerar lo intolerable en Gaza, hemos perdido la mayor parte de nuestra autoridad moral.
¿Es realista declarar la independencia de Europa respecto de Estados Unidos? Tras ocho décadas de estrecha alianza, es comprensible que a los europeos les cueste acostumbrarse a un presidente estadounidense que actúa como un dictador ruso. Los cambios necesarios hallarán sin duda resistencia en algunos países de la UE que están políticamente alineados con el trumpismo.
También será difícil para la Comisión Europea, que en los últimos años ha mostrado una tendencia sistemática (y hasta cierto punto negligente) a alinearse con Estados Unidos en todos los temas. Felizmente, las recientes declaraciones del nuevo canciller alemán Friedrich Merz hacen pensar que uno de los países más tradicionalmente atlantistas de Europa comprende el nuevo desafío al que nos enfrentamos.
El Partido Popular Europeo y las fuerzas nacionales que lo integran también deben cortar los intentos de congraciarse con populistas de ultraderecha que están totalmente alineados con Trump y Putin. Los partidos europeos de centroderecha tienen que volver a las alianzas tradicionales con los socialdemócratas, los liberales y los verdes para hacer un frente común contra Trump.
Independizar a Europa de Estados Unidos no será fácil. Pero si no actuamos ya mismo y con decisión, un futuro aciago se cernirá sobre nuestro modelo social y democrático.
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