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Examen de italiano para un papable francés

Al papa Juan XXIII los italianos le llamaban “el Papa bueno”, lo que a él lo dejaba en muy buen lugar y al resto, no tanto. Estos días, durante el largo interregno entre la muerte de Jorge Mario Bergoglio y la elección de su sucesor, se hacen cábalas y apuestas sobre quiénes tienen más posibilidades y, ahora que ya aflora una decena de papables, el juego no consiste tanto en alabar las virtudes, sino en buscar los defectos. Uno de los que cada día tiene más adeptos —y un currículum impecable— es el francés Jean-Marc Aveline, de quien al parecer Francisco decía que le recordaba a Juan XXIII, aunque, según señalaba un diario italiano con bastante mala uva, “no se sabe si por su bonhomía o por su aspecto físico”, no demasiado alto ni demasiado delgado. El caso es que, de unos días para acá, corría el rumor de que el cardenal de Marsella, de 66 años, no sabe italiano. Y por mucho que la Iglesia católica sea universal, eso aquí juega en contra.

Lo mejor era comprobarlo, y este domingo por la mañana la ocasión se mostraba propicia. Desde el siglo XI, durante el papado de Gregorio VII, todos los cardenales tienen asignada una iglesia titular en la ciudad de Roma, y es costumbre que, en los días previos al cónclave, se acerquen a su parroquia y celebren una misa. A las nueve de la mañana, en Santa María de Monti apenas había 25 fieles asistiendo a la primera eucaristía, pero antes de dar las 11.00 en la iglesia ya no se cabía y las grandes puertas de cristal se habían cerrado dejando fuera a fotógrafos y cámaras de televisión.

La ocasión era solemne, pero Roma es Roma aunque quiera evitarlo, y unos minutos antes de la hora prevista, cuando un coro de mujeres ya había ensayado, el cardenal se estaba revistiendo en la sacristía y una bruma de incienso cubría el templo, don Francesco Pesce, el párroco, subió al altar, se acercó al micrófono y dijo: “Lo siento, pero se acaba de convocar una huelga de curas y no se podrá celebrar la misa”. Los feligreses celebraron la broma con risas, y así, tan contentos, empezó la misa. ¿Hablaría en italiano monseñor Aveline o tendría alguien que traducirlo del francés?

Al espectáculo evidente que estos días Roma exporta al mundo —¿quién tiene más posibilidades de convertirse en papa? ¿será alguien parecido al estilo de Francisco o se producirá un regreso a la ortodoxia vaticana?— se une otro más difícil de percibir y por supuesto de apresar: el de las reuniones privadas, los conciliábulos invisibles, las presiones diplomáticas y también lo que aquí llaman “i veleni”, que literalmente se podría traducir por “los venenos”, pero que en realidad son las insidias, los bulos, los rumores malintencionados, las mentiras puestas en circulación para, al menos, crear una sombra de sospecha. Ahí están, por ejemplo, las maledicencias que en los últimos días se han cernido sobre dos de los candidatos que, a priori, tienen más posibilidades, el cardenal italiano Pietro Parolin, secretario de Estado con Francisco, y el filipino Luis Antonio Tagle, el único favorito no occidental.

De uno y de otro —a los que el portal de apuestas Polymarket sigue adjudicando el primer y segundo puesto en la lista de papables—, se han publicado páginas enteras de falsos rumores sin confirmar y al final, casi a pie de página, la constatación de que no hay nada cierto. Y esto no siempre se produce desde las filas más conservadoras, lo que viene a demostrar que, al igual que sucede en el Parlamento italiano, el fuego amigo —lo que aquí llaman “los francotiradores”— ya está jugando un papel importante en las vísperas del cónclave. Las luchas de poder que arruinaron el pontificado de Benedicto XVI siguen gozando de buena salud.

Si a esto se une que, en esta ocasión, muchos de los cardenales creados por Francisco en los últimos tiempos ni conocen Roma ni se conocen entre sí, no es difícil deducir que el clima es de total confusión, y mientras unos cardenales —como los franceses o los estadounidenses— disfrutan del apoyo logístico y diplomático de sus respectivas embajadas, hay otros que bracean como pueden en el laberinto.

Prácticamente a la misma hora en la que monseñor Aveline inició la misa en Santa María de Monti, otros cardenales que también figuran como papables hacían lo propio en sus respectivas parroquias. Entre ellos, el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller, que presidió la misa en la iglesia de sant’Agnese in Agone, en la piazza Navona. Se podría decir que el cardenal francés y el alemán son la noche y el día. El primero es más cercano al papa Francisco; el segundo ha representado durante estos años una de las voces más críticas con Bergoglio.

Müller es partidario de que el nuevo papa retome la vieja senda de la Iglesia, tanto en la doctrina como en las apariencias. Quiere, por ejemplo, que el pontífice vuelva a residir en el apartamento papal y que todo lo que le rodea —como el báculo que exhibe en la piazza Navona— represente el poder de la Iglesia. El cardenal de Marsella llegó y se fue de Santa María de Monti prácticamente solo, con un maletín que se parece también al de Francisco.

El misterio del idioma se deshizo en cuanto tomó la palabra. Aveline lee en italiano correctamente, aunque se atasca un poco cuando trata de improvisar. Dice cosas sencillas con una sonrisa en los labios, y eso, en una mañana de intrigas vaticanas, parece un buen presagio.

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