“Sin ser exactamente una desconocida, considero que María Goyri no está lo suficientemente valorada ni siquiera bien conocida, ya que su persona se suele relacionar exclusivamente con Ramón Menéndez Pidal ―que fue su esposo durante más de cincuenta años―, casi como una, aunque valiosa, simple colaboradora”, decía Elvira Ontañón, fallecida este domingo a los 94 años, en la tesis doctoral que escribió sobre María Goyri.
Con sus más de ochenta años, Elvira ponía fin así a su empeño en recuperar el recuerdo de lo que ha constituido la razón de ser de su propia vida: mantener una de las mejores tradiciones pedagógicas de este país, la de la Institución Libre de Enseñanza, tan castigada y perseguida durante demasiados años. Pero no lo hizo solo como estudiosa de esa tradición, sino como una de las protagonistas más activas de su continuidad y feliz adaptación a los nuevos tiempos.
Elvira Ontañón era hija del investigador Manuel Ontañón, profesor y científico y de la maestra María Sánchez Arbós. Ambos fueron encarcelados y depurados al final de la guerra civil. Fue alumna del colegio Estudio, modestamente creado contra viento y marea en 1940 por Jimena Menéndez Pidal, Ángeles Gasset y Carmen García del Diestro, junto a otros compañeros del Instituto Escuela, aquel centro escolar fundado en 1918 y también desaparecido, empeñados todos en que no se perdiera aquella experiencia pedagógica.
Décadas después, Estudio había crecido y se había consolidado como uno de los colegios de referencia en un sistema educativo español afortunadamente renovado y modernizado. En 1994, aquellas tres mujeres tuvieron la generosidad de convertirlo en una fundación sin ánimo de lucro, para que su proyecto pedagógico perdurara manteniendo su independencia y “adelantándose a las necesidades educativas de la sociedad”, como rezaba su carta fundacional.
Elvira fue una de las protagonistas de aquella definitiva institucionalización y lo hizo como directora de Estudio, primero, y como vicepresidenta de su patronato después. Nunca se retiró. Siempre cerca de los docentes y de los alumnos, persistió su trabajo incansable para mantener los valores de una formación integral en todos los ámbitos: ético, estético, físico, intelectual y científico, con una pedagogía activa e intuitiva, volcada en despertar el interés y la curiosidad de los alumnos, en promover su espontaneidad, su responsabilidad colectiva en el respeto y la tolerancia mutua, y también su espíritu crítico, como única vía para disfrutar de la libertad.
Estos valores son los de la Institución Libre de Enseñanza, en cuya recuperación Elvira también se comprometió activamente, desde que fue legalizada por el primer Gobierno democrático. En 1979, junto a Laura de los Ríos, puso en marcha las colonias de vacaciones de la ILE. Era patrona de la ILE, presidenta de su Corporación de antiguos alumnos, presidenta de honor de la Fundación Sierra Pambley y vocal de la Junta Directiva de Amigos de la Residencia de Estudiantes.
Todavía el año pasado, a sus 93 años, Elvira, con la ayuda de Víctor Pliego de Andrés, promovió una nueva y exquisita edición de Una historia del romancero en tres actos por Jimena Menéndez Pidal, coeditada por La Fundación Estudio, la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, y la colaboración de la Fundación Ramón Menéndez Pidal. En un “inolvidable recuerdo de juventud”, escribía Elvira en su prólogo que aquella milagrosa representación se celebró en dos sesiones matinales los domingos 4 y 11 de mayo de 1947 en el Teatro de la Comedia de Madrid, en medio una situación “terrible” en España.
Aquella obra en tres actos fue el resultado de la movilización entusiasta de alumnos y profesoras, entre aquellos la propia Elvira, que fueron actores, diseñadores de los decorados y del vestuario, en una prueba más de la capacidad de un “pequeño colegio particular llamado Estudio, capacidad que afortunadamente no se ha perdido más de setenta y cinco años después”.
Porque todos te debemos que eso haya sido posible, gracias, Elvira.
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