Son más de uno y más de dos los estereotipos que resquebrajó a lo largo de su trayectoria, hasta su fallecimiento hace trece años, la artista afroestadounidense Elizabeth Catlett, que había nacido en Washington en 1915 pero decidió adoptar la nacionalidad mexicana y murió en Cuernavaca. En su arte mantuvo una temprana voluntad activista en relación con la desigualdad de clases y géneros, sobre todo desde la Gran Depresión (no es el compromiso una opción, ni mucho menos, propia de las últimas décadas), y supo conjugar esas posturas con la rigurosidad formalista y el manejo de una estética esmerada.
Ambas vertientes de su trabajo resultan indisociables, como ahora viene a subrayar la antología que le dedica la National Gallery of Art de la capital estadounidense, en colaboración con el Brooklyn Museum y el Art Institute of Chicago: reúne ciento cincuenta piezas, entre esculturas y grabados, pinturas, dibujos y objetos efímeros, muchos de ellos fechados precisamente en las décadas de los treinta y los cuarenta, para ella una etapa de madurez creativa en la que la crisis económica le hizo tomar conciencia de las consecuencias de la pobreza y el racismo, especialmente en los grupos sociales de por sí menos favorecidos.
La injusticia formaría, desde entonces, parte casi indisoluble de su obra, junto a la reivindicación de la mujer, pues fue el suyo un feminismo muy precoz y abiertamente expresado: sus grabados y esculturas se inspiran en la abstracción orgánica, el modernismo estadounidense y mexicano y el arte africano, pero ante todo buscaban reflejar las dificultades y los triunfos vitales de las mujeres afroamericanas y mexicanas.
La meticulosidad técnica y la reclamación de justicia social serían las dos patas de su producción, y nunca quiso separarlas en su larga andadura, que le llevó de Washington a Cuernavaca pasando por Chicago, Nueva Orleans y Nueva York. En México, en todo caso, residió e impartió docencia durante más de sesenta años, abrazando allí posturas políticas cercanas tanto a la izquierda negra estadounidense como a las lecciones de la revolución mexicana.

Organizada a un tiempo según criterios temáticos y cronológicos, esta retrospectiva comienza recordando las protestas que Catlett organizó mientras cursaba la secundaria contra los linchamientos en las calles de Washington, para repasar a continuación sus actividades académicas en las universidades de Howard y de Iowa y su continua inquietud por esas cuestiones de raza, género y clase. Tras convertirse en la primera persona en obtener una maestría en Bellas Artes en la Universidad de Iowa, continuó su formación estudiando cerámica en el Instituto de Arte de Chicago y perfeccionando su práctica en litografía en el Centro de Arte Comunitario South Side; a continuación, ya en Nueva York, profundizaría durante cuatro años en los principios de la escultura modernista europea y se unió a una comunidad de artistas e intelectuales con quienes compartía posturas políticas. En Washington pueden verse pinturas y bocetos de su juventud que vienen a refrendar que, pese a la idea más difundida de ella, no fue solo escultora y grabadora, sino una autora versátil.
Tanto su interés por el arte como su atención a la política se consolidarían a partir de 1946, cuando viajó a Ciudad de México para aprender grabado junto al colectivo Taller de Gráfica Popular (conocería a Siqueiros, Rivera y Kahlo). No tardó en nacionalizarse y en involucrarse activamente en círculos culturales de izquierda tanto en la capital como en Cuernavaca, pero mientras criaba a su familia y daba clases, Catlett nunca perdió de vista la lucha por los derechos de la comunidad negra en Estados Unidos. Declaró a la revista Ebony, en 1970: Me inspiran la gente negra y la mexicana, mis dos pueblos.

Desde los sesenta poblaron sus grabados trazos audaces, y sus esculturas ganaron formas voluptuosas; en unos y otros buscó establecer paralelismos entre la experiencia femenina tanto en Estados Unidos como en México. En Homenaje a mis jóvenes hermanas negras (1968) y en su monumento público Familia Flotante (1996), Catlett examina el feminismo interseccional y los vínculos familiares a través de la escultura, incorporando referencias a Brancusi, Henry Moore, la escultura histórica africana y la mesoamericana; en esta exposición veremos también una selección de sus grabados más conocidos, desde las series Aparcero y Mujer Negra de los cuarenta y los cincuenta, hasta creaciones como Watts/Detroit/Washington/Harlem/Newark, inspiradas en el activismo político radical de las décadas inmediatamente posteriores.
Quiere incidir este proyecto, como no es difícil de adivinar y recalcó su comisaria, Catherine Morris, en que el arte y el activismo de Elizabeth Catlett resuenan con fuerza en el mundo actual, recordándonos las luchas nacionales e internacionales en curso contra la desigualdad y la injusticia. La exposición no solo celebra sus contribuciones artísticas, sino que también trae una voz histórica al presente, mostrando cómo generaciones de feministas negras continúan inspirándonos a luchar por una sociedad más equitativa y justa.
El título de la exhibición, “A Black Revolutionary Artist”, se ha tomado por eso de una de sus afirmaciones identitarias durante una charla en 1970: He sido, soy y siempre espero ser una artista revolucionaria negra, con todo lo que ello implica.


“Elizabeth Catlett: A Black Revolutionary Artist”
NATIONAL GALLERY OF ART, WASHINGTON
4th St and Constitution Ave NW
Washington
Del 9 de marzo al 6 de julio de 2025
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