Stanley Kubrick es uno de los cineastas más importantes y personales en la historia del séptimo arte, y su filmografía, aunque no demasiado extensa, reúne algunos de los títulos más emblemáticos de la historia del cine, como ‘Espartaco’ (1960), ‘2001: Odisea en el espacio’ (1968), ‘La naranja mecánica’ (1971) o ‘El resplandor’ (1980). Kubrick fue nominado en nueve ocasiones en las categorías de Mejor director y Mejor guion adaptado, pero a pesar de haber revolucionado tanto el lenguaje visual como la narrativa cinematográfica, nunca obtuvo un Oscar, un patinazo de la Academia que aún hoy se considera, por parte de buena parte de la crítica y el público, una injusticia.
El estilo de Kubrick está marcado por una profunda precisión visual y una meticulosidad casi quirúrgica en la puesta en escena. Su obsesión por el detalle lo llevó a crear un lenguaje propio, en el que los encuadres simétricos y el uso de la luz y la composición se convirtieron en sellos distintivos. Las cámaras lentas, los travellings calculados al milímetro y el uso expresivo de la música clásica también se convirtieron en elementos inconfundibles de su cine. Esa misma exigencia se extendía a la dirección de actores, a quienes obligaba a repetir escenas cientos de veces, hasta lograr la toma exacta que él buscaba. Su obsesión por controlar todos los aspectos de la producción le llevó incluso a seleccionar personalmente a los actores de doblaje para las versiones internacionales de sus películas.

Este control obsesivo sobre el proceso de rodaje le granjeó una fama de director difícil, a menudo catalogado como tirano por sus métodos exigentes e implacables. Su carácter hermético y su trato distante con el equipo técnico y artístico le generaron conflictos con varios de sus colaboradores. Uno de los episodios más sonados tuvo lugar durante la preproducción de ‘Eyes Wide Shut’ (1999), cuando Harvey Keitel abandonó el proyecto tras una fuerte discusión con el director, ya que según relataría el propio Keitel años después, se sintió profundamente insultado por la actitud de Kubrick en el set. Durante ese mismo rodaje, el director puso a prueba a la entonces pareja formada por Tom Cruise y Nicole Kidman, llevándolos a una situación emocionalmente tensa que rozaba la manipulación. El objetivo, según explicó el propio equipo en entrevistas posteriores, era lograr unas interpretaciones que reflejaran una tensión auténtica entre los personajes, algo que Kubrick parecía anteponer incluso al bienestar emocional de sus actores.

En este contexto de exigencia extrema, una de las voces más autorizadas a la hora de valorar el comportamiento de Kubrick en los rodajes es la del actor británico Malcolm McDowell, protagonista de ‘La naranja mecánica’ (1971). En el documental ‘Stanley Kubrick: The Invisible Man’ (1996), de Paul Joyce, McDowell ofreció su particular punto de vista para dar muestra del complejo legado humano del cineasta: “Creo que lo que le impide ser un genio a Stanley, para mí, es su falta de humanidad. Es este retraimiento. ¿Brillante? Sí. ¿Extraordinario? Sí. ¿Es uno de los más grandes? Sí. Sí, es todo eso. Pero creo que al final, todos se preguntan: ‘¿Cómo era él como hombre? ¿Cómo era como ser humano?’. Creo que esa es precisamente la asignatura que él tenía pendiente y que no se le daba bien”.
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