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El patriarca de Jerusalén, antes de participar en el cónclave que elegirá al nuevo Papa: “El legado de Francisco continuará”

El patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, volará este miércoles al mediodía a Roma. Es uno de los 135 cardenales con asiento en el cónclave para elegir al sucesor de Francisco, fallecido este lunes; la máxima autoridad católica en Tierra Santa (una denominación que abarca las iglesias de rito latino en Israel, Palestina, Jordania y Chipre) y uno de los nombres que suena como papables en las quinielas oficiosas. Justo antes de volar, oficiará una misa conjunta de todas las iglesias de la zona (donde impera la rama greco-ortodoxa del cristianismo) en recuerdo del Papa, en el lugar más simbólico posible: la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, donde se sitúa la crucifixión y resurrección de Jesús. Ante la avalancha de peticiones de entrevista en las últimas horas, Pizzaballa ha optado por hablar este martes en Jerusalén con un pequeño grupo de periodistas para recordar la figura de Francisco (“su legado continuará”, ha dicho) y la constante preocupación que mostró por la pequeña comunidad cristiana de Gaza, que “representó uno de los elementos de su pontificado: la cercanía a los pobres y los desatendidos”.

Francisco pidió en vida investigar si Israel está cometiendo genocidio en el enclave palestino, en el que centró su último mensaje de Pascua, poco antes de morir. Y hablaba casi a diario por teléfono con el también argentino Gabriel Romanelli, el párroco de la iglesia donde el millar de cristianos locales se refugian de los bombardeos. Solía definirlo con una palabra en italiano: vicinanza (proximidad), ha recordado este martes Pizzaballa.

“Quiso trabajar por la justicia, pero sin ser parte del conflicto. Tenemos que estar en el conflicto, pero no ser parte de la lucha durante el conflicto. Es algo que para él siempre estuvo muy claro”, ha asegurado. Francisco, ha aclarado, siempre fue muy “franco” y “espontáneo”, tanto en pedir la liberación de los rehenes israelíes como en “condenar la dramática situación en Gaza”. No siempre gustaba a las autoridades israelíes, pero lo respetaban.

El encuentro, en la sede del Patriarcado Latino, dentro de las murallas de la antigua ciudadela amurallada, acabó marcado por el mundo terrenal más que el celestial. El ejército israelí lleva 52 días consecutivos de castigo colectivo a la población de Gaza: impide la entrada de cualquier tipo de alimentos, agua o medicamentos, y ha cortado la única línea de electricidad que mantenía. “Todavía tienen comida, pero no mucha, porque es cuestión de tiempo”, ha lamentado. “Para la Pascua estaban felices porque pudieron celebrar con uno de sus símbolos: el huevo. Tenían un huevo por familia. Fue una excepción, lo que muestra lo complicada que es la situación”. El Papa insistió en el último año y medio no solo en mantener el apoyo moral a la comunidad de Gaza, sino también económico, para que pudiesen comprar comida (a precios desorbitados) y tener reservas, ha resaltado.

Las Fuerzas Armadas de Israel reanudaron el mes pasado los bombardeos sobre Gaza, rompiendo el alto el fuego que mantenía con Hamás para no tener que poner fin a la guerra, que era el siguiente paso del proceso, lo que ha generado cientos de miles de desplazados y matado a 1.890 personas, de las que casi dos tercios son menores, mujeres o ancianos, según el Ministerio de Sanidad de Gaza. Ni siquiera define ya como zona humanitaria el menguante llano repleto de tiendas de campaña al que pidió durante más de un año a la población que se desplazara y también acabó bombardeando en diversas ocasiones.

Ahora, de cara al cónclave, la Iglesia afronta el reto de “trasladar a un mundo muy diverso” su misión histórica de evangelización, opina el cardenal franciscano. “Tendremos que ver cómo piensa el nuevo Papa, pero también será muy importante escuchar estos días las voces de los cardenales que vienen de todo el mundo, que traerán sus ideas para que podamos hacer una síntesis”, señaló. Espera que preserve la apuesta de Francisco por el diálogo ecuménico e interreligioso.

― ¿La Iglesia necesita ahora unidad?

“El mundo necesita unidad”, respondió. “Tierra Santa es un microcosmos de los conflictos y las situaciones que se ven en todo el mundo. Un ejemplo paradigmático”.

Un cardenal atípico

Pizzaballa, que acude a la carrera sucesoria con la ventaja de la importancia simbólica para el cristianismo de lugares como Jerusalén, Belén o Nazaret, pero el inconveniente de su relativamente corta edad (59 años), ha dibujado el personaje de Francisco a través de dos anécdotas, en el encuentro con la prensa y en un vídeo que difundió tras el fallecimiento.

La primera es cómo se conocieron, en Buenos Aires en 2005. Francisco era entonces solo Jorge Mario Bergoglio, cardenal y arzobispo de la ciudad, y Pizzaballa, un custodio franciscano de Tierra Santa agobiado porque no tenía costumbre de reunirse con cardenales y llegaba tarde a la cita, parado en uno de los atascos de la capital argentina. Al llegar, con las prisas, dejó el coche mal aparcado en el patio y entregó las llaves al cura que lo esperaba y le había ayudado a aparcar, para que lo moviese si necesitaban salir otros vehículos. Descubrió entonces que era Bergoglio, que le dijo: “Tranquilícese, padre, yo soy el cardenal. Lo estaba esperando”.

La segunda anécdota tuvo lugar cuando, ya como papa Francisco, se desplazó a Israel y Palestina en 2014, dejando una imagen icónica al rezar frente al muro de separación israelí en Cisjordania. Visitaban juntos a la comunidad cristiana local en una iglesia del Getsemaní (el lugar de Jerusalén donde se sitúa la Pasión de Cristo), cuando le exhortó por sorpresa a acompañarle un segundo a solas a la sacristía. “Me dije a mí mismo: ‘Dios mío, a ver qué pasa ahora…”, ha rememorado Pizzaballa. Le pidió organizar a toda prisa, en apenas 10 días, un rezo conjunto en el Vaticano de los entonces presidentes de Israel, Simón Peres, y de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas. “Un encuentro para rezar, nada de política, no quiero política”, le insistió. Sorprendido y abrumado, Pizzaballa balbuceó que era “casi imposible” en tan poco tiempo, que pensaría cómo hacerlo y que necesitaría al menos dos meses. Francisco le respondió que tenían que ser 10 días y que no se preocupase, que seguro que lo lograba.

Pizzaballa cuenta que rezó justo después con especial intensidad. Al final, los dos dirigentes, el israelí judío y el palestino musulmán, oraron juntos en Roma poco más de 10 días después, el 8 de junio de 2014, y coincidieron en señalar que sus respectivos pueblos deseaban “ardientemente” la paz.

“Así era su personalidad”, resume el patriarca de Jerusalén. “Tenía algo en el corazón y lo expresaba. No era un hombre de protocolos. Siempre fue capaz de pensar de forma diferente, innovadora, construyendo puentes entre pueblos, culturas, religiones e iglesias”, señaló.

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