Lo del PSG fue deslumbrante porque dio una exhibición colectiva con y sin el balón. Punto para Luis Enrique. En cuanto al Madrid, no le alcanzó con un puñado de cracks para ganar algo. Suspenso para los jugadores. Según este razonamiento, para que vivan los buenos equipos hay que matar a los grandes jugadores. Incluso al que ganó la Bota de Oro, Kylian Mbappé. No me negarán que parece forzado, por no decir que atenta contra el sentido común. Sin embargo, refleja algo que empieza a suceder: el talento reducido a un papel marginal al tiempo que elevamos a dogma el trabajo colectivo.
El entrenador de un gran equipo me dice que los jugadores ya son fichas. O, lo que es lo mismo, que el fútbol ha sido secuestrado por el imperio de la táctica. El tono era de autodenuncia. Siendo verdad, no hay vuelta atrás. Incluso yo, que le temo a los excesos del nuevo orden, admiro a esos monstruos de la razón pura como Luis Enrique, Guardiola, Arteta, Xabi Alonso… que lideran el fútbol mundial elevando el juego. Todos nos enseñan que, hoy, no existen equipos extraordinarios que olviden las cuestiones ordinarias.
Vamos hacia un fútbol obediente y reglado, pero que en el camino encuentra a Lamine Yamal, Désiré Doué, Arda Güler, Musiala… jóvenes que se atreven a todo, asombran y obligan a que los sistemas se adapten a ellos. El fútbol, cada vez más académico, dota a estos chicos de una base profesional que les permite una comprensión táctica precoz. Menos mal porque, aunque el juego pida orden, los partidos aún se ganan con el caos que produce la inspiración de estos fenómenos. Jugadores que piensan diferente y no se dejan reprimir. Por cierto, ¿les echaremos a ellos la culpa cuando sus equipos no ganen? ¿Bajo qué acusación? ¿La de ser demasiado buenos?
Mejor que empecemos a pensar desde el sentido común. No es fácil porque una de las manifestaciones más odiosas del fútbol actual es la terminología academizada que distancia el juego del hincha. El fútbol siempre fue narrado con palabras visuales, populares, cercanas. Cuando nos habíamos acostumbrado al “achique de espacios”, nos hablan de que hay que “compactar el bloque”; cuando bastaba con decir que “hay que aguantarla”, nos hablan de “retener el balón en zona de progresión”; cuando era suficiente “jugar bien”, nos salen con que hay que “optimizar la fase ofensiva”. Es el fútbol colonizado por los tecnócratas del dato. Está bien que el juego se analice más, pero no que el vocabulario sea excluyente. Cuesta admirar un regate porque no entra en el análisis del expected goals. Cuesta emocionarnos con un gol porque fue un error estructural del rival. De ahí a no aplaudir a la Bota de Oro porque no ganó hay un solo paso. Si extraviamos las palabras terminaremos confundiendo las ideas.
No se pueden romper los puentes entre el juego y la gente. Cuando vemos a un chico de 16 o 17 años hacer cosas raras con la pelota o cuando oímos a un periodista decir que ese jugador “la rompe”, estamos ante dos ejercicios de resistencia. Uno desde la acción y otro desde el relato. Por un rato volvemos a creer que el fútbol todavía es el juego que nos enamoró. Aplaudamos al PSG y admiremos al Bota de Oro, porque no son más que dos expresiones de gran fútbol. Y, a ser posible, digámoslo con palabras que el hincha sienta como propias.
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