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Cómo la estación de tren peor ubicada se convirtió en ejemplo para la prevención de catástrofes

En España se ha construido mucho en zonas inundables y de alto riesgo, pero hay una edificación emblemática para la que parece difícil haber escogido una ubicación peor: la estación internacional de Canfranc, en Huesca. A pocos kilómetros de la frontera con Francia, esta majestuosa obra modernista (reconvertida hoy en un hotel de lujo), con 150 puertas de acceso y unas 350 ventanas, se inauguró en 1928 bajo unas imponentes montañas pirenaicas y justo en la desembocadura de cinco peligrosos torrentes: Picauvé, Cargates, Epifanio, Borreguil de Samán y Estiviellas. Esta mala decisión obligó a llevar a cabo una gigantesca obra forestal de protección que, más de cien años después, ha cambiado por completo el paisaje y que ahora los ingenieros de montes reivindican para reclamar su papel en la prevención de crecidas catastróficas como la del barranco del Poyo.

Como explica Ignacio Pérez-Soba, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes en Aragón, aunque se barajaron otros emplazamientos para construir la estación, como Villanúa, Jaca o, incluso, Forges d’Abel, en Francia, la elección del denominado llano de los Arañones en Canfranc respondía sobre todo a criterios militares. “En caso de invasión, los trenes podían ser batidos con artillería antes de que se adentraran mucho en territorio español”. Sin embargo, no vieron que la mayor amenaza estaba en esas mismas montañas, entonces desnudas de árboles, en forma de aludes de nieve, crecidas de agua y desprendimientos de grandes rocas (bolos).

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Las laderas que rodean la población de Canfranc-Estación, en el Pirineo aragonés, parecen hoy una colosal muestra de naturaleza salvaje, pero en realidad están totalmente humanizadas. Aparte de que los árboles son reforestados, en esta imagen del barranco de Estiviellas se pueden contar al menos siete construcciones para prevenir aludes y avenidas. Forman parte de una descomunal obra de hidrología forestal comenzada hace más de un siglo, que además de llenar estas empinadas laderas de árboles incluye 554 estructuras, entre diques, diques vacíos, muros, banquetas, puentes de nieve, cajones de nieve…

Dos diques vacíos: ingenioso invento del español Benito Ayerbe, el promotor de este proyecto en 1911 para defender la Estación Internacional de Canfranc. Frenan los aludes sin colmatarse, pues tienen un gran agujero (mechinal) que deja pasar la nieve y las rocas arrastradas, quedando siempre vacíos.

Dique vacío con rastrillo: variante que incorpora una parte superior dentada para aumentar su resistencia a los aludes, aunque caigan muy seguidos. Modelos de José María Ayerbe, hijo de Pedro Ayerbe, primo de Benito, los tres insignes ingenieros de montes.

Restos de otro dique vacío posiblemente dañado por alud de 1984. Desagua justo a la caída donde se forma la cascada natural conocida como “cola de caballo”, hasta la que sube una ruta senderista desde Canfranc.

Puentes de nieve: plataformas horizontales sostenidas por caballetes o pilares en las que la nieve encuentra apoyo para no deslizarse. Destinados a suelos escarpados con mucha pendiente.

Otro dique vacío con rastrillo. Esta es la obra más grande realizada en España para frenar aludes de nieve y desprendimientos.

Otro puente de nieve. Para la realización de este enorme proyecto de restauración hidrológica-forestal los ingenieros tuvieron que inventar soluciones y estructuras que hasta entonces no existían, como los cajones de nieve y las banquetas de césped.

Además de estas construcciones, hoy hay otras defensas clave: los árboles. Antes de estas obras, en las laderas no había arbolado, ni casi maleza, por lo que los aludes se deslizaban sin encontrar obstáculos y las lluvias convertían los barrancos en un peligro por el que caían enormes rocas.

“La gente piensa que este es un paisaje virgen, pero no puede ser más humanizado, y eso no resulta malo, en realidad, gana. Antes solo había canchales [piedras sueltas en pendiente]”, comenta Pérez-Soba. “Es absurda la visión negativa de que el ser humano solo degrada la naturaleza, si no se hubiera reforestado, aquí el paisaje sería infinitamente menos espectacular y no habría tanta biodiversidad. Además, los edificios que hay ahora en Canfranc y la propia estación estarían destruidos por avenidas y bolos”.

El decano es un estudioso de esta obra y, sobre todo, de su impulsor hace más de un siglo, el ingeniero aragonés Benito Ayerbe (1872-1917), que advirtió del gran riesgo que implicaba construir ahí la estación internacional. Al principio, no le tomaron muy en serio y le dieron pocos recursos para actuaciones de prevención, pero varios aludes en los inviernos de 1914-1915 y de 1915-1916 que destruyeron seis edificios lo cambiaron todo. Su proyecto consiguió un gigantesco presupuesto de un millón de pesetas al año.

“Los que hicieron esto fueron unos genios, se dio un presupuesto que era descomunal para la época y se innovó muchísimo”, comenta Eduardo Tolosana, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes de España, que defiende que para evitar inundaciones en la parte baja de los ríos resultan claves los árboles y este tipo de restauraciones en las cabeceras. “Esta es una obra muy emblemática por el momento que se hizo y por el peligro que había que corregir”, incide. “Dio para aprender mucho”.

Estas montañas pirenaicas tienen desniveles de más de mil metros y pendientes vertiginosas de más del 50%, son como toboganes en los que ni siquiera podían crecer los árboles, disparándose el peligro por la caída de nieve y enormes rocas. En aquellos años, no había soluciones para esto en los libros y Ayerbe tiene que inventarlas. En Francia, entonces, se colocaban diques para frenar las avenidas, pero estos se van llenando de bolos y sedimentos hasta colmatarse y convertirse en trampolines para los aludes. El ingeniero español crea lo que denomina diques vacíos: son muros con un gran agujero en medio (mechinal) que frenan la parte de arriba del alud —la que tiene más fuerza por no encontrar rozamiento del suelo—, pero dejan pasar la parte de abajo hasta vaciarse por completo. “Se le ocurre esto viendo cómo actúan los árboles caídos”, señala Pérez-Soba. “Estas obras son un ejemplo mayúsculo de creatividad basada en soluciones de la naturaleza”.

El ingeniero Ignacio Pérez-Soba, sobre uno de los diques de la obra de defensa de la estación internacional de Canfranc.

Para defender la estación internacional de los aludes, piedras y avenidas de agua, se lleva a cabo una reforestación masiva de las laderas y se colocan todo tipo de protecciones para contener los desprendimientos, el agua y la nieve. Un inventario realizado de forma reciente por el Gobierno de Aragón en estas montañas para la rehabilitación de estas defensas ha contabilizado 554 estructuras, entre diques, diques vacíos, muros, banquetas, puentes de nieve, cajones de nieve… Benito Ayerbe inventa algunas de estas soluciones (los diques vacíos, las banquetas de césped y los cajones de nieve) y comienza las obras, pero no las verá terminar, pues falleció de forma prematura antes de cumplir los 45 años. Continúan el proyecto los ingenieros Pedro Ayerbe, su primo, y Florentino Azpeitia.

“Aquí se buscan soluciones muy innovadoras y perfectamente integradas en el paisaje. Los ingenieros de montes queremos imitar los procesos de la naturaleza, a veces con soluciones de obra civil y otras biológicas. Hay que buscar una armonía, un equilibrio entre la ingeniería dura y la ingeniería biológica”, destaca Pérez-Soba, que asegura que “en España con el cambio climático vamos a ver una mayor torrencialidad con toda probabilidad”.

Aunque estos paisajes pirenaicos son muy diferentes de los áridos torrentes mediterráneos donde se produjeron las brutales crecidas en octubre pasado, este ingeniero recuerda que el desastre del camping de Biescas de 1996, donde perdieron la vida 87 personas, también fue una avenida causada por una Dana. “En España hay muchos barrancos del Poyo”, recalca Pérez-Soba. “No tenemos intención de corregir todos los barrancos del país, pero si hay un problema aguas abajo, los ingenieros de montes sabemos cómo resolverlo aguas arriba, con soluciones basadas en la naturaleza”.

La estación internacional de Canfranc, hoy en día, bajo las montañas pirenaicas transformadas por Ayerbe.

En esto mismo incide Tolosana, que considera que aunque haya eventos extraordinarios que superarán estas defensas, este tipo de restauraciones aminoran los daños. “Si consigues frenar la crecida en la cabecera y el tramo alto de la cuenca, estás retrasando y laminando el pico del hidrograma, lo que da tiempo para reaccionar aguas abajo”, señala.

Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de bosques de la organización ecologista Greenpeace, también ve el papel positivo de esta intervención en Canfranc. “¿Estoy de acuerdo? Sí. Aquí el problema no es solo el agua, también hay sedimentos y piedras de gran volumen». Según este biólogo experto en ordenación del territorio, que reconoce la herencia forestal dejada por los ingenieros en España —“aunque esto también tiene sus grises”—, este tipo de restauraciones hidrológico-forestales si se hacen bien sí que ayudan a prevenir catástrofes como la del barranco del Poyo. “Es bueno que los montes estén cubiertos de árboles, los bosques cumplen una función de retención de agua, de freno de la erosión, de prevención de avenidas. Esto no solo supone plantar árboles, sino que a veces incluye trabajos de hidrotecnia, de construcción de pequeños muros de contención”.

Críticas a la limpieza de los cauces

Tras la dana de Valencia, algunas voces insistieron mucho en la necesidad de «limpiar los cauces» para evitar estas catástrofes. Para el ingeniero Ignacio Pérez-Soba, “esto es de un simplismo atroz». «Si se limpia entiendo que es de basura o escombros, si lo que tienen los cauces es vegetación entonces no están sucios». Según el decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes en Aragón, «la solución de convertir todos los cauces en canales es un desastre». «En lugar de frenar el agua, de esta forma se acelera. Las crecidas deben pararse en su parte forestal donde hay menos valores humanos que defender, ahí la vegetación de ribera desempeña un papel fundamental, actuando como dique vivo», insiste. «No hay que olvidar, además, que las riberas de los ríos son unos ecosistemas muy interesantes».

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