Mohammed Nabil Zeidan jura que los siete hijos que le quedan —un ataque israelí mató hace meses a su primogénito, de 22 años— llevan tres meses sin comer pan. Casi desde el 2 de marzo, cuando Israel prohibió completamente la entrada de ayuda humanitaria en Gaza. La semana pasada, alguien les dijo que “los americanos” estaban repartiendo comida. Aludían a los dos sitios de distribución de alimentos abiertos el 27 de mayo en el centro y el sur de la Franja por una organización opaca, de financiación desconocida, pero patrocinada por Israel y Estados Unidos: la Fundación Humanitaria de Gaza (FHG).
El pasado domingo, esta familia caminó ocho horas para alcanzar el centro de distribución de Rafah, en el sur. No habían llegado a la segunda puerta, con otros “cientos de miles de personas más”, cuando los militares israelíes “empezaron a disparar”, recuerda este albañil de 46 años. Una multitud aterrorizada separó a la madre, con dos de sus hijos, del padre. “Al suelo”, gritó la mujer a los niños. Ahmad, de 12 años, la vio después inerte con la cara contra la tierra. “Los tanques se acercaban y un hombre me dijo, ‘¡Huye! ¡A tu madre la han matado!”, recuerda por teléfono, con el ruido incesante de los bombardeos y el llanto de otros niños de fondo.
Desde el 27 de mayo, ataques atribuidos al ejército israelí han matado a un centenar de personas en las cercanías o incluso dentro de los centros de la FHG, algo que la organización ha negado repetidamente en sus comunicados, que describen sus distribuciones como “pacíficas” y sin “incidentes”. En varias de esas notas de prensa, atribuyen esas y otras alegaciones contra la organización a “noticias inexactas”, basadas en” fuentes no verificadas y sin fundamento” y a “narrativas fabricadas y exageradas en la cobertura de los medios”. Mientras, Naciones Unidas ha descrito su actividad como “un mecanismo militarizado de distribución de alimentos”, al que numerosas ONG acusan de servir a los objetivos de una invasión israelí que dura ya 20 meses y en la que han muerto al menos 55.000 personas.
En la que probablemente es la mejor versión del contenido de las cajas de cartón con comida que esta organización asegura estar entregando —la que refleja una fotografía difundida por el ejército israelí la semana pasada— aparecen cuatro paquetes de pasta, uno de arroz, dos kilos de harina, dos botellas de aceite vegetal y algunas latas, por ejemplo de salsa de tomate. No hay nada fresco, ni fruta ni verdura. Tampoco huevos ni lácteos ni siquiera en polvo, ni suplementos nutricionales, ni leche de fórmula para lactantes ni tampoco productos de higiene.
Esos alimentos bastan, afirma la FHG, para alimentar a entre cinco y seis personas hasta cuatro días. Las cajas incluyen, calculan los comunicados de la FHG, entre 63 y 65 de unas raciones que describe como “comidas”, a pesar de que se trata de alimentos sin preparar. Mientras Gaza agoniza, con sus 2,1 millones de habitantes al borde de la hambruna, la FHG asegura que, hasta este viernes, en sus dos sitios de distribución se han repartido 140.640 de cajas de alimentos, que equivalen —asegura—, a casi nueve millones de esas “comidas” (exactamente, 8.952.142).
Organizaciones humanitarias, expertos y testigos consultados por EL PAÍS consideran poco creíbles esas cifras. Para empezar, por el elevado número de paquetes supuestamente repartidos por esa organización de nuevo cuño, superior a los que logran entregar agencias de la ONU y ONG con décadas de experiencia en distribución de alimentos en zonas de conflicto. En su primer día de actividad, y ya con denuncias de caos y de palestinos hambrientos tiroteados cuando trataban de conseguir comida, la FHG aseguró haber repartido 8.000 cajas en unas horas. Una agencia de Naciones Unidas puede distribuir entre 500 y 1.000 paquetes diarios, según asegura una fuente de la organización.
Varios testigos desmienten, además, que la cifra de cajas a la vista en los centros de la FHG fuese elevada. Mohamed Zeidan, cuya esposa murió en el sitio de distribución de Rafah, asegura que solo vio allí “seis palés con cajas”. Un trabajador de la ONU sin relación alguna con Zeidan, que habló con este diario bajo condición de anonimato, cita otros testimonios que aluden a un cálculo similar: “Cinco palés de cajas”.
En un comunicado divulgado este viernes en su página de Facebook, la FHG asegura, por el contrario, “estar trabajando para aumentar las cantidades diarias [de alimentos]”, con el objetivo “de llegar a 4,5 millones de comidas distribuidas diariamente”. Luego se dirige a los gazatíes: “Tengan la seguridad de que la Fundación Humanitaria de Gaza seguirá asegurando las cantidades necesarias de productos alimenticios para todos los buenos residentes de la Franja”.
Si la cantidad de envases de cartón repartidos y de los víveres que incluyen estos plantea dudas, también suscita interrogantes la adecuación de esos alimentos a una población malnutrida como la gazatí. Las cajas de la FHG apenas incluyen fuentes de proteína animal —excepto algunas latas de atún en algunas de ellas—, ni grasas saludables, vitaminas o minerales.
No hay en ellas leche de fórmula ni alimentos específicos para niños. Tampoco suplementos nutricionales cuando, desde enero, las organizaciones humanitarias que trabajan bajo el paraguas de la ONU en Gaza han detectado a más de 16.500 menores de cinco años con malnutrición aguda severa. Alrededor del 40% de la población de Gaza tiene menos de 14 años.
La harina y el arroz que sí incluyen las cajas de la fundación son comerciales, no los enriquecidos con hierro y vitaminas del grupo B —como el ácido fólico, vital para las embarazadas—, que distribuye la ONU en contextos de malnutrición. La principal entidad humanitaria en Gaza, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), que suele centralizar el reparto de otras organizaciones del sistema de Naciones Unidas, distribuía esos cereales, pero también leche en polvo, de fórmula para bebés, suplementos nutricionales, más alimentos protéicos y, cuando era posible, fruta y verdura.
Las cajas de la FHG tampoco incluyen siempre los mismos alimentos, aseguran testigos como Zeidan, que describe un contenido mucho más pobre del que reflejaba la fotografía del ejército israelí: “Cada caja contenía tres kilos de harina, una bolsa con unas 12 galletas, un kilo de semolina (harina gruesa de trigo), a veces un kilo de azúcar y un kilo de lentejas o garbanzos”, recuerda. “Con tres kilos de harina, apenas hago pan suficiente para alimentar a mis [siete] hijos un día. Esa caja no basta ni para alimentar un día a una familia de cuatro personas”, lamenta.
El trabajador de la ONU en Gaza sostiene que algunos envases solo incluyen “té, azúcar y noodles [fideos asiáticos]; otros, aceite y arroz”. Según este cooperante con larga experiencia en distribución de ayuda humanitaria, los datos de la FHG, esas entre 60 y 65 raciones en cada caja, “no tienen sentido”.
Cifras irreales e insuficientes
Desde Ramala (Cisjordania), Bushra Khalidi, responsable de incidencia de la ONG Oxfam, describe esas cifras de la FHG como “una broma” y asegura que, incluso si son verídicas, esa comida apenas basta para alimentar a la población de Gaza “por un día”. Los centros de distribución de la FHG están además en la mitad sur de la Franja, cuando alrededor de “un millón de personas” se encuentra en el norte, destaca el trabajador de Naciones Unidas, separadas de la zona meridional por corredores militares israelíes que no pueden atravesar.
La comida de la FHG, asegura, tiene además un serio inconveniente: hay que cocinarla, lo que precisa de fuego y/o de agua. Desde que Israel impuso el bloqueo total a la ayuda humanitaria en marzo, ni una gota de combustible ni una bombona de gas han entrado en el territorio palestino. La madera está prácticamente agotada y nueve de cada diez gazatíes no tiene acceso a agua potable.
Las organizaciones humanitarias, mientras tanto, siguen sin poder distribuir comida porque el Gobierno israelí sigue impidiendo su entrada en Gaza y porque el temor a saqueos de esa población hambrienta impide repartir la poca que entra. Esa situacion no ha cambiado significativamente desde el 18 de mayo, cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunció que permitiría la entrada limitada de alimentos en la Franja para aplacar las críticas estadounidenses.
Israel ha presentado la FHG como una alternativa al sistema de Naciones Unidas y a las ONG, que han rechazado colaborar con esa fundación que rompe los principios humanitarios de independencia —está asociada a un ejército invasor— e imparcialidad y ni siquiera asegura la trazabilidad de los alimentos que entrega.
Por el contrario, las organizaciones humanitarias distribuyen la ayuda siguiendo una serie de pasos para trata de garantizar que esta llegue a quien lo necesite. Primero, estas organizaciones identifican a los beneficiarios y el perfil de la unidad familiar —por ejemplo, si hay lactantes que necesiten leche de fórmula— antes de iniciar el reparto de alimentos o de productos de higiene, mantas, ropa y materiales de refugio como tiendas de campaña.
Una vez identificados, se da prioridad a los beneficiarios más vulnerables -niños, discapacitados, ancianos, mujeres cabeza de familia- y se les convoca “con una llamada o un SMS” para que acudan a uno de los 400 puntos de distribución de los que disponía el sistema de Naciones Unidas en toda Gaza, “normalmente a cinco o diez minutos a pie de su casa”, detalla el cooperante de la ONU. La FHG tiene solo dos centros operativos que, además, no abren todos los días por el caos que impera en ellos.
Una vez en los puntos de reparto de las ONG o la ONU, el beneficiario muestra un documento de identidad y firma la recogida de ayuda, en unas cajas en las que normalmente aparece detallado el contenido en una etiqueta pegada en un lateral.
El trabajador de la ONU considera que, sin que la FHG cumpla con ese protocolo u otro similar, la actividad de esta organización “no puede definirse como una auténtica distribución humanitaria, ni siquiera de comida”.
“¿A quién está repartiendo esa comida la FHG? ¿Cómo lo están haciendo? Una distribución humanitaria no consiste en dejar tiradas en el suelo unas cajas con comida para que luego una multitud en la que predomina la ley del más fuerte se pelee por ellas”, plantea.
Un vídeo de la propia Fundación Humanitaria de Gaza, difundido por la CNN, muestra el sitio de reparto de Rafah. En el suelo yacen amontonadas decenas de cajas mientras una multitud corre tratando de hacerse con algún alimento. Algunos gazatíes abren los paquetes sin que nadie controle aparentemente quién se lleva qué ni cuántas cajas se distribuyen. En varios de sus comunicados, la propia FHG ha pedido a los gazatíes que no abran los paquetes dentro del sitio de distribución. En el cielo, luces que suele emitir un tipo de ametralladora habitual en el ejército israelí, según un experto citado por esa cadena, rompen la oscuridad. Otras grabaciones muestran a personas con dos cajas, otras con envases rotos y abiertos, otras con bolsas y muchas con las manos vacías.
Sean Carroll, presidente de la ONG Anera, que gestiona cocinas comunitarias en la Franja, subraya que, incluso si los datos de la FHG son ciertos, “tan importante como las cifras de comidas repartidas son las de personas que siguen en la inanición y también la forma peligrosa e indigna en la que se está distribuyendo esa comida”.
Bandas criminales
Tanto Mohamed Zeidan como el trabajador de la ONU, que no se conocen entre ellos, aseguraron a este diario que quienes están obteniendo esas cajas con alimentos de la FHG no son además muchas veces “gazatíes de a pie”. Sus testimonios y otros reflejados en redes sociales sostienen que bandas criminales están acaparando los alimentos con la complicidad de Israel y de las empresas estadounidenses de mercenarios que vigilan los sitios de reparto. El cooperante de la ONU asegura que estos delincuentes venden luego los víveres fuera de esos centros.
Mohamed Zeidan relata cómo “un matón” le puso a su hija de 20 años una pistola en la sien para robarle algunos alimentos que había logrado meter en una bolsa. Ese incidente ocurrió dentro de la “zona militar cerrada” del sitio de la FHG en Rafah.
Este jueves, el exministro israelí de Defensa Avigdor Lieberman acusó al Gobierno de Netanyahu de estar entregando armas a bandas criminales en Gaza. La oficina del primer ministro israelí no lo ha negado.
“Esto no es ayuda. Es un sitio de humillación, muerte e insulto”, dice el viudo Zeidan. Para el comisionado general de la UNRWA, Philippe Lazzarini, los sitios de la FHG son “una trampa mortal”.
Julieta Espín, profesora de Relaciones Internacionales de Oriente Próximo de la Universidad Complutense de Madrid, que hizo su tesis sobre la UNRWA, concluye que el establecimiento de fundación estadounidense-israelí no tiene como fin ayudar a los gazatíes ni alimentarlos. Cree que el objetivo real de esa fundación es, en realidad, “acabar con la UNRWA y su asistencia humanitaria a los refugiados palestinos, que el Gobierno israelí ve como un estorbo para que esas personas se asienten en otros países y así apoderarse de su territorio”.
Mientras, la destrucción de todo rastro de vida en Gaza prosigue. Al mismo tiempo que Israel defiende a la FHG como una alternativa a las agencias de la ONU y las ONG, su ejército sigue arrasando, no solo infraestructuras y viviendas, sino también los huertos, invernaderos, granjas y campos de cultivo que permitían a la población del enclave producir algunos alimentos frescos.
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