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Ahmed al Shara, el exyihadista rehabilitado por Trump que ha sacado a Siria del aislamiento internacional

Después del 11-S y la subsiguiente guerra contra el terrorismo de EE UU resultaba impensable ver a un presidente estadounidense estrechando la mano a un dirigente incluido en la lista de terroristas del Departamento de Estado. Pero la actualidad política internacional avanza a unas marchas tan frenéticas que incluso este tabú ha quedado enterrado este miércoles: Donald Trump recibió en Arabia Saudí a Ahmed al Shara, hasta hace bien poco conocido por su nombre de guerra, Abu Mohamed al Julani, antiguo dirigente de Al Qaeda y del grupo integrista Hayat Tahrir al Sham (HTS) y hoy presidente transitorio de Siria.

Este apretón de manos culmina la rehabilitación internacional del antiguo combatiente, detrás de la cual hay mucha diplomacia de las potencias regionales (Arabia Saudí y Turquía, particularmente) pero también está la inteligencia política de Al Shara, un hombre acostumbrado a moverse al filo del precipicio y que, en los apenas cinco meses transcurridos desde que lideró la ofensiva para derrocar a Bachar el Asad, el anterior líder sirio, ha logrado el importante hito de sacar a su país del ostracismo internacional. Además, con el anuncio de Trump de que retira las sanciones de EE UU que pesan sobre Siria, Al Shara se anota un tanto especialmente celebrado por una población que sigue viviendo en la miseria de un país destrozado por más de 13 años de guerra civil (si bien los expertos advierten de que la retirada efectiva de estas sanciones tardará, ya que implica una maraña de leyes, órdenes y normativas no todas las cuales dependen del Ejecutivo estadounidense).

“Es un tipo duro. [Con un] pasado difícil, muy difícil. Un luchador. Tiene potencial, es un líder de verdad”, dijo Trump a los periodistas tras su reunión con Al Shara. Quienes lo conocen y han seguido su transformación de líder yihadista a hombre de Estado —un cambio que también se ha reflejado en su imagen— lo definen como un individuo astuto, carismático y ambicioso.

Nació en una familia de clase media-alta expulsada de los Altos del Golán bajo ocupación israelí. Su padre fue un académico que trabajó como asesor de Gobierno con los Asad (Bachar y su padre, Hafez) y su hermano Hazem ha sido directivo de Pepsi en Irak. Pero al contrario que el nacionalismo panarabista que sostenía su progenitor, el joven Al Shara se sintió atraído por el islamismo al calor de la Segunda Intifada palestina y el 11-S. En 2003, con 20 años marchó a Irak a luchar contra la ocupación estadounidense, pero pasó la mayor parte de su estancia detenido en cárceles iraquíes o bajo control de EE UU donde reforzó sus lazos con combatientes y futuros mandos de Al Qaeda. De vuelta a Siria, en plena guerra civil, jugó con las diferencias entre Al Qaeda y su escisión, el Estado Islámico o ISIS, para acabar dejando en la estacada a ambos (los expertos consideran que sin la información de inteligencia suministrada por su grupo, habría sido imposible que EE UU y Turquía ejecutasen a líderes y dirigentes yihadistas escondidos en Idlib, el bastión de HTS en Siria).

Obsesionado por los focos

Algunos de sus antiguos compañeros de armas no guardan buena opinión de él: lo consideran un personaje obsesionado por los focos, dispuesto a “sacrificar la sangre de sus soldados”. Pero quizás sea esa ambición y la voluntad de pasar a la historia las que le han llevado a adoptar un pragmatismo impensable en otros líderes yihadistas.

En sus meses de gobierno ha combinado mano dura y gestos aperturistas. Un activista de derechos humanos critica el proceso “poco democrático” y la forma “apresurada” en que se gestó la Constitución transitoria de Siria, un texto que concentra los poderes en el presidente, sin apenas mecanismos de control. Aunque ha nombrado para su Gabinete a miembros de distintas confesiones y etnias —e incluso a tres ministros que sirvieron bajo El Asad— y no ha impuesto una legislación más religiosa que la existente hasta ahora, solo ha dado una cartera ministerial a una mujer y ha reservado las más importantes para su círculo más estrecho de colaboradores (todos islamistas). Además, según denunció Human Rights Watch este miércoles, ha nombrado para importantes puestos de las nuevas Fuerzas Armadas a comandantes rebeldes acusados de crímenes de guerra.

Al Shara ejerce de equilibrista buscando apaciguar tanto a sus compañeros de armas de ideas fundamentalistas —que reclaman para sí los frutos de la victoria— como a la mayoría de la población que recela de ellos. Tras más de una década de guerra civil, Siria no solo es un país destrozado y empobrecido, sino que también se han agudizado las tensiones sectarias. Algunos representantes de las minorías étnicas y religiosas exigen la federalización de Siria y buscan para su grupo la protección de potencias extranjeras, mientras que Al Shara apuesta por mantener un poder centralizado para evitar fracasos similares a los modelos libanés, iraquí o bosnio.

Desde luego, estos cinco meses no han sido fáciles. Mientras el nuevo Gobierno buscaba cambiar la composición de un Estado dominado durante medio siglo por la familia Asad y sus compinches y mantener la administración en funcionamiento, no ha habido prácticamente semana en que Israel no haya bombardeado el país, incluidas las inmediaciones del palacio presidencial (Al Shara ha dicho abiertamente que no va a responder porque sería suicida para su país y, en cambio, ha establecido canales negociadores con Israel). También ha hecho frente a una importante insurrección promovida por miembros afectos al antiguo régimen —cuya brutal represión fue muy criticada internacionalmente al provocar la muerte de cientos de civiles— y a conflictos con diversos grupos de la minoría drusa —algunos de ellos apoyados activamente por el Gobierno israelí de Benjamín Netanyahu—, pese a lo cual ha logrado acuerdos con algunos de los principales líderes drusos desactivando una situación potencialmente explosiva. Igualmente, ha cerrado un acuerdo con el líder de las milicias kurdo-sirias para la progresiva reintegración al control de Damasco de los territorios en su poder, el tercio noreste del país.

Todo esto a la vez que el nuevo Gobierno sirio lideraba una ofensiva diplomática para normalizar la posición de Siria en el tablero internacional, recibiendo en Damasco a representantes de decenas de países —incluidos de Rusia y EE UU— y organizaciones internacionales como la ONU o la UE. Su ministro de Exteriores, Asad al Shaibani, participó en el Foro de Davos este año y el propio Al Shara, además de viajar a varios países vecinos, fue recibido en el Elíseo por Emmanuel Macron la semana pasada. Sin embargo, no todo es un camino de rosas: el presidente sirio ha tenido que suspender su participación en la cumbre de la Liga Árabe de este fin de semana en Irak a raíz de las protestas de los grupos chiíes locales, que lo acusan de crímenes en su época de yihadista en la rama iraquí de Al Qaeda.

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