Antes de tomar posesión como primer ministro en funciones, en marzo, Mark Carney renunció a sus pasaportes irlandés y británico y conservó solo el canadiense. El líder liberal, que ha llevado a su partido a su cuarta victoria consecutiva desde 2015, había adquirido hace décadas la nacionalidad irlandesa por ascendencia familiar y obtenido el pasaporte británico en 2018 mientras trabajaba como gobernador del Banco de Inglaterra. Su esposa, Diana Fox Carney, también es de origen británico.
Papeles al margen, la trayectoria de Carney revela una clara querencia europea. Tras certificar el fin de la privilegiada relación con EE UU por la guerra comercial y las amenazas de anexión de Donald Trump, esa inclinación le abre las puertas a nuevas alianzas, como recordó en el discurso con el que celebró su victoria electoral: Canadá va a fortalecer sus relaciones con socios más fiables, “con Europa, con Asia”. Porque, como también ha dicho en ocasiones, el suyo “es el país más europeo de los países no europeos”.
Entre ambas orillas del Atlántico hay una estrecha relación tejida por inclinaciones comunes y gestos simbólicos, como la asistencia del rey Carlos de Inglaterra, cabeza de la Commonwealth, a la apertura del Parlamento en Ottawa, el 27 de mayo, “un honor histórico a la altura de nuestros tiempos”, según Carney. El monarca leerá el llamado discurso del trono, la declaración que abre la legislatura, un hecho que no sucedía desde 1977 cuando la reina Isabel fue la encargada de presentarlo.
La voluntad atlantista no será la única marca de su Gobierno. El país miembro del G7 —ostenta su presidencia este año— pretende impulsar de un modo más amplio el multilateralismo. No es casualidad que dos de sus primeras llamadas tras las elecciones hayan sido a António Costa, presidente del Consejo Europeo, y António Guterres, secretario general de la ONU, una organización de la que EE UU se está desvinculando progresivamente. Este domingo, habló también con Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
El primer ministro canadiense, que aprendió del Brexit las consecuencias que supone para un país cortar amarras con el exterior, se postula pues como firme defensor de la cooperación internacional frente al proteccionismo y el aislacionismo de Trump, con quien se encontrará en la próxima cumbre del G7 en junio, en Kananaskis, tras visitar este martes la Casa Blanca apenas 48 horas después de una nueva provocación del republicano. Su apuesta por el multilateralismo nace no obstante lastrada por algunos factores, el principal de ellos la honda interdependencia de EE UU, además de una década de ralentización económica.
Los expertos consultados sobre el cambio de rumbo de Canadá matizan la posibilidad de un giro drástico, coyuntural, de su papel en el mundo. “Canadá y la UE son socios naturales y existen oportunidades para profundizar en la cooperación económica, política y de seguridad. Dicho esto, Canadá siempre dará prioridad a sus relaciones con EE UU, su mayor socio comercial por un margen muy amplio, por lo que no preveo una transformación fundamental del papel de Canadá en el mundo o dentro del G7”, subraya Roland Paris, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Ottawa y ex asesor de política exterior del ex primer ministro Justin Trudeau.
Con respecto a las relaciones con Europa, apunta Matthew Levin, que fue embajador en España entre 2016 y 2020, “ya son muy positivas y se han reforzado notablemente en los últimos diez años, con la conclusión de nuestro acuerdo comercial, el CETA. Sin embargo, la oportunidad real para un cambio de las relaciones no está clara”, matiza, dado que la posibilidad de estrechar lazos en ámbitos como la seguridad tendría que superar el escepticismo tradicional de Ottawa “ante una capacidad de defensa de la UE que pudiera restarle compromiso con la OTAN. Quizá si EE UU actuara para socavar a la OTAN, la opinión de Canadá cambiaría, pero no estoy seguro”. Carney ha prometido acelerar el gasto militar y reducir la dependencia de EE UU en la adquisición de material, así como colaborar con el fondo de defensa propuesto por la UE.
Con respecto al comercio, añade Levin, miembro del Instituto para la Paz y la Diplomacia, un centro de estudios binacional (EE UU-Canadá), “no cabe duda de que podría haber cierta sustitución del comercio con EE UU desviado por los aranceles, pero no está claro hasta qué punto podría ser significativa. Creo que es evidente que ninguna de las partes puede sustituir a EE UU por la otra”. A ello se suma el mucho tiempo que llevaría reorientar “las cadenas de suministro o crear una capacidad de defensa”. “El grado de integración con EE UU es tan profundo e intenso que no puede sustituirse ni fácil ni rápidamente”, concluye el diplomático.
Jon Allen, que fue embajador en España entre 2012 y 2016, matiza también el supuesto giro copernicano que Carney desea imprimir al comercio de Canadá. “Ahora aproximadamente el 75% de nuestro comercio es con EE UU, a pesar de los acuerdos con la UE, Asia y múltiples pactos bilaterales dentro de América Latina. El problema hasta la fecha ha sido que, a pesar de esos convenios, las empresas canadienses han tenido demasiado fácil vender a través de nuestra frontera a un mercado de 350 millones de personas donde la gente habla inglés y los costes de transporte son mínimos. Además, algunas áreas del mercado están muy integradas, como la fabricación de piezas de automóvil. Así que sería bueno diversificar. Y sería estupendo que la UE, Canadá, Australia y Japón se unieran para luchar contra Trump. Por desgracia, eso es poco probable”.
Por la ralentización de la economía en la última década, para algunos expertos una década perdida, y su discreto Ejército —tanto en efectivos como en presupuesto—, Chris Hernandez-Roy, subdirector del programa de las Américas en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, en sus siglas inglesas), cree que es pronto para preguntarse por el nuevo papel de Canadá en el mundo, porque “aún no tiene un nuevo papel y porque Canadá ya está cerca de Europa, aunque podría estar más, por supuesto”.
Ante el repliegue de EE UU como líder mundial, añade, “algún país, o grupo de países, tendrá que llenar ese vacío, y Canadá seguirá formando parte de un grupo de ideas afines que intentará mantener el orden internacional basado en normas, o al menos salvarlo en lo posible a medida que los movimientos tectónicos afecten a la geopolítica mundial”. Pero si Canadá quiere ser un país líder, ya sea en el G7 o con los principales actores de la UE, “tendrá que restaurar su disminuida posición mundial mediante el fortalecimiento de su economía, de bajo rendimiento [en la última década] y el fortalecimiento significativo de su ejército, cosas que no sucederán de la noche a la mañana”.
Carney, opina el experto, “se centrará en la primera de estas dos cuestiones”, el saneamiento de su economía, como principal modo de resistir a los aranceles de Trump. A más largo plazo, el refuerzo de su Ejército será esencial “para proteger el Ártico de Canadá, y aplacar a EE UU” en la zona, sin obviar que la defensa de EE UU implica la salvaguarda de sus fronteras, es decir, también la de Canadá: 8.900 kilómetros, la mayor terrestre compartida por dos países.
El país norteamericano, recuerda el experto, tiene un acuerdo de libre comercio con la UE, ha aportado casi 20.000 millones de dólares en ayuda a Ucrania y contribuye a la defensa de Europa a través de la OTAN, especialmente al frente de la Brigada Multinacional en Letonia, “así que Canadá ya está cerca de Europa, lo que necesita es profundizar significativamente su relación comercial y de defensa con Europa, y otros países afines como el Reino Unido, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda para disminuir, aunque en mi opinión no sustituir, la dependencia de EE UU”.
Cooperación internacional
Al frente de la nación más pequeña —en población— del G7, Carney lidera hoy informalmente la oposición frontal de parte del mundo a Trump, pero con la necesaria prevención de evitar un choque directo, un difícil equilibrio en el que juegan fuerte tanto su credibilidad como su lista de contactos como exgobernador de los bancos centrales de Canadá (2008-2013) e Inglaterra (2013-2020). “En un mundo en el que Canadá ya no puede contar con EE UU, un mundo cada vez más complicado y multipolar, unas relaciones más estrechas con la UE podrían reforzar el papel de Canadá en el mundo, al proporcionarle un socio poderoso e influyente con el que promover intereses y valores clave que Canadá no podría perseguir eficazmente por sí solo”, considera Levin.
El contenido del mensaje de Carney al secretario general de la ONU corrobora su profesión de fe multilateral. “En estos tiempos de conflicto, Canadá está preparada para liderar. Construiremos coaliciones, defenderemos la democracia y defenderemos nuestros valores en la escena mundial. Mientras otros [EE UU] retroceden en su liderazgo mundial, Canadá da un paso al frente”, escribió Carney en la red social X (antes Twitter) tras hablar con Guterres. No obstante, sobre el presunto nuevo alineamiento de Canadá, Levin matiza: “Yo no hablaría de un nuevo papel, me parece que lo que es posible es un retorno a un papel más tradicional, más independiente, que caracterizó la política exterior canadiense hasta hace unos 20 años, cuando empezamos a alinearnos cada vez más con la política estadounidense”.
La profunda interdependencia de EE UU, los malos datos de la economía nacional en la última década y su discreto Ejército, que no figura ni por asomo entre los diez mayores de la OTAN, atan de pies y manos la ambición a la hora de desmarcarse de Washington de Carney, formulada a la vez como una necesidad existencial —resistir al matonismo de Trump— y como un desiderátum. Por todo ello, opina Levin, “seguirá habiendo una tendencia a tratar de apaciguar a Trump y a evitar acciones que puedan provocar respuestas aún más punitivas”.
Antes de lanzarse a abanderar el mundo contra Trump, Canadá deberá fortalecer su economía, “eliminando las barreras internas [federales] al comercio y dando rienda suelta a su potencial energético y mineral, construyendo nuevos oleoductos e infraestructuras de transporte hasta sus costas para llegar a nuevos mercados europeos y asiáticos”, recuerda Hernandez-Roy. No será hasta entonces, empoderado no sólo por el ardiente orgullo nacional que las amenazas de Trump han espoleado, y por la simpatía de muchos, cuando Canadá podrá plantar cara en la práctica a EE UU.
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