Hay algo anómalo en este cónclave que comenzará el miércoles, respecto a los últimos, a la hora de intentar descifrarlo. Las categorías tradicionales que delinean dos bandos, conservadores y progresistas, no parecen estar funcionando para reunir apoyos en torno a un candidato. “No se entiende hacia dónde va el cónclave”, han confesado varios cardenales. En 2005 era estar con o contra Ratzinger, y en 2013, con o contra Bergoglio. En ambos casos el dilema quedó claro rápidamente: en apenas 24 horas (cuatro y cinco votaciones respectivamente). Esta vez podría no ser tan fácil.
Además, lo que se filtra de las intervenciones de los cardenales en las congregaciones generales (las reuniones preparatorias del cónclave) es que abundan los discursos pesimistas. La confusión también se debe a las tensiones de este pontificado, que han abierto una brecha entre ambos frentes y cualquier candidato evidente del sector contrario pierde automáticamente toda posibilidad. Ambos campos están obligados a buscar nombres de consenso, fuera de sí mismos, y ahí reina la desorientación. Por otro lado, han entrado en juego otros factores que fragmentan el cuadro general. En el cónclave más numeroso y más internacional de la historia, el más evidente es el geográfico: muchos cardenales son desconocidos y hay muchas visiones nuevas. El vendaval de reformas de Francisco también ha desordenado el tablero de la elección del Pontífice, tal como se conocía hasta ahora.
“Todos los cardenales con los que hablo me dicen lo mismo: estamos perdidos”, cuenta un prelado vaticano. “Es una situación muy complicada, es como entrar en una habitación llena de espejos”, resume Giovanni Maria Vian, historiador y exdirector del Osservatore Romano. “Es inusual que, dos semanas después de la muerte del Papa, la sensación que transmiten los cardenales es que no se conocen y aún no se han aclarado”, confirma Alberto Melloni, historiador experto en historia de los cónclaves. Aún quedan tres días, y este lunes las congregaciones generales serán mañana y tarde, pero desde luego hay un amplio margen para la sorpresa.
Un escenario inédito que complica las previsiones
El próximo miércoles, a las 16.30, entrarán en la Capilla Sixtina 133 cardenales de 71 países, con una media de edad de 72 años. Es la primera vez que se supera el umbral máximo de 120 electores fijado en las normas vaticanas desde Pablo VI, algo que ahora se ha considerado una potestad papal. Entre los cardenales, algunos murmuran que Francisco podía haberse ahorrado la última tanda de nombramientos, el pasado mes de diciembre, porque habría sido un cónclave como los anteriores. Es, apuntan, el último lío que les ha dejado.
“Es un cónclave más imprevisible y complicado porque es más difícil imaginar qué alianzas se pueden crear. Los propios cardenales que creó Francisco son muy diferentes de un país a otro: es la Iglesia del tercer milenio, que es muy diferente de la de Juan Pablo II o Benedicto XVI”, explica Massimo Faggioli, profesor de Departamento de Teología y Ciencias Religiosas de la Villanova University, en Filadelfia (EE UU). Los cardenales europeos son un 39%, y en 2013, cuando fue elegido Francisco, eran el 52%. Sin embargo la gran paradoja es que, con más candidatos no occidentales sobre la mesa, la incertidumbre general ha causado un repliegue: la mayoría de los papables que se manejan son occidentales.
Francisco rompió otras inercias. Ha relegado grandes diócesis a las que hasta ahora casi correspondía la púrpura de forma rutinaria, para favorecer a otras donde simplemente había un obispo que le gustaba, cercano a la calle, implicado en la comunidad. Esto hace que no haya en el cónclave un cardenal de París, Milán, Venecia, Praga o Los Ángeles. Y sí de Tonga, Haití, Paraguay o Suecia, algunos de los 15 países nuevos en el mapa del cónclave.
La novedad con un número tan alto de votantes no solo es que se complican los acuerdos, es que marca un listón altísimo para la mayoría exigida de dos tercios: 89 votos. Esta es una de las razones por las que se cree que el cónclave puede ser más largo, porque la dinámica de los escrutinios hace que se vayan moviendo votos hacia los nombres que despuntan, pero en esta ocasión ese trasvase puede ser más lento y laborioso. No se perciben dos o tres grandes bandos como era tradicional, sino que al no conocerse entre ellos se trata más bien de agregaciones de pequeños grupos. Se irá hacia una especie de gran centro. “Francisco quería destruir las alianzas del cónclave. Optó por crear un colegio donde los cardenales no se conocieran entre sí. Muchos de ellos, vestidos de sacerdotes, no distinguirían a los demás cardenales de sus secretarios. Esto hará que la formación de grupos sea más improvisada”, opina Melloni.
Dejando a un lado las ceremonias de nombramiento de cardenales, donde acuden todos, en 12 años Francisco solo ha convocado un consistorio ―asamblea de purpurados―, para que debatieran entre ellos. Fue en 2014, chocó con la asamblea y ya no les llamó más. Luego han pasado 11 años. En este clima se cree que los cardenales más jóvenes, los más inexpertos, seguirán el consejo de los más veteranos, y es la razón por la que, en un primer momento, hayan aparecido como papables los cardenales más conocidos por todos.
El desgaste de Parolin
En este panorama tan confuso solo ha surgido un favorito sólido, el hasta ahora secretario de Estado y número dos del Vaticano: Pietro Parolin. En principio, representaba una vía intermedia que podía complacer a todos. En la prensa italiana se da por hecho que cuenta con un buen paquete de votos, unos 40. Pero eso al menos le da poder de negociación, pues puede componer una minoría de bloqueo (un tercio de los votos, 45). Es decir, Parolin podría llegar a ser elegido pactando con otros grupos, o al menos este bloque impondría un nombre alternativo. No está claro en este momento cuál es ese plan B, quién sería ese cardenal. Según fuentes vaticanas, este frente está trabajando en ello. También por otra razón: en la última semana la candidatura de Parolin se ha ido desgastando.
Parolin está encontrando obstáculos. No convence ni al sector conservador, que no deja de ver en él a un hombre de Bergoglio; ni al reformista, que no cree que realmente lo sea, porque en los últimos años ya había frialdad entre ellos. Estos días afloran los reproches: se oye que no está bien de salud ―el Vaticano desmintió el jueves que hubiera sufrido un desvanecimiento―; le ha salpicado el caso Becciu (el cardenal a quien Francisco prohibió entrar en el cónclave); el acuerdo secreto con China, obra suya, es muy criticado. Su misa al día siguiente del funeral tampoco emocionó a nadie. Pero sobre todo causó alarma entre los más afines a Francisco una sorprendente intervención en la congregación general de Beniamino Stella, que se considera uno de los padrinos de Parolin. Stella, de 81 años y que no entra en el cónclave, cargó contra Bergoglio, a quien acusó de llevar el caos al Vaticano y desviarse de la tradición de la Iglesia al permitir a laicos y mujeres entrar en la Curia.
A los conservadores les falta el candidato…
La paradoja del sector más conservador es que tienen muchos líderes y voces respetadas, como Müller, Dolan (el favorito de Trump), Burke, Sarah, pero no un candidato. Es decir, saben que ninguno de ellos puede serlo, porque resultan divisivos, pero no logran dar con un nombre de carisma que pueda atraer consensos. El que se ha manejado estos días es el del húngaro Peter Erdo, ya papable en 2013, y se estima que acumula una veintena de apoyos. Pero cuando se describen sus numerosas cualidades y extensa bibliografía teológica no se deja de añadir que transmite pocas emociones. Es decir, sería uno de esos grandes electores que puede dirigir sus votos a otra opción.
La baza sería un conservador no occidental, de Asia o África, que tuviera al menos un rasgo de apertura y lograra votos de otros continentes. En África abundan cardenales conservadores, y el más destacado es el congoleño Fridolin Ambongo, pero le ocurre lo mismo, se considera demasiado tradicional. Cuando Francisco aprobó la bendición a parejas homosexuales cogió un avión desde el Congo y se fue a Roma a protestar en persona.
El perfil tan agresivo de este sector durante estos años no les ayuda. “En realidad los tradicionalistas son minoritarios, pero son muy activos y presentes en redes sociales”, opina Giovanna Chirri, la periodista de la agencia italiana Ansa que, gracias a su conocimiento del latín, dio primero la noticia de la dimisión de Benedicto XVI. Para Marco Politi, otro veterano vaticanista, “la campaña de deslegitimación de Francisco en realidad pretende intimidar a las fuerzas reformistas”. “Están diciendo: cuidado, no podéis elegir otro Francisco. Están diciendo que hay que buscar al menos uno de centro”, opina.
… y los progresistas tienen demasiados
El problema del sector más reformista y afín a Francisco es el opuesto del bando conservador. Han surgido muchos candidatos, personalidades interesantes, y eso disgrega los apoyos, no saben a qué carta quedarse. Se han dicho muchos nombres, pero solo parecen quedar en pie unos pocos, y no está claro cuántos apoyos podrían recabar en una primera votación: el filipino Luis Antonio Tagle, que ya fue papable en 2013; el italiano Matteo Zuppi, presidente de los obispos de su país; el maltés Mario Grech, mano derecha de Francisco en el sínodo, iniciativa crucial del pontificado; y el francés Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella. En este momento Aveline es el más cotizado. El frente progresista preferiría un Papa de Asia o África, pero aún no lo encuentran. Además, a muchos les horroriza la idea de otro pontífice que aterrice en Roma como un marciano, como Bergoglio. En todo caso, para muchos es un camino irreversible: “La Iglesia, creciendo, se ha dividido en variedades regionales, ya no están romanizados, hasta hace nada era impensable que un cardenal no supiera italiano”, señala Politi.
Las pequeñas facciones: italianos y el partido de la Curia
Entre los grupos que tradicionalmente han tenido un peso en los cónclaves, y que el Papa probablemente quería redimensionar, están dos clásicos: los italianos y el llamado partido de la Curia, los altos cargos del Vaticano. Los primeros siguen siendo el grupo nacional más numeroso, aunque ha ido bajando con los años. Eran 28 en 2013, ahora son 17, más dos que están en el extranjero, entre ellos un favorito, Pierbattista Pizzaballa, patriarca de Jerusalén. No obstante, les sucede algo igual de clásico: están divididos entre Parolin y Zuppi, pues sus seguidores se odian fraternalmente, con un tercero de reserva, Pizzaballa. Por otro lado, la vaticanista Giovanna Chirri advierte contra la distorsión óptica que habitualmente ha ofrecido la prensa italiana en los últimos cónclaves, al exagerar las posibilidades de los cardenales de este país.
En cuanto al partido de la Curia, puede contar con 27 votos, frente a los 38 que eran en 2013. Este grupo es el defensor del orden y quiere revertir reformas de Francisco, apoyará cualquiera que les dé garantías y, sobre todo, apunta malignamente un prelado: “No votarán nunca a uno de ellos, antes votan a otro”.
Votaciones decisivas el 7 y el 8 de mayo
Todas las maniobras culminarán y saldrán a la luz en el momento del revelado: la primera votación en la Capilla Sixtina, la única del miércoles por la tarde, será la primera fotografía fiable del reparto de votos. Habrá bastantes muy dispersos, porque también es el momento de pequeños homenajes entre cardenales, regalar un voto para que el nombre de alguien apreciado resuene por una vez. Pero es el momento de la verdad. Porque, según los expertos, se entra ya con una idea aproximada del peso de cada favorito. Según las reconstrucciones del cónclave de 2013, Angelo Scola sacó 25 votos y Bergoglio 12, pero en el bando del papa argentino cantaron victoria porque se pensaba que el primero tenía el doble. A partir de ese momento comenzó a perder apoyos.
Si ahora mismo hay un candidato fuerte, como Ratzinger en 2005 y Bergoglio en 2013, incluso uno fuera del radar, el éxito de esa operación se comprobará en la votación del miércoles. Una hipótesis en este momento es una alianza de los bloques de Parolin y Erdo, que aun así deben encontrar una treintena de votos. El otro cardenal en liza puede ser el francés Aveline. Y también el estadounidense Robert Francis Prevost, considerado el outsider capaz de recabar más consensos en todas direcciones, que podría agrupar un gran centro y dar la sorpresa.
Al día siguiente, tras las dos votaciones de la mañana, la comida es otro lance decisivo, pues hay tiempo para hablar. Habrán avanzado los dos o tres principales candidatos y es el momento de intercambiar impresiones, negociar in extremis o de que uno de ellos decida apartarse y apoyar a otro. Es el momento clave de la rendición o la resistencia. Al final lo importante son esos últimos metros: esos pequeños grupos de seis u ocho votos, porque son los que hacen falta para alcanzar la mayoría. En 1978, el cardenal Siri se quedó a solo cuatro votos de la mayoría, y no consiguió sacarlos de ningún sitio. Todo se bloqueó, se volvió a negociar y el tercer día salió Juan Pablo II. “Vence el que es capaz de mover votos, no el que los tiene”, señala un prelado.
Es decir, si el jueves, 8 de mayo, tras la comida y las dos votaciones de la tarde, la fumata es negra, quiere decir que el cónclave se ha bloqueado. Hay que volver a empezar. Al día siguiente, coinciden los expertos, es cuando ya puede pasar cualquier cosa. Se abre la posibilidad de la sorpresa.
El posible momento de la sorpresa
Si los candidatos principales, probablemente los que ahora se manejan, se anulan entre ellos todo se volverá imprevisible, en busca del consenso. Se puede recurrir incluso a alguien considerado joven, como Pizzaballa, y a un candidato ahora desconocido de un país de Asia o África. La gran pregunta es si algún nombre ha conseguido ser sumergido y mantenido fuera del radar, con el resultado ciertamente frecuente de que todas las quinielas resulten risibles una vez terminado todo. No parece que haya nombres tapados, pero estos días es frenética la actividad de reuniones, cenas y comidas en residencias privadas, en los colegios nacionales de los cardenales, organizadas por cardenales prestigiosos que mueven votos de cada sector.
Un síntoma sorprendente de la sensación de empantanamiento es que en Roma incluso se llega a hablar de elegir un cardenal que no está en la Capilla Sixtina, mayor de 81 años, pues en teoría cualquier creyente adulto, hombre, puede ser Papa. Estos días propician todo tipo de elucubraciones, pero se señala, en concreto, al estadounidense Sean O’Malley, el fraile que ha llevado la cruzada contra la pederastia, y a Christopher Schonborn, discípulo austriaco de Ratzinger, ambos muy prestigiosos.
En este clima, en la tercera misa de luto por el papa difunto, el vicario de Roma, el cardenal Baldassare Reina, 54 años, uno de los más jóvenes, advirtió en la homilía: “Este no puede ser el tiempo de equilibrios, de tácticas, de cautelas, el tiempo que se deja llevar por el instinto de volver atrás, o peor aún, de venganzas y alianzas de poder, sino que es necesaria una disposición radical para entrar en el sueño de Dios confiado a nuestras pobres manos”. De alguna manera simple o enrevesada la Iglesia tendrá un Papa. Será el número 267 de su historia. “Es un gremio muy raro este de los cardenales, por más que digamos que el nivel medio a veces no es muy alto, porque juntos han sido capaces en los últimos dos siglos y medio de escoger personalidades notables, evidentemente entre luces y sombras”, resume Vian.
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