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El cardenal defenestrado por Francisco renuncia a participar en el cónclave que elegirá al nuevo papa

El caso del cardenal rebelde se ha cerrado y el camino al cónclave que elegirá al nuevo papa se quita de encima un importante engorro que estaba enturbiando las reuniones previas. El italiano Angelo Becciu, empeñado en entrar en el cónclave aunque Francisco se lo había prohibido expresamente, ha renunciado finalmente a ello este martes.

“Teniendo en cuenta el bien de la Iglesia, a la que he servido y seguiré sirviendo con fidelidad y amor, y para contribuir a la comunión y serenidad del cónclave, he decidido obedecer, como siempre he hecho, la voluntad del papa Francisco de no entrar en el cónclave, aunque sigo convencido de mi inocencia”, ha dicho Becciu en un comunicado. Por otro lado, ha recurrido su condena de cinco años y medio de cárcel por fraude, y la apelación no comenzará hasta septiembre. Cabe la posibilidad de que luego sea declarado inocente.

Becciu, que fue incluso papable y hasta 2020 era el potente número tres del Vaticano, fue condenado por fraude por un tribunal vaticano en 2023, pero sobre todo recibió un duro castigo del papa Francisco: en 2020, cuando aún estaba solo acusado, Jorge Mario Bergoglio le despojó de sus derechos de cardenal, incluido el de participar en el cónclave. Esa defenestración se hizo pública con un comunicado de prensa. Sin embargo, la misma tarde de la muerte de Francisco, el pasado 21 de abril, Becciu ya se presentó como si nada en la primera congregación general de cardenales, las asambleas preparatorias del cónclave. Dijo que tenía derecho, porque nadie le había entregado nada por escrito, y además aseguró que antes de morir el Papa le había perdonado y le había dado permiso para asistir al cónclave. Pero verbalmente.

El conflicto estaba servido, porque canónicamente era muy dudoso el procedimiento (un comunicado de prensa no tiene valor jurídico) y además se basaba en algo que los críticos de Francisco siempre le reprocharon: que se saltaba reglas y normas del funcionamiento de la Iglesia causando problemas, tanto de doctrina como de burocracia.

El caso fue motivo de discusión en las primeras asambleas y el pasado jueves tuvo un sorprendente giro de guion, con dos novedades. El cardenal camarlengo, Kevin Farrell, autoridad durante la sede vacante, reveló que, en realidad, el Papa le había confirmado el castigo de Becciu antes de morir. Desmentía así la versión del cardenal díscolo, pero la ratificación a la que aludía también había sido de palabra, sin ningún papel por medio. Al camarlengo, no obstante, se unió el secretario de Estado, Pietro Parolin, que de pronto sacó dos cartas escritas por Francisco, con la firma de su inicial, “F.”, donde ratificaba efectivamente la sanción.

Parecía todo claro. Sin embargo, Becciu aún se resistía. Mas que nada porque la ley seguía estando de su parte: los expertos decían que la decisión no había sido comunicada al interesado ni se había hecho pública, y que para entrar en vigor tras la muerte del Papa tenía que haberse publicado como anexo al testamento.

No obstante, al final Becciu se ha rendido, por la presión de los cardenales y ante el hecho de que su caso se había convertido en el culebrón del cónclave. Además, había temores de futuros problemas de impugnación de la elección del pontífice.

En todo caso, el cardenal sardo siempre ha asegurado que fue víctima de un conspiración interna, por eso ha mantenido su batalla hasta el último momento, con el trasfondo de las peleas entre facciones de la Curia. Precisamente uno de los temores estos días era que entorpeciera la búsqueda de unidad y consenso par el cónclave. Además, para los cardenales extranjeros suponía uno más de tantos complicadísimos líos italianos y romanos, corruptelas y tramas que en las últimas décadas les han hecho tener una pésima opinión de la Curia. Y que, de hecho, llevaron a la dimisión de Benedicto XVI y a la elección de Jorge Mario Bergoglio, para que hiciera una limpieza total. El conflicto con Becciu también estaba afectando a las posibilidades de un Papa italiano, después de 47 años, que en Italia se consideran altas. Se da por favorito a Pietro Parolin, seguido del arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi.

Hay razones sobradas para que los cardenales estén espantados del caso del cardenal de Becciu. Como secretario sustituto de la secretaría de Estado, algo así como el ministro del Interior del Vaticano, gestionaba fondos reservados y de ahí surgió el escándalo: la extraña compra de un edificio de lujo en el centro de Londres, plagada de pufos y personajes poco de fiar que timaban al Vaticano, que abrió un agujero de 139 millones de euros en las ya maltrechas cuentas de la Santa Sede. Y antes se había planteado invertir en una planta petrolífera en Angola. También había otro episodio oscuro, el dinero del rescate de una monja secuestrada en Mali acabó en compras de lujo de una amiga de Becciu, que se hacía pasar por agente secreta. En resumen, un caos en el manejo de los fondos de la Santa Sede, como sintetizó un perito en el juicio posterior: “Los millones en el Vaticano volaban como si fueran cromos de Panini”.

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