Ciudad del Vaticano (EFE).- Dos guardias suizos velan día y noche el féretro del papa Francisco en la capilla de su residencia privada. A su lado, un cirio encendido y a sus pies, pocas flores y algunas personas que rezan por él, únicamente clérigos, monjas o empleados vaticanos, todos sumidos en un clima de profundo respeto.
El velatorio ha sido dispuesto en la que en sus poco más de doce años de reinado fue su residencia, pues no quiso habitar el Palacio Apostólico: la Casa Santa Marta, un sencillo y más animado edificio dentro del Estado vaticano, junto al ábside de la basílica.
El féretro es de madera, simple, y ha sido instalado en su capilla privada, situada en la planta baja, tal y cómo él mismo quiso simplificando las que serían sus exequias.
El cuerpo del pontífice, fallecido ayer lunes con 88 años de edad a causa de un ictus y tras meses con graves problemas respiratorios, será trasladado este miércoles a la basílica de San Pedro para su exposición ante los fieles.
Acceso limitado a Santa Marta
Pero mientras tanto, su capilla ardiente transcurre de forma privada, reservada únicamente a miembros de la Curia, religiosas o empleados de la Santa Sede que deben mostrar su acreditación antes de cruzar las murallas del hermético Estado papal, en el centro de Roma.
Ya dentro, quienes quieran despedir al pontífice deben aguardar bajo este tórrido sol de abril a que un gendarme les permita acceder a Santa Marta, protegida por un severo protocolo de seguridad.
Luego van desfilando por los pasillos de su planta baja, entre santos, vírgenes y algunas plantas, hasta llegar a la capilla, a la que se entra en grupos pequeños.
Dentro, varios agentes de la policía vaticana y la Guardia Suiza vestidos de civiles controlan concienzudamente que nadie se salga de la línea: la seña es de máximo respeto y decoro.
Pero también por cuestiones de seguridad ya que a la residencia de ya han empezado a llegar las primeras autoridades eclesiásticas, varios purpurados -a buen seguro con la mente ya en el cónclave-, y también políticas, como el presidente de Italia, Sergio Mattarella.
Dentro del velatorio
La capilla es una pequeña sala con techo en forma triangular, como una cabaña de cemento, apoyado en una fila de cuatro columnas y en el que, por un lado, se cuela la luz natural, con una estrecha galería de cristales que dan a las murallas leoninas.
Francisco reposa en el ábside de la capilla, bajo un crucifijo de madera y una inscripción en letras doradas que recorre el techo triangular: ‘Veni sancte spiritus reple tuorum corda fidelium’, una oración: ‘Ven Espíritu Santo y llena el corazón de tus fieles’.
En la caja, forrada en tela rojo, el papa aparece ataviado con paramentos púrpura, signo de máxima distinción y dignidad, con una mitra blanca de obispo en la cabeza y un rosario entre las manos.
El féretro es custodiado día y noche por dos guardias suizos con su colorido uniforme, yelmo metálico, pluma roja y alabarda en mano, pero también por los fieles del papa que han llegado al recinto.
A media mañana, justo después de la visita de Mattarella, en la capilla hay unos 45 fieles, algunos sentados en sillas y otros de pie: hay varios arzobispos, tal y como indican sus fajines violeta, así como religiosas y otras personas que clavan sus rodillas en el suelo para orar profundamente, en medio de un silencio sepulcral.
Una mujer comete la imprudencia de sacar el teléfono del bolsillo, pero uno de los gendarmes que lo vigilan todo, con celo, la abronca y le requisa el aparato, a pesar de la reticencia de la señora. Es el único caso. El resto reza, medita o calla, ignorando la escena.
Otros solo están de paso, desfilan por el pasillo, llegan a la altura del féretro, se hacen la señal de la Cruz y agachan la cabeza ante el cuerpo inerte del papa en señal de respeto.
A sus pies, sobre una alfombra, alguien ha dejado unos ramitos de flores blancas y amarillas, los colores de la bandera vaticana.
Hacia el funeral
Tras la oración, un empleado vaticano te indica la salida, rápida y directa pues la Ciudad del Vaticano no admite paseos.
En esta capilla, el cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrell, practicó el rito de la constatación de la muerte del papa, para después sellar sus apartamentos tal y como dicta el antiguo protocolo para evitar que se toquen los documentos del difunto.
Desde la mañana del miércoles el cuerpo del pontífice será expuesto ante los fieles en la basílica de San Pedro y el sábado tendrá lugar su funeral, antes de que Francisco repose para siempre en una sencilla cripta del templo romano de Santa María La Mayor.
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