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Las pocas nueces de Bergoglio

A veces voy a misa. No soy religioso, pese a haber estudiado hasta los dieciséis con las hermanas de la Caridad, pero siento la advocación de ciertos santos, residuo supersticioso de haber crecido en un pueblo de ferviente fe hacia su patrona. Es objeto de mis rezos, por ejemplo, san Francisco de Sales, patrón de los escritores. Viví un año a unos metros de sus reliquias, a los pies de los Alpes franceses, y he de reconocer que todo lo que le pedí me lo concedió: las becas literarias, la publicación con Siruela, las traducciones a otros idiomas… Desde entonces, he visitado muchos templos para charlar con él, y siempre he salido con una misma imagen de ellos: no hay apenas jóvenes en misa; cada vez, menos.

Que la Iglesia ha de adaptarse a la contemporaneidad es algo que siempre predicó el papa Francisco, fallecido hoy, Lunes de Pascua. Pero le faltó predicar también con el ejemplo. Es cierto que, en comparación con los papas anteriores, Francisco trasgredió mucho más y, salvo al ala conservadora de la Curia, hizo sentirnos esperanzados ante las múltiples reformas que necesitaba entonces y sigue necesitando la Iglesia. Pero murió y poco ha cambiado la institución. El ánimo casi revolucionario que nos transmitió hace doce años se fue apagando hasta dejarnos acostumbrados a verlo como una imagen viral, la de un viejo con carácter que, de vez en cuando, soltaba alguna sensatez, pero poco más. Según dijo el filósofo y sociólogo Juan José Sebreli en su grandioso libro Dios en el laberinto —uno de los mejores intelectuales que dio Argentina e incansable defensor del aborto, fallecido hace unos meses—, el Papa era un gran populista: hacía mucho ruido, pero daba pocas nueces.

Yo opino igual que Sebreli. Unas palabras en un avión, en un acto menor, en una encíclica abstracta, lírica y poco contundente, o en mitad de la calzada, no son suficientes para cambiar una institución obsoleta, homófoba, machista y profiláctica.

A raíz de esta opinión tan firme en cuanto a Francisco, algunos amigos católicos me respondieron siempre una misma cosa: “El Papa no puede cambiar nada porque, si lo intentara, se lo quitarían de en medio”. Pero, ¿qué puede temer el máximo representante de Dios en la tierra al respecto? ¿Acaso no sabía Jesucristo que, si quería cambiar el mundo, enderezarlo y dotarlo de una moral fuerte, iba a morir por ello?

Me parece fantástico que el Papa decidiera usar zapatos negros e irse a vivir a unas instalaciones más simples para mostrar mayor humildad; que hablara sobre la necesidad de abrir puertas estancas, aunque no las entreabriera, incluso también que fuera espontáneo, pese a aquella frase tan sumamente hiriente que pronunció sobre los homosexuales, cuando dijo que en la Iglesia “ya hay demasiado mariconeo”, o a aquella otra afirmación sobre la aplicación de la psiquiatría para tratar la homosexualidad.

Lo siento, pero he de dar la razón total a Sebreli: Francisco solo llenó de aire un globo.

Podría haber redactado una encíclica con siete reformas principales y leerla al comienzo de su papado en el balcón de la logia central de la basílica de San Pedro, delante de todo el mundo, de medios y de fieles. Por desgracia, no es Sorrentino quien mueve los hilos, sino Dios.

He aquí un borrador rápido de dicho texto:

Como máximo representante de Dios en la Tierra y sucesor de San Pedro, es mi deseo, y la voluntad de Dios, y no volveré a pronunciarme hasta que todo lo siguiente se ponga en marcha, que la Iglesia:

  • Fomente como institución el uso del preservativo en África para intentar erradicar al diablo, que no es la profilaxis, sino el SIDA y las enfermedades que matan diariamente a uno de los pueblos más pobres de la tierra.
  • Conceda el poder del sacerdocio a las mujeres y puedan acceder a los mismos cargos que los hombres. Que se lleve a cabo una completa remodelación institucional y una apertura en la ordenación femenina.
  • Elimine el celibato forzado y solo sea una práctica optativa.
  • Señale de forma pública, aparte definitivamente y juzgue, sin proscripción alguna y en todos los países del mundo, a aquellos clérigos/feligreses que ejercieron la pederastia.
  • Abra las puertas de sus templos a los más necesitados. Que las iglesias sirvan de día al turismo y a la fe, pero que de noche sean abrigos de los sin techo.
  • Permita el matrimonio católico entre personas del mismo sexo, ya que el amor, según el apóstol San Pablo, todo lo puede. Y que estas parejas homosexuales puedan adoptar.
  • Pague los mismos impuestos que cualquier sociedad o individuo, ya que, al aportar tributariamente a las arcas nacionales, se enriquecen los países y se robustecen las sociedades y sus sistemas de salud, de justicia, de educación…

Nada de esto lo implementó Francisco de forma contundente. Quizás mencionó algunos aspectos similares, pero, las palabras, ya se sabe que el viento se las lleva. Y, de esto, él era buen conocedor.

Me agradó tu música, Francisco, pero no tu obra realizada, pues da la impresión de que tu doctrina tuvo mucho de gatopardista. Aunque te echaremos de menos, pues todo indica que el próximo papa será contrarreformista y más inmovilista que el que te dejó en 2013 la silla bien caliente.

¡Que la tierra te sea leve, Bergoglio!

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