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Bombardero Valverde contra la oscuridad

Del mismo modo que lo peor que le puede pasar a un paranoico es tener razón una sola vez, lo peor que le puede pasar a un jugador en la ruleta es creer que siempre saldrá su número cuando no llegue a fin de mes. El Madrid lleva toda la temporada sin llegar a fin de mes ante rivales importantes, salvo el City, y ha ido sobreviviendo, como ante el Atlético en Champions, con clamorosos golpes de suerte. Esa suerte en los últimos años ha estado sostenida por un estado febril e iluminado de equipo elegido que hace pesar su escudo y su pasado para someter a sus rivales a la frenética sensación, tan Nadal en París, de que hagas lo que hagas no podrás superarlos nunca. Había, también, una plantilla más compensada a la que no le estorbaba el balón en el centro del campo. Pero, sobre todo, había una fe extraña que se inyectaba como veneno en los adversarios. Hace un año, era completamente imposible que Declan Rice marcase los dos mejores goles de falta directa de su vida en un mismo partido contra el Madrid. Hace un año, más bien, Declan Rice no habría jugado en Londres por molestias en un tobillo o algo así.

Desequilibrada la plantilla (se fue la estrella del centro del campo, llegó otra estrella a la delantera), el Madrid se encomendó esta temporada solo a la ruleta animado por la fe, la creencia de que todo lo que pasa muchas veces sin explicación aparente, pasa siempre. Cuando Garibaldi le pregunta a Alexander Herzen por Bakunin y su optimismo sobre la la llegada inminente de la revolución rusa, Herzen responde que Bakunin tiene tendencia a confundir el segundo mes de embarazo con el noveno. Y cuando Bakunin le reprocha a Herzen sus precauciones, lo hace con esta frase: “¿Sabes cuál es tu mayor debilidad? Que eres incapaz de dejarte cegar por un entusiasmo”. Ya saben qué camiseta vestiría Bakunin en esta temporada, y el grado de frustración adquirido tras no cumplirse el sagrado objetivo.

El Madrid enfermó en algún momento del año de un madridismo particularmente invasivo, que es el madridismo ciego y autocomplaciente en la victoria que hoy, en su rama más angustiosa, reclama patíbulos y sogas, y lanza silbidos espontáneos en el Bernabéu, este domingo sin ir más lejos, al que más corre y más lo intenta, Vinicius Junior; el mejor, otra vez. Olvidan, o han nacido después de 1997, que la última vez que el Madrid encadenó seis Copas de Europa, estuvo 32 años sin volver a ganar una. Lleva el Madrid ahora un año sin ganarla, imaginen cuando lleve cuatro o cinco qué pasará. Se ha perdido el foco y la perspectiva de tal forma, se ha mimado tanto a los aficionados, que han confundido esa leyenda del rey de Europa con ser en la práctica dueño de Europa; al mismo tiempo que se presume de que la Champions es la competición de clubes más difícil del mundo, no se concibe que al Madrid no le resulte fácil meterse cada año en la final y ganarla. Que esa es otra: después de presentarse en nueve finales, a ver cómo se gestiona emocionalmente una derrota el día en que llegue.

Entre medias, el fútbol. Arranques pasionales, vibrantes y dislocados en la segunda parte del Madrid frente al Athletic. Se ataca por empuje, por ganas, por orgullo, pero el balón apenas tiene aire y espacios. Por eso se necesita para desatascar las cosas un bombardero incapacitado para marcar un gol normal, Federico Valverde.

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