El pasado 18 de marzo, Netanyahu rompió la tregua iniciada pocos días antes de la investidura de Trump. Una oleada de bombardeos causó en pocas horas más de 400 muertos. Así se aseguraba su supervivencia política, ya que la condición de su socio, el ultraderechista Smotrich, para no derrocar la coalición de gobierno era continuar la guerra.
Desde entonces, han muerto miles de civiles palestinos más, la gran mayoría mujeres y niños, y se ha puesto en peligro la vida de los rehenes supervivientes. Un bloqueo total y una hambruna generalizada en un contexto apocalíptico en el que la mayor parte de edificios e infraestructuras han sido destruidos, han deteriorado catastróficamente una situación ya dramática.
Todos coinciden en este terrible diagnóstico. Las Naciones Unidas advierten que la situación en Gaza ha alcanzado su peor nivel desde el inicio de la guerra. Dos días después, el ministro de Defensa de Israel, Israel Katz, declaró de nuevo: “No entrará ninguna ayuda humanitaria en Gaza”, donde la última planta desalinizadora de agua ya no funciona. La ONG Médicos Sin Fronteras ha descrito Gaza como una fosa común para miles de gazatíes y “también para quienes intentan acudir en su ayuda”. Doce de las mayores ONG de ayuda internacional acaban de lanzar conjuntamente un grito de alarma al respecto. Nadie parece escucharles.
Smotrich, haciéndose eco de Katz, afirmó que se ejercería toda la presión para “evacuar a la gente al sur y la aplicación del plan de migración voluntaria del presidente Trump para los residentes de Gaza”. Un proyecto del que Katz, cuando era ministro de Exteriores, ya nos había hablado en la UE a principios de 2024. El ejército se ha apoderado de la mitad del territorio y ha colocado dos tercios de Gaza bajo órdenes de desplazamiento, convertidos en “zonas prohibidas”, incluida la ciudad fronteriza de Rafah.
Se pretende así crear las condiciones para la mayor operación de limpieza étnica desde el final de la II Guerra Mundial. “Ni un solo grano de trigo va a entrar en Gaza”, es una violación absoluta y manifiesta del derecho internacional humanitario en la que es imposible no ver la intención de exterminio que el Tribunal Penal Internacional ya consideró al dictar las órdenes de detención contra Netanyahu y su exministro de Defensa. Y no menos grave que la que se apreció en el pasado ante los genocidios de Srebrenica y Uganda.
Al mismo tiempo, en Cisjordania, el ejército está librando su mayor ofensiva en décadas. Más de 40.000 palestinos han sido desplazados a la fuerza del norte del territorio, preparando visiblemente los planes que los legisladores de extrema derecha están impulsando para expandir los asentamientos, que son ilegales según el derecho internacional. El 23 de marzo, el Gobierno legitimó 13 de esos asentamientos construidos sin su aprobación. La extrema derecha fundamentalista espera que Trump respalde sus planes de anexionar parte o la totalidad de Cisjordania, lo que cerraría cualquier posibilidad, si quedase alguna, para la creación de un Estado palestino.
En España y casi toda Europa estamos de vacaciones y con la atención puesta en los aranceles con los que nos amenaza Trump. Ya no se hablaba de Gaza. Pero de repente, la fotografía de un niño gazatí, con ambos brazos amputados, que ha ganado un premio internacional, hace que la emoción se despierte de nuevo. Sí, por eso no nos dejan verlas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Al igual que la muerte de la fotógrafa Fatima Hassouna, que era la protagonista de una película seleccionada para el próximo Festival de Cannes. Pero, por Dios, no es ni uno ni cien ni mil, son miles los niños muertos o mutilados en Gaza, y en qué condiciones. Gaza es la guerra de los niños. La fotografía de uno de ellos nos provoca lágrimas de cocodrilo, pero la magnitud de la tragedia no parece movilizarnos. Mientras, en Washington y en Budapest, país europeo que hasta ayer era signatario del Tribunal Penal Internacional, se recibe con todos los honores a Netanyahu.
A pesar de las múltiples resoluciones adoptadas por las Naciones Unidas y de las decisiones del Tribunal Penal Internacional, no logré, como alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores, que ni el Consejo ni la Comisión actuaran ante las violaciones masivas y repetidas del derecho internacional y del derecho humanitario por parte del Gobierno de Netanyahu, como sí hemos hecho ante la agresión de Putin contra Ucrania.
Y hasta el final de mi mandato, he podido constatar hasta qué punto este doble rasero ha debilitado la posición de la UE en el mundo. No solo en el mundo musulmán, sino también en África, en América Latina o en Asia… España y algunos otros, pocos, países europeos han alzado la voz y pedido a la Comisión que estudie si ese comportamiento está de acuerdo con las obligaciones que se derivan de su acuerdo de asociación con Europa. Y han obtenido el silencio como respuesta. La mala conciencia por el Holocausto de algunos países europeos, convertida en “razón de Estado” para justificar el apoyo incondicional a Israel, nos puede convertir en cómplices de crímenes contra la humanidad. Un horror no justifica otro. Y, a menos que queramos que pierdan toda credibilidad los valores que decimos defender, la UE no puede seguir asistiendo pasivamente al horror de Gaza y a la gazificacion de Cisjordania.
Contrariamente a lo que se dice en el debate público, y a pesar de la absoluta falta de empatía de alguno de sus líderes, la UE dispone de numerosas palancas de acción frente al Gobierno israelí: somos su primer socio comercial en inversiones e intercambio de personas. Suministramos al menos un tercio de las armas que usa, y tenemos con Israel el más amplio acuerdo de asociación, pero que también está condicionado, como los demás, al respeto del derecho internacional y en particular al humanitario.
Si queremos, podemos actuar. Y ya hemos esperado demasiado. Muchos israelíes, conscientes de que la huida hacia adelante de Netanyahu amenaza a largo plazo la seguridad y la supervivencia del Estado de Israel, nos lo agradecerían.
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